La Cena del Señor, tal como la hacemos, no recuerda la humanidad de Jesús Cena con Jesús resucitado (Jueves Santo 28.03.2024)
El Jueves Santo celebra lo fundamental de nuestra fe
| Rufo González
Comentario: “Haced esto en memoria mía” (1Cor 11,23-26)
1Cor 11,23-26, segunda lectura hoy, narra una revelación personal de Jesús a Pablo: “yo recibí del Señor lo que os transmití”. Esta es la traducción literal. Muchos analistas piensan que es una las “visiones y revelaciones” que Pablo dice haber recibido (2Cor 12,1ss). Los que creen que es una “tradición” comunitaria, traducen el texto con una perífrasis no literal. Es el caso de la versión litúrgica:“Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido”.
El texto revela que la eucaristía “proclama la muerte del Señor” (recuerda su valor permanente) y que la ingestión del pan y el vino es una unión misteriosa con Jesús mismo. Es la interpretación sacramental: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía… Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.
Pablo denuncia el modo corintio de celebrarla: “cuando os reunís en comunidad, eso no es comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los que no tienen? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os alabe? En esto no os alabo” (11,20-22).
Jesús creó la eucaristía para que su vida resucitada nos ayude a vivir como él. Esto no puede darse si no se respeta al Espíritu de Jesús que habita su Iglesia y el corazón de los suyos. No compartir con el necesitado es “tener en tan poco a la Iglesia de Dios que humilla a los que no tienen” v. 22). Los corintios han mundanizado la Cena del Señor, haciéndola una cena sin corazón cristiano. Comen sin tenerse en cuenta. Unos pasan hambre y otros se emborrachan. No comparten lo que tienen. Han perdido la fraternidad esencial que la muerte y la vida de Jesús proclaman.
Nosotros hemos pervertido la cena por elevación: la hemos divinizado tanto que ya no recuerda la humanidad del amor de Jesús. La comunidad no celebra al no mantener la vinculación real con la vida de Jesús. La Cena, “que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia” (PO 5), la hemos reducido a rito estrictamente ordenado, culto fastuoso, espectáculo hierático, exhibición jerarquizada de poder religioso y civil, prestancias señoriales... Las eucaristías se centran en la presencia de lo divino: cada uno se entiende con Jesús. No brillan el servicio, la fraternidad ni el compromiso por el reino de Dios.
El Jueves Santo nos recuerda los tres imperativos que Jesús creyó más importantes para su seguimiento. El primero: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13,14s). El segundo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13,34). El tercero, sobre la Cena: “Haced esto en memoria mía” (1Cor 11,24). Es curioso, como han señalado muchos comentaristas, que, entre estos mandatos, uno incluye un poder: presidir y validar la eucaristía. Ese poder se lo adjudica como propio el clero, mientras los otros, que sólo incluyen deberes, obligan a todos. Este poder, tal como está resuelto, impide que muchos cristianos puedan cumplir ese mandato: no toda comunidad tiene un varón célibe que pueda presidir.
También hay discriminación práctica en los tres mandatos. La eucaristía se envuelto en poderes y dignidades, en regulaciones, ritos…, que ahogan lo fundamental. Los otros mandatos, lavatorio y amor mutuo, han quedado reducidos a rito litúrgico del Jueves Santo y a instancia moral de buenas palabras. La legislación eclesial los tiene poco en cuenta en su organización y vivencia. Si no se cumplen, tienen muy poca repercusión. Es una marginación muy triste de algo fundamental en el Evangelio.
Oración: “Haced esto en memoria mía” (1Cor 11,23-26)
Jesús Eucaristía, “todo el bien espiritual de la Iglesia” (PO 5):
hoy, Jueves Santo, celebramos lo fundamental de nuestra fe;
“antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Tú
que había llegado tu hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los tuyos que estaban en el mundo,
los amaste hasta el extremo” (Jn 13,1);
te oímos decir: “ardientemente he deseado comer
esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22, 15).
En esa cena manifiestas tu voluntad más definitiva:
“también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14);
“os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13,34).
“haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1Cor 11, 24s)
Dos imperativos (“debéis” y “haced”) y un mandato nuevo:
tus comunidades deben ser fieles a estas disposiciones;
son tu voluntad clara, fuerte, en “la hora” definitiva de tu vida;
en la hora en que te diriges al Padre:
“Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo,
para que tu Hijo te glorifique a ti
y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne,
dé la vida eterna a todos los que le has dado.
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,1-3);
estas disposiciones son “la vida eterna”:
en ellas reconocemos tu presencia definitiva;
en ellas podemos encontrar la vida bienaventurada.
“También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”:
les habías dicho que entre ellos nada de “tiranizar ni oprimir:
no será así entre vosotros” (Mc 10,42ss);
“yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27);
ahora lo demuestras con una acción desconcertante:
realizas un deber de esclavos: lavas los pies;
“tomas la condición de esclavo” (Flp 2,7);
este es un mandato fundamental tuyo:
lavar los pies a la gente;
reconocer y limpiar la dignidad de toda persona.
“Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros,
como yo os he amado”:
usas la misma palabra (entolè) que la ley divina;
expresas la voluntad suprema de Dios;
aclaras así tu eucaristía:
si no hay amor fraterno no hay presencia tuya,
no hay discípulo tuyo;
la novedad de tu mandato está en amar como tú:
amar incondicionalmente, siempre, a todos;
sabiendo que en el prójimo estás tú, Dios nuestro.
“Haced esto en memoria mía”:
es, Jesús, tu tercer mandato fundamental, para
recordarte, tenerte presente siempre;
alimentarnos con tu Espíritu de amor a todos;
celebrar la fraternidad presidida por tu amor;
animarnos a realizar tu reino de vida.
Al “reunirnos nosotros ahora en comunidad,
¿comemos tu Cena, Señor?:
la rutina enfría y desvanece “tu memoria”
hasta no “discernir tu Cuerpo”;
“oímos” pasivamente y no “celebramos” la vida;
la convertimos en culto fastuoso, hierático, espectacular,
de ritos prefabricados y rigurosamente ordenados;
la utilizamos como acto de consumo, puramente social y decorativo...
Ayúdanos, Señor Jesús, a descubrir tu presencia:
“carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo,
que da vida a los seres humanos;
invitación y estímulo a ofrecernos a nosotros mismos,
nuestros trabajos y todas las cosas creadas...;
fuente y cima de toda evangelización...” (PO 5).