Habría que rescatarla del Museo y devolverla a un altar de la catedral La Virgen contra la Peste de la catedral de Valencia
Su culto y veneración comenzó en las grandes epidemias del siglo XIV que asolaron el territorio valenciano
El lienzo "Virgen contra la Peste" (siglo XVII) es de la Escuela de Ribalta
En el siglo XVII, renació la peste negra. En 1647, llegó la epidemia a Valencia desde el Magreb por mar. Murieron 30.000 personas
Hoy, en plena epidemia del coronavirus, el lienzo “La Virgen contra la Peste” no está en ningún altar de la Catedral, sino en el Museo de la Catedral, restaurado y rotulado con la advocación de Virgen contra la Peste o “Virgen de las Epidemias”
En el siglo XVII, renació la peste negra. En 1647, llegó la epidemia a Valencia desde el Magreb por mar. Murieron 30.000 personas
Hoy, en plena epidemia del coronavirus, el lienzo “La Virgen contra la Peste” no está en ningún altar de la Catedral, sino en el Museo de la Catedral, restaurado y rotulado con la advocación de Virgen contra la Peste o “Virgen de las Epidemias”
| Baltasar Bueno corresponsal en Valencia
Desde que se tiene registros literarios de la humanidad hay abundantes noticias de epidemias y pandemias, pestes, en el mundo. Una de las antiquísimas fuentes que hace referencia a ellas es la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, que atribuye su origen a la intervención divina y es la herramienta que utiliza Dios para exterminar a un pueblo (Ex.9,15; Num, 14,12; Sal. 78,50; Ez. 14,19, etc…) La peste, con su rápida propagación y trágicas consecuencias, junto con la guerra y el hambre son los tres grandes azotes de Dios a la humanidad. En el Nuevo Testamento, el azote añadido sería el de los terremotos (Mt. 24,7; Lc.21,11; Ap 6,8…)
En sus filosofías y textos, Ovidio, Platón, Plutarco, Tito Livio, Plinio creían también que la peste era consecuencia de la cólera divina por el comportamiento del ser humano. Llegó Hipócrates y comenzó a formalizar la medicina. Observó que la peste se propiciaba en las estaciones cálidas y húmedas, afirmaba que el estado del aire y los cambios de estación engendran la peste.
De las primeras más conocidas tenemos la peste de Atenas (428 a.C.). Las epidemias se han sucedido de forma imparable a lo largo de la historia con efectos devastadores. En el siglo III, hubo una peste originada en Egipto, que pasó a Grecia e Italia que "se iniciaba por un fuerte dolor de vientre que agotaba las fuerzas. Los enfermos se quejaban de un insoportable calor interno. Luego se declaraba angina dolorosa; vómitos se acompañaban de dolores en las entrañas; los ojos inyectados de sangre. (...). Unos perdían la audición, y otros la vista. En Roma y en ciertas ciudades de Grecia, morían cerca de 5.000 personas por día", describe Cipriano, obispo de Cartago.
En el siglo XIV, 1347, aconteció la peste negra, peste bubónica, peste septicémica. Con origen en Asia, llegó a Valencia a través de Italia en los barcos procedentes de Génova. Y aquí se desplegó por todo el territorio en 1348 de la peste, luego se reprodujo en 1362, 1374, 1375, 1380, 1383, 1384 y 1395. En esta época surgió la devoción, veneración y culto de la “Virgen contra la peste”, a la que se dedicó capilla en la catedral de Valencia. Acudían a ella regueros de habitantes de la ciudad y poblaciones cercanas para que les preservara de la epidemia. La imagen era una talla de la Virgen que desapareció de su lugar con motivo de los trabajos de limpieza y adaptación que se hizo para la boda de Felipe III en 1599.
En el siglo XVII, renació la peste negra. En 1647, llegó la epidemia a Valencia desde el Magreb por mar. Murieron 30.000 personas. Quedó afectado por la epidemia hasta el propio Virrey, el Conde de Oropesa, quien curó milagrosamente al mandar le llevaran a palacio en procesión de rogativas la imagen de la Virgen de los Desamparados, a raíz de lo cual hizo promesa de levantarle capilla.
La aparición y recrudecimiento de la epidemia hizo que de nuevo pusieran su pensamiento en la Virgen contra la Peste de la Catedral, que entronizó un óleo de la Virgen contra la Peste en su capilla, obra atribuida a alguien de la Escuela de Ribalta, donde aparece, cuenta F. Pedrell, “Jesucristo afligiendo al mundo con los rigores de la peste, figurado con lenguas de fuego, y a la Virgen y a san Vicente Mártir, implorando su piedad. Cobijados por una especie de lienzo que sostienen la Virgen y san Vicente, aparecen arrodillados Babán, los infantes de la capilla y algún individuo de su familia”. Otros autores creen no es san Vicente mártir quien aparece en la tela, sino san Esteban mártir. Llama la atención que aparezca con bigote.
Babán era Graciano Babán, maestro de capilla en la Catedral de Valencia desde el 27 de abril de 1657 hasta su muerte, “compositor muy fecundo y respetado en su época”, dice Ruiz de Lihory, del que existe “un retrato suyo verdaderamente curioso: sobre un lienzo pintado al óleo aparece la Virgen (llamada contra la Peste) cobijando bajo su manto al maestro Babá y a los cantores de su Capilla, que miran aterrados cómo Jesucristo castiga al mundo con los rigores de la peste… cuadro de composición parecida, salvo los retratos que hay en san Nicolás, en la capilla de Nuestra Señora de las Fiebres. Es verosímil que el citado cuadro fuera costeado por el maestro, en acción de gracias de haber salido libre de la epidemia, que en aquella sazón hizo en Valencia numerosas víctimas”.
Hoy, en plena epidemia del coronavirus, el lienzo “La Virgen contra la Peste” no está en ningún altar de la Catedral, sino en el Museo de la Catedral, restaurado y rotulado con la advocación de Virgen contra la Peste o “Virgen de las Epidemias”, un lienzo que pasa casi desapercibido a los visitantes, mayoritariamente turistas que visitan el interesante espacio cultural religioso.
El Papa acaba de invocar a la Virgen María impetrando su protección en esta catástrofe humanitaria. También lo ha hecho el Cardenal Arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares. Un gesto bonito, recuperando la historia, tradición y religiosidad del pueblo valenciano, sería sacar del Museo de la Catedral tan hermosa, valiosa y sentida pintura, y devolverla a la capilla que en su época tuvo, o colocarla en lugar accesible para que los fieles, creyentes o angustiados pudieran ante ella presentar sus oraciones.
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