"El amor de Dios no tiene límite, no hay dicasterio ni homilía que pueda aprisionarlo o acallarlo" El termómetro del Amor verdadero
¿Hasta dónde amo yo a los que amo? ¿Qué sería capaz de hacer por ellos? ¿Cuál es el límite de mi aguante, el nivel al que alcanza mi paciencia, el piloto rojo que marque el fin de mi generosidad?
"Nos limpió las lágrimas, nos secó los mocos y nos llevó a comer el mac’ menú de su propia existencia. Y nos regaló un globo, no sé si lleno de Espíritu Santo o de helio, pero es una flipada de globo. Eso sí que es amor"
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
¿Hasta dónde amo yo a los que amo? ¿Qué sería capaz de hacer por ellos? ¿Cuál es el límite de mi aguante, el nivel al que alcanza mi paciencia, el piloto rojo que marque el fin de mi generosidad?
Amamos en dosis pequeñas que nos guardamos como tesoros preciados que administrar. Nos molestamos por idioteces, nuestra piel es muy fina al error ajeno; enseguida anotamos en la libreta aquel detalle que esperábamos ansiosos y nunca llegó, la señal de cariño del otro que vive en la parra de sus problemas e ignora esa obligación intrínseca con el que le tatuamos el corazón sin que se diese cuenta; la letra pequeñita…. Las relaciones de pareja se convierten en fuegos artificiales deslumbrantes pero efímeros que dejan nuestra vida con olor a pólvora quemada y varillas tristes cubiertas de papel. El amor para siempre se quedó en el mundo de los cuentos donde fueron felices y comieron perdices. En el mundo vegano ya no se comen perdices, se las deja libres y silvestres como preciosas plagas que observar en internet. Y así vamos readaptando nuestra agenda, apuntando y borrando números como pasajeros que se suben y se bajan del desvencijado autobús del corazón. El amor se reduce como una salsa gastronómica a un caldito de sentimientos volátiles aderezados con nitroglicerina afectiva, que en cualquier momento pueden estallar.
¿Hasta dónde amar a los hijos que solo se interesan por ti cuando eres viejo para ver si has pagado la funeraria? ¿Hasta dónde amar al cuñado que lo sabe todo de todas las cosas como una google con patas que igual le da a la política que a ver como se hace la tortilla de patata? ¿Hasta dónde amar a tu hijo que es un cani cani, que vive adosado a las maquinitas y lleva esos pelos y la ceja cortada y no aprueba la Eso ni con la aparición de su hada madrina en las clases on line? ¿Hasta dónde amar a tu pareja si ahora ya no es de carnes magras sino grasas y donde había ilusión y maripositas en el estómago ahora solo quedan las ganas de llorar al ver que nuestro amor se aleja… sentados en el sofá sin apenas mirarnos?
¿Hasta dónde amar a la Iglesia si el cura hace unas homilías que te dejan postrado en el banco, o hay tantas cosas que no entiendes de los profesionales de la religión?
¿Hasta dónde amar a Dios si muchos días parece que no te escucha, que debe estar atendiendo a las monjas de clausura o los negros de África o los señores esos del Vaticano que usan faldas largas y rosas con un pon pon en el gorrito?
Mi amor es pequeño, mi amor se cansa. A veces se le olvida quien es y me pierdo observando a las moscas de la ventana o las mariposas ya inexistentes de la ciudad de Madrid.
Pero el amor de Dios no tiene límite, no hay dicasterio ni homilía que pueda aprisionarlo o acallarlo. No hay partido político rancio que lo oscurezca con sus leyes; no hay problema que lo arrincone. Tanto nos quiere Dios que nos envió a sus Hijo querido: Jesús, el mejor hombre de la historia, y nos lo entregó como el mejor de los regalos. Nosotros como niños caprichosos jugamos con él y le arrancamos los brazos y las piernas y lo tiramos como un regalo inservible debajo de la cama. Pero Dios no lo dejó en el cubo de la basura y de la muerte sino que se convirtió con su entrega y sus panes y peces en el motivo de nuestra fe. Tanto nos amó Jesús que a nuestros cromos de odio y de indiferencia nos los cambio por los suyos de amor e inmortalidad. Eso sí que es Amor del bueno. No juzgó nuestros caprichos de niños a veces crueles, sino que nos salvó, como esas madres que acuden a por el niño perdido en el centro comercial. Nos limpió las lágrimas, nos secó los mocos y nos llevó a comer el mac’ menú de su propia existencia. Y nos regaló un globo, no sé si lleno de Espíritu Santo o de helio, pero es una flipada de globo. Eso sí que es amor.