“¿Por qué ese ansia de manchar el sacerdocio con el vicio y la depravación del sexo?” La Iglesia padece “anorsexia”
La ley del celibato es una ley que contraría a la naturaleza humana
| Pepe Mallo
“¿Por qué ese ansia de manchar el sacerdocio con el vicio y la depravación del sexo?”
La Iglesia padece “anorsexia”
La ley del celibato es una ley que contraría a la naturaleza humana
Debo empezar mi comentario pidiendo perdón por el neologismo del título. Y es que pienso que el celibato sugiere algo así como una “anorexia sexual”. Si por anorexia se entiende la privación enfermiza de alimento, tendremos que concluir que el celibato supone la privación del deseo de satisfacer el “apetito sexual”. El celibato intenta desnaturalizar a la persona, restringir los impulsos naturales, lo mismo que el enfermo anoréxico desfigura su cuerpo eliminando el apetito esencial para la vida. Los anoréxicos, normalmente, tienen una imagen distorsionada de su cuerpo, concentrada en el peso corporal. Igualmente el celibato distorsiona la imagen de la persona despreciando el cuerpo, enfrentándolo al “espíritu”. El cuerpo es el elemento imprescindible para vivir humanamente en este mundo; es nuestra principal herramienta de comunicación. Por eso, se hace necesario cuidarlo, mimarlo, porque es lo único que nos va durar toda la vida, lo que significa que no se le debe privar de algo que forma parte de la propia naturaleza.
¿Acaso el celibato suprime el apetito sexual? Las leyes biológicas ni envejecen ni mueren. El deseo sexual es un impulso primario, innato en todo ser humano. Este impulso obedece a una básica exigencia de la naturaleza; y la abstinencia prolongada incrementa, como sucede en el resto de las necesidades vitales, la fuerza del deseo, por mucho que se intente exaltar como virtuoso ascetismo. Por ende, el celibato impuesto contradice a la naturaleza y suele ir acompañado de serios problemas que llegan a vulnerar la dignidad del individuo y, sobre todo, su conciencia.
La Iglesia aborrece la carne. Hablaríamos de “sexofobia”. La consideración negativa de la sexualidad, la animadversión contra los homosexuales, el celibato obligatorio para los sacerdotes, la insuficiente consideración de la mujer y su lugar en la Iglesia constituyen manifestaciones de aversión en la Institución eclesial. En este campo, sus leyes son o blanco o negro, por eso rechazan y excluyen el “arcoíris”. Esta visión miope, restrictiva, cuando no negativa, sobre la sexualidad atribuye más trascendencia al celibato que al matrimonio. Lamentablemente esa ha sido una constante en la doctrina eclesial. A lo largo de la historia, tanto el matrimonio como el celibato han sido exaltados y realzados a la máxima categoría y preeminencia. Los argumentos teológicos para ensalzar al uno y al otro son los mismos: “Signos del Reino de Dios”. Ambos se consideran dones de Dios, pero el celibato es valorado como un “don superior”. Con esta tremenda contradicción, la Iglesia quiere justificar la imposición celibataria. Sin embargo, sólo el matrimonio es declarado sacramento, por tanto, único “signo sensible” de los esponsales de Cristo con la Iglesia y de las bodas del Cordero. El celibato solo puede ser “signo personal de renuncia”; pero nunca signo del Reino, puesto que no es sacramento.
“Dios es Amor” y, como Padre-Madre, es fecundo, da vida, engendra a su Hijo (“engendrado, no creado”), y modela al hombre “a su imagen y semejanza” transmitiéndole su poder de creación: “Creced y multiplicaos”. Con el celibato obligatorio la Iglesia intenta imponer a los hombres de manera violenta vivir como entes asexuados, negando el camino habitual de la naturaleza. Resulta chocante que quienes reciben el tratamiento de “padre” y “madre”, aplicado a sacerdotes y monjas, nieguen, por supuestas leyes divinas, las verdaderas paternidad y maternidad naturales. La llamada “fecundidad espiritual” es un sucedáneo, un sugestivo placebo.
Hace unos días, en “Un santo para cada día” se nos recordaba a “san Agustín, Águila de Hipona, padre y doctor egregio de la Iglesia”. El hagiógrafo destacaba en titulares: “Sigue y seguirá siempre alumbrando el entendimiento de los hombres y arrancando lágrimas en sus corazones”. A decir verdad, a mí sí me ha arrancado penosas y deplorables lágrimas de cocodrilo al leer un texto de este santo, que hace referencia a nuestro tema: “Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer... Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer...”. Esta “eruditísima” afirmación me remite a un comentario recibido en uno de mis anteriores artículos sobre el celibato, publicado en este mismo blog y recogido en el segundo tomo de mis libros “Al hilo de la vida”. Creo que san Agustín se sentirá ufano y orgulloso de este aventajado discípulo del siglo XXI. Desconozco su identidad y si se trata de un sacerdote cavernario o un laico ultramontano porque firma solamente con el nombre de “Salvador”. Corto y pego:
“Quien consagra el Cuerpo de Cristo debe tener una gran pureza, y es indigno pensar que las manos que consagran son manos que se manchan de las impurezas de una mujer y de la suciedad del sexo. No, el sacerdote debe ser puro en ese aspecto.(...) ¿Por qué ese ansia de manchar el sacerdocio con el vicio y la depravación del sexo? ¿Por qué no nos damos cuenta de una vez que la pureza que ofrece la castidad es la que más nos acerca a Dios, mientras que la carne pecaminosa y putrefacta nos aleja de él? ¿Por qué no se quieren dar cuenta los pseudo-católicos que las manos que consagran no pueden sino llenarse de podredumbre en contacto con la hembra y sus fluidos obscenos?”. Este eximio “salvador” parece que debió de ser concebido por obra y gracia...; d madre virgen y padre, “putativo”. ¿Es posible que una persona “psíquicamente lúcida” pueda ultrajar, difamar y despreciar de tal repugnante modo a la mujer y al matrimonio? ¿Son éstos todos sus argumentos para defender el celibato ministerial?
Este enfoque miope de la sexualidad descansa en dos imaginarios supuestos: que la abstinencia sexual es clave para la perfección personal y espiritual y que, además, es posible practicarla de por vida. Insostenibles afirmaciones engañosas y quiméricas. Ahí tenemos los abusos practicados por perversos y pervertidos personajes de toda la gama clerical. Una de las noticias más comentadas en medios sobre la visita de Francisco a Lisboa ha sido la reunión con personas que han sufrido abusos sexuales por parte de religiosos de instituciones de la Iglesia portuguesa. Francisco escuchó su relato y pidió perdón. Existe una estrecha relación de causa-efecto entre la ley y estos aberrantes comportamientos. No vale poner pretextos y evasivas. Se trata de una lacra generalizada y sistémica. La ley del celibato es una ley que contraría a la naturaleza humana.
En este su blog, Rufo González nos recuerda cada año el aniversario de los mártires del celibato opcional. “Hoy recordamos un asesinato, consecuencia de la ley inhumana. 18 de agosto: ya el 175 aniversario de unos mártires del celibato opcional: “Camila: mueres conmigo; ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos ante Dios”. Además, desde hace tiempo, nuestro experimentado bloguero viene desmontando de forma hábil y competente tantos sofismas, argucias y falsedades que la Iglesia ha urdido y sigue urdiendo entorno a este problema, negándose a aceptar la evidencia.
Es indiscutible que para salir de esta crisis, la Iglesia necesita una profunda reforma interna que desmonte una secuela de poder basada durante siglos en obediencias ciegas y en exigencias antinaturales como el celibato de los curas o la marginación de las mujeres en los ministerios.