Sebastián Alós, un utópico evangélico integralmente coherente
Así destacaban al promover el premio para Sebas: “ejemplo de vida para los cristianos y su dedicación por completo a personas migrantes, sin techo, mujeres víctimas de la prostitución, personas con adicciones, madres solas con hijos a su cargo, entre otros”. Esta ha sido desde el primer momento su vida, por eso Sebas ha fallecido con las botas puestas, pero llenas del barro de la inhumanidad contra el que luchó toda su vida.
Sebastián era el gran animador, se lo creía y nos contagiaba a todos. Daba la impresión que la utopía que llevaba en su ADN le empujaba a los más necesitados de manera connatural. Por otro lado, Sebas era de una coherencia absoluta, de una sobriedad increíbles y de una sencillez franciscana.
Su paso por la Conferencia Episcopal Española, de 1989 a 1993 como Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar le granjeó la amistad de muchos obispos. Me parece que su hiriente sencillez para algunos no pasaba desapercibida, por eso llamaba la atención su talante evangélico, de ahí que muchos prelados le llamaban con frecuencia para pedirle consejo.
Su paso por la Conferencia Episcopal Española, de 1989 a 1993 como Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar le granjeó la amistad de muchos obispos. Me parece que su hiriente sencillez para algunos no pasaba desapercibida, por eso llamaba la atención su talante evangélico, de ahí que muchos prelados le llamaban con frecuencia para pedirle consejo.
He recibido la noticia del fallecimiento de Sebastián Alós a través una amiga común. Lo he sentido de verdad. La muerte es siempre inesperada. Desde hace años tenía noticias de él, de sus achaques, pero también de sus esperanzas. La nostalgia de verle me embargaba de vez en cuando, pero este maldito virus ha frenado muchos encuentros. Se ha ido, y sin excusas no he podido verle.
La última noticia la tuve recientemente. El pasado 7 de octubre, Sebastián Alós recibía el Premio Castell d´Alaquás, otorgado por su Ayuntamiento a propuesta de las Cáritas parroquiales de la localidad, en reconocimiento a “su vida entregada a los demás, humilde y sencilla, generosa, comprometida, reivindicativa y conciliadora”. Así destacaban al promover el premio para Sebas: “ejemplo de vida para los cristianos y su dedicación por completo a personas migrantes, sin techo, mujeres víctimas de la prostitución, personas con adicciones, madres solas con hijos a su cargo, entre otros”. Esta ha sido desde el primer momento su vida, por eso Sebas ha fallecido con las botas puestas, pero llenas del barro de la inhumanidad contra el que luchó toda su vida.
Sebastián Alós Latorre fue durante diecisiete años delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Valencia. En esa etapa, a los albores del año 2000 le conocí, desde el primer momento entramos en comunión. me pidió que me hiciera cargo de la campaña jubilar. “Deuda externa, deuda eterna”, que Cáritas junto con Manos Unidas, Confer y Justicia y Paz llevaron a cabo. Al mismo tiempo, en esos momentos, colaboraba con el Departamento de Cooperación Internacional de Cáritas Diocesana. Sebastián era el gran animador, se lo creía y nos contagiaba a todos. Daba la impresión que la utopía que llevaba en su ADN le empujaba a los más necesitados de manera connatural. Por otro lado, Sebas era de una coherencia absoluta, de una sobriedad increíbles y de una sencillez franciscana. Acudía, cada día a su trabajo en la Delegación de Cáritas, con su bicicleta desde Alacuás, cerca de Valencia. Antes de existir la “Laudato si”, ya la vivía sobradamente. Su paso por Caritas Diocesana significó un salto cualitativo en esta Institución. Su persona generaba mucha confianza en el mundo sacerdotal, y de ahí que Cáritas se convirtió en una red mucho más creíble y significativa.
Su paso por la Conferencia Episcopal Española, de 1989 a 1993 como Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar le granjeó la amistad de muchos obispos. Me parece que su hiriente sencillez para algunos no pasaba desapercibida, por eso llamaba la atención su talante evangélico, de ahí que muchos prelados le llamaban con frecuencia para pedirle consejo.
Y todas sus responsabilidades las vivió siempre en comunión con la Iglesia, al estilo de Francisco de Asís, pero su estilo de vida era muchas veces una denuncia, sin pretenderlo, de la mediocridad y la incoherencia. Muchos rostros anónimos se levantarán, sin duda alguna, en el día del juicio final y reconocerán todo lo hecho por ese sacerdote amigo, de barba enjuta y mirada profunda, pero fraterna.
Desde hacía algunos años le visitó la enfermedad de Parkinson, y le acompañó hasta el final. Sin embargo, esto no mermó sus fuerzas para continuar en la Delegación Diocesana de Espiritualidad. Ni una queja, ni un lamento…siguió adelante con la misma ilusión y fuerza.
Adiós, amigo. Te recordaré siempre.