Del "milagro de Bolsena" a la custodia de Toledo Corpus Christi: devoción y procesiones
(Antonio Aradillas).- La del "Corpus" es una de las festividades más solemnes y grandiosas del calendario litúrgico de la Iglesia. Ya inminente la floración y ulterior cosecha de las espigas de trigo -pan eucarístico-, la naturaleza y el sentimiento religioso se dan cita por calles y plazas de los pueblos y ciudades hasta lograr que tal día, "junto con el Jueves Santo y la Ascensión, reluzcan más que el sol", en el firmamento de la devoción popular.
Unas pinceladas históricas podrían contribuir a ilustrar la fe en el misterio que entraña y define la Eucaristía. Sus protagonistas fueron y son, dicho a la manera clásica, "el clero, la nobleza y el pueblo".
Un sueño, una revelación y un "portentoso" milagro, se hallan en la raíz de tan solemne fiesta en honor del Santísimo Sacramento. A la Beata Juliana de Rétine, priora del monasterio de Monte Carmelo de Lieja, le fue revelado un día que el "círculo luminoso de fiestas litúrgicas" de la Iglesia, estaba incompleto, por faltarle un espacio importante, que necesariamente habría de serle dedicado a la Eucaristía. Por aquél mismo tiempo, el llamado "milagro de Bolsena" conmovió a la cristiandad.
Historia del Corpus Christi
Resulta que, al dudar un sacerdote que celebraba la misa acerca de la veracidad de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, ante sus ojos y los de los fieles, se hizo presente un trozo de carne del propio cuerpo de Cristo y un reguero de sangre se derramó sobre los corporales, la mesa del altar y el mismo pavimento del templo. El corporal se guarda y venera en la catedral de Orvieto, y el fervor y el convencimiento del milagro instaron al papa Urbano IV en 1246 a la institución en la Iglesia universal de la fiesta eucarística, que faltaba en el disco soñado por la priora de Lieja.
Alto y bajo clero, reyes, príncipes y nobles, monjes y monjas se prestaron a extender
la devoción eucarística por todos los lugares de la cristiandad, organizando procesiones con las "Especies Sacramentales", en honor del "Rey de la Gloria", que se presentaban y exhibían en cálices, copones, vasos sagrados, ostensorios, cruces exornadas con piedras preciosas y custodias, portadas solo por los sacerdotes.
Con las Sagradas Formas se bendecían los campos y sus cosechas, los grupos de personas, entidades e instituciones y se increpaban las tormentas con sus rayos y truenos, sirviéndose de los textos sagrados redactados nada menos que por santo Tomás de Aquino, el gran teólogo dominico, por encargo del papa y de la curia romana. Los cantos litúrgicos del "Pange lingua" , "Sacris solemniis" y "Verbum Supremum", son obras del referido autor de la "Summa theológica", en cuyos capíulos destacan los relacionados con la Eucaristía como memorial de la Pasión del Señor, expresión de la Verdad Suprema y de la unidad de todos en el Cuerpo de Cristo, y el sentido de la posesión y adoración de Dios por la Comunión -común unión- en la Iglesia.
Pese a tanta teología y piedad, y sin esforzarse en arrancar el comentario del contexto de circunstancias concretas de lugar y de tiempo, con criterios entonces vigentes, siguen siendo objetos de lamentaciones terribles comprobar históricamente cómo en las procesiones organizadas oficialmente por reyes y obispos, en sus respectivas "estaciones", eran sacrificados -sí, sacrificados-, herejes y paganos.
En las procesiones eucarísticas del Corpus, participa de modo especial y activo el pueblo, en determinadas ciudades, entoldando sus calles, revistiendo sus casas con colgaduras, tapices y telas, macetas y guirnaldas -símbolo de la Eucaristía-, alfombrándolas con haces de tomillo, romero y hierbas olorosas, presentes las cofradías y gremios, con sus hábitos y símbolos festivos.
Custodia de la catedral de Toledo
Como expresión de devoción eucarística monumental y religiosa por antonomasia,-en conformidad con los criterios hoy convocados a urgente y profunda reforma eucarística eclesial y aún cristiana-, es imprescindible aportar el nombre de la ciudad de Toledo y en la misma, y también fuera de ella, el apellido de los Arfe. Enrique, Antonio y Juan, poseedores de tan ilustre apellido familiar, procedían de la ciudad alemana de Colonia, colaborando con sus respectivos magisterios artísticos al enaltecimiento de la Eucaristía, labrando el primero de ellos -a. 1514-1521-, la custodia de la catedral primada obra cumbre del arte de la orfebrería, dentro y fuera de España.
Fue Enrique quien labró esta custodia, de estructura gótica, considerada por propios y extraños como "el más suntuoso trono que para la Santísima Eucaristía pueda existir en toda la faz de la tierra". Aseguran las crónicas que el coste total fue de "un "cuento" (millón en matemáticas) y 533,357 maravedíes, habiéndosele antes entregado como "refacción" 25 ducados, con el compromiso por parte del Cabildo catedralicio del obsequio por las fiestas de la Navidad de cada año, de varios pares de gallinas". Las custodias labradas por su hijo Antonio, de estilo plateresco, son las de Santiago de Compostela y Medina de Rioseco. De Juan, hijo de Antonio, -severidad greco-romana-, son las de Ávila, Sevilla y Valladolid, perdidas las de León, Burgo de Osma y Burgos.
Al igual que en tantas otras festividades litúrgicas, en la del "Corpus Christi", más se echa de menos una formación-información de la fe y criterios cristianos, con que despejar el camino para comprender y practicar lo extremadamente difícil -imposible- que resulta la equiparación de la "Cena del Señor" y las primeras celebraciones eucarísticas, con las actuales misas solemnes, pontificales o no y, por supuesto, con las procesiones presididas por las autoridades religiosas, militares y civiles.