El lienzo, prestado durante un año por las Escuelas Pías a la pinacoteca El Museo del Prado exhibirá La última comunión de san José de Calasanz de Goya

Con motivo de la celebración del Bicentenario del Museo del Prado, la Orden de las Escuelas Pías de la Provincia Betania cederá en préstamo temporal la última de las grandes pinturas de altar de Goya: La última comunión de san José de Calasanz.

De todos los cuadros religiosos de Goya, éste es el más evocador de un mundo elevado de espiritualidad suprema y santidad y fue pintado en 1819 para la iglesia de San Antón del colegio de las Escuelas Pías de Madrid.

El Museo del Prado y la Provincia Betania han formalizado hoy un convenio en virtud del cual el Museo del Prado recibirá en préstamo temporal durante un año, prorrogable por otro, La última comunión de san José de Calasanz de Goya.

La incorporación temporal de esta pintura a las colecciones del Museo adquirirá una especial relevancia al tener lugar coincidiendo con la celebración de los doscientos años desde que éste abriera sus puertas en 1819, el mismo año en que fue pintada la obra.

El tema representando se centra o en la importancia que la Eucaristía había tenido para Calasanz, que en sus colegios instaló siempre en el centro la capilla para la celebración de la misma.

La compleja escena permitió al artista expresar la religiosidad del santo, su fe, su vida humilde y penitencial y su labor de magisterio. Lo acompañan varios sacerdotes de la orden y algunos niños de los más pequeños que, arrodillados a su alrededor, están subyugados por la entrega y abandono total de su maestro, tocado por la luz divina.

El cuadro estaba dirigido a los profesores y alumnos del colegio de Madrid y a los fieles que asistieran a las funciones religiosas en la popular iglesia de San Antón. De todos los cuadros religiosos de Goya es el más evocador de un mundo elevado de espiritualidad suprema y santidad y llama la atención la disposición espacial y luminosa con la que Goya buscó deliberadamente crear la ilusión óptica de que el espacio real de la iglesia se prolongaba en el espacio imaginado del lienzo.

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