"Pero perdidamente enamorados del que es nuestra comida, pan y vino" Huérfanos, ciegos, hambrientos
Sin embargo tú no estás solo, ni eres huérfano, ni ciego, ni un zombi que se arrastra buscando amor desesperadamente
Y así hoy la gente ve a Jesús vivo en ti, porque tú lo manifiestas, no con pancartas ni panfletos caducos y agresivos, sino con tus manos que acarician, que sostienen, que son crucificadas
El mundo está lleno de huérfanos, niños perdidos que buscan aquellas caricias maternales que nunca volverán. Son aquellos “peces de ciudad” que vagan temerosos por calles ahora semivacías, miradas huidizas, ojos cansados ante el futuro incierto
El mundo está lleno de ciegos que guían a otros ciegos. A tientas caminan asustadizos, con sus gafas oscuras de invidentes vanidosos que lo ven todo claro, golpeando con su bastones a quien se cruce en sus caminos zizagueantes., trols ocultos tras pantallas oscuras que disparan sus dardos untados de veneno de alguna rana amarilla y tropical. . La humanidad petrificada por virus desconocidos, gobernada por líderes muchas veces estúpidos y miopes, locos al volante que no sabes a qué vacío te arrojarán. Tiempos de truenos en el horizonte que presagian tormentas.
El mundo está lleno de hambrientos de amor, de likes en el Instagram, de afectos más o menos permitidos. Desesperados buscan encuentros furtivos; es el “amor-basura”, que dura lo que un revolcón, o unos meses o lo más dos años y chimpún, cada cual por su lado, a buscar alguien que te haga feliz y te comprenda y te lleve a cenar a sitios caros.
Sin embargo tú no estás solo, ni eres huérfano, ni ciego, ni un zombi que se arrastra buscando amor desesperadamente.
Tú ves a Dios, y lo conoces. Vive dentro de ti como el oxígeno que llega a cada una de tus células y te mantiene vivo y despierto. Tú ves a Jesús porque lo sabes VIVO. Vivo de verdad, no vivo en una estatua más o menos bonita, ni en una estampa más o menos bonita ni en un paso más o menos grande, o bonito.
Tu lo ves.
Lo ves sanando en los que sanan, cargando las cruces de los que pierden a sus amados, crucificado en camas blancas y solitarias o en las filas del paro. Tú lo ves en la fuerza incontenible y tocahuevos de los niños del parque. Tú lo ves en las personas que no pierden la sonrisa ni achicando el agua de la barca en medio del naufragio. Y lo ves en la Iglesia. Iglesia hecha de hombres y mujeres hambrientos, ciegos, huérfanos, pobres; pecadores con título y todo, pero perdidamente enamorados del que es nuestra comida, pan y vino en el menú de siempre, del que es nuestra luz y nuestro Amor verdadero. Jesús está vivo y en su Iglesia oscura y luminosa vive como el cimiento que nos mantiene en pie, el corazón que sigue en sístole y diástole manteniendo las células de este cuerpo de vivos y de muertos siempre vivos, aunque ahora lejanos a nuestros ojos.
Esta Iglesia luchadora e incansable, que dice verdades como puños, que a veces se equivoca, pero lo reconoce, que hace que sus palabras sean las de su Dios y que su amor y su religión sean cumplir aquellos mandamientos que nos dejó el carpintero armado con su toalla, su cruz y su palancana, montando en un burrito, como un guerrero incomprensible para la Jerusalén del tiempos de Poncio Pilato, que también usaba palancana, pero para desentenderse, el muy romano.
Y así hoy la gente ve a Jesús vivo en ti, porque tú lo manifiestas, no con pancartas ni panfletos caducos y agresivos, sino con tus manos que acarician, que sostienen, que son crucificadas.
En manos de tu Padre, contemplando la vida y los hombres que ahora resulta que son todos tu familia, masticando el Pan vivo que ha bajado del cielo para hacerte fuerte y sentirte saciado y completo.
Es lo que tiene que Jesús te quiera, quien te lo iba a decir.