La espiritualidad de Zurbarán, la poesía mística, Goya o la mezquita de Córdoba, presentes en su obra No todo es feo en la Almudena: los techos de José Luis Galicia, el polifacético pintor amigo de Picasso y defensor de la paz
Dios creó a los seres humanos y les dijo, “ahora vosotros cread, y cread arte”. Así reflexiona en sus escritos José Luis Galicia, el autor de la pintura del interior de la techumbre de la catedral de Madrid, Santa María de la Almudena
El proyecto se paró y no se retomaría hasta 1967-8, cuando el pintor volvió a colgarse a cuarenta metros de altura para pintar la cúpula, el ábside y el sotocoro
Sus colores en la catedral recuerdan al arte mozárabe, quizá recogiendo la herencia de ese Mayrit árabe en cuya muralla la Virgen -almudayna- se apareció
Sus colores en la catedral recuerdan al arte mozárabe, quizá recogiendo la herencia de ese Mayrit árabe en cuya muralla la Virgen -almudayna- se apareció
Dios creó a los seres humanos y les dijo, “ahora vosotros cread, y cread arte”. Así reflexiona en sus escritos José Luis Galicia, el autor de la pintura del interior de la techumbre de la catedral de Madrid, Santa María de la Almudena. Nacido en Madrid en 1930, hoy tiene 90 años y una irresistible carrera artística a sus espaldas, con obra por ejemplo en el Museo Reina Sofía y decenas de exposiciones y proyectos.
El arquitecto de la catedral de Madrid, Fernando Chueca Goitia, le propuso en 1960 presentarse al concurso para pintar nada menos que los techos del templo, que entonces recomenzaba sus obras. Galicia ganó el concurso y en 1961 ya estaba en ello, con la treintena y el matrimonio recién estrenados. El proyecto se paró y no se retomaría hasta 1967-8, cuando el pintor volvió a colgarse a cuarenta metros de altura para pintar la cúpula, el ábside y el sotocoro.
Naturaleza en la Almudena
Ya entonces conocido, pese a su juventud, por entre otros encargos haber hecho un mural en el Café Gijón (hoy no se conserva, pero incluía papeles recortados de revistas y el propio Cela, asiduo del café, había participado), bajo capa de rebeldía Galicia poseía una profundidad espiritual que le llevó a celebrar en la Almudena los cuatro elementos de la naturaleza: agua, aire, fuego, tierra. La vida. En vez de convertir el techo en un trampantojo (como los que imitan el cielo) o darle oscuridad solemne para el recogimiento, el pintor transformó los tramos entre los nervios neogóticos en un estampado alegre, que parece encarnar la fusión del color y la geometría en la naturaleza. En el sol, las estaciones, las hojas. Esos colores que Galicia le atribuye en otras de sus obras a las olas o los montes, en la Almudena recuerdan al arte mozárabe, quizá recogiendo la herencia de ese Mayrit árabe en cuya muralla la Virgen -almudayna- dice la creencia que se apareció.
En vez de convertir el techo en un trampantojo (como los que imitan el cielo) o darle oscuridad solemne para el recogimiento, el pintor transformó los tramos entre los nervios neogóticos en un estampado alegre, que parece encarnar la fusión del color y la geometría en la naturaleza
Una de las pocas catedrales que tienen pintada toda su parte superior, gracias a la elección de Galicia la Almudena salva un poco su ganada fama de pastiche estético: interior 'neogótico', cripta 'neorrománica'... y un exterior 'neoclásico' que, en palabras del siempre afinado Fernando Castro Flórez, "machaca el skyline madrileño".
Antítesis de los feos murales de Kiko Argüello, la aportación de Galicia puede medirse con dos joyas madrileñas: el techo barroco de la iglesia de San Antonio de los Alemanes y la ermita de San Antonio de la Florida (techo y cúpula pintados al fresco por Goya -para muchos la Capilla Sixtina del siglo XVIII- en lo que a su muerte se convertiría en su propio panteón).
Entre la poesía y el Guernica
José Luis Galicia es sobrino de León Felipe, el genial poeta de la barba y el desgarrador exilio. Uno de los líderes (en la Alianza de Intelectuales) de los muchos republicanos que protegieron el patrimonio artístico en Madrid desde el estallido de la guerra civil. Al tiempo hijo y nieto de pintores, Galicia creció entre la poesía y la pintura, con ganas de aprenderlo todo. A los siete años, ya grababa al linóleo. Sin presumir, en una entrevista de 1951, tras una de sus primeras exposiciones, el artista diría: “Pintaba por el mismo motivo por el que pintan todos los niños”. Pero su versatilidad es asombrosa: pintar al óleo sobre tela o cristal, probar la escultura, pasteles, acuarelas, serigrafías en color, carteles, figurines de teatro… y hasta una admirable incursión en el cine, como director artístico.
Con su familia (de azañistas), se exilió en París hasta la llegada de los alemanes. Allí conoció a Pablo Picasso (en una exposición homenaje al poeta Paul Eluard, por su muerte), en 1952. Sintonizaron enseguida, porque Galicia compartía con el genio no solo su pasión por dibujar tauromaquias y escenas mitológicas, sino una actitud ante la vida: la pintura como vocación. “Algo que viene de Atapuerca, una conspiración de cromosomas que de pronto estalla”, dijo entrevistado en 2002.
Pintura y poesía cada vez más reunidas en la actividad de José Luis Galicia, entonces ilustraba las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. “Esos hilos de plata que veo en tu cabeza, ¿son canas o es el reflejo de la luz?”, le preguntó Picasso. Galicia estaba en la veintena, pero afirmaba con sabiduría: “Siempre se está en el abismo, al borde de la cucaña de lo perfecto”.
“La paz es una gran y buena idea”
Después, en los años 60, se dedicó a revisitar a Zurbarán (otro grande de la espiritualidad pictórica española) y, entre visiones de Pedro Nolasco, medió en la recuperación del Guernica. Picasso lo había legado a España, cuando dejase de ser una dictadura y se transformara en un Estado de Derecho, y su amigo Galicia creía de corazón en ese cuadro: “Hay grandes ideas. La Capilla Sixtina, el Quijote, la Novena Sinfonía, el Guernica. La paz es una gran y buena idea”.
En 1976, precisamente cuando el país empezaba a dejar atrás la larga dictadura, escribió de José Luis Galicia el poeta Luis López Anglada: “vivió la Europa de las tumbas urgentes y el París de los pintores ilusionados. Supo de la luminosidad de las ciudades italianas, del misterio de los zocos marroquíes”. Desde luego, la obra del autor de los techos de la Almudena contiene todo eso. Paisajes venecianos, pueblos blancos españoles, la mezquita de Córdoba o la iglesia de Santa María de la Cabeza… Y también montañas de colores, palomas, naturalezas muertas con granadas, flores azules o con un tronco “que fue verde y joven”. Pero sin arrogancia, la voz del artista afirma: “¿Quiere hacer el viaje más extraordinario y fantástico que existe? Viaje por su mente”.
En el 70, Galicia había realizado tres relieves en hierro para la fachada de la iglesia de Caborana, en Asturias (además de un relieve de madera policromada para su interior). El poeta madrileño José Hierro elogiaba su pintura y Miró sus litografías. En 1985, sus cuadros tuvieron el privilegio de acompañar en un préstamo temporal (a Salamanca) a la Última comunión de San José de Calasanz, de Goya. De ese mismo año data su esmalte sobre lienzo El monte de los olivos (un pasaje bíblico al que Goya también prestó atención).
Siempre rodeado de libros, en esa década José Luis Galicia frecuentaba recitales como poeta, leía a Lope y pintaba un esmalte sobre tabla del retrato de Góngora, por ejemplo. Otra propuesta constante en su vida ha sido la paz. De su versión de La rendición de Breda (que la sella con honradez), a Pacífico olivo bajo el manto de la noche, óleo sobre papel de 1990, pasando por su defensa del Guernica.
Y la sencillez. “Lo difícil en cualquier obra de arte es quitar, y así poder llegar a ‘la música callada’”, escribió. Para el pintor de los techos de la Almudena, el arte es como la fe: “ningún creyente ama a Dios por entenderlo”.
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