La inveterada tradición en Valencia de sacar la Virgen en la calle en las grandes calamidades y tragedias Las autoridades acceden a que la Virgen de los Desamparados procesione sin acompañamiento por la ciudad
"Los días, 15,16 y 17 de marzo, con motivo de la pandemia, para impetrar salud y consuelo por enfermos y familiares de fallecidos"
"Lo hará en singular procesión de rogativas, con fuertes restricciones, sin acompañamiento de ingún tipo, ni anunciarse su recorrido y horario"
"El desconocimiento de la historia de Valencia y de su Patrona la Virgen de los Desamparados, fundamentalmente, ha hecho que estuviera a punto de prohibirse que su imagen peregrina saliera estos días a la calle"
"El desconocimiento de la historia de Valencia y de su Patrona la Virgen de los Desamparados, fundamentalmente, ha hecho que estuviera a punto de prohibirse que su imagen peregrina saliera estos días a la calle"
La advocación e imagen de la Virgen de los Desamparados ha sido tenida tradicionalmente en Valencia como especial protectora contra grandes tribulaciones y necesidades de la ciudad de Valencia, como los casos de guerra, como la de la Independencia, sequía o epidemias de peste.
Con motivo de la pandemia, el clero de la Real Basílica, la Cfradía y los Seguidores de la Virgen decidieron sacar la imagen peregrina de la Virgen de los Desamparados a la calle para que visitara los hospitales, cementerios y discurriera por algunas calles y barrios de la ciudad, sin acompañamiento, en su "maremóvil", pero en principio las autoridades negaron el permiso. Tras una ardua negociación y con grandes limitaciones, se ha accedido a ello y la Virgen podrá ser llevada, sin hacerse público horarios e itinerarios por la ciudad. Algo es algo.
El desconocimiento de la historia de Valencia y de su Patrona la Virgen de los Desamparados, fundamentalmente, ha hecho que estuviera a punto de prohibirse que su imagen peregrina saliera estos días a la calle en impetración del cese de la pandemia, salud para los afectados y consuelo para las familias de los fallecidos.
Sacar la imagen de la Virgen a la calle en procesión de rogativas cuando las tragedias o guerras se cernían sobre el pueblo valenciano es una tradición inveterada, antigua y arraigada, en tierras valencianas. Testimonios de ello tenemos sobre todo en documentación histórica civil. Los Manuals del Consell de la Ciutat están repletos de este tipo de testimonios, así como existen otros muchos en documentos históricos conservados en el Archivo del Reino.
En todas las epidemias, la Iglesia ha estado en primera línea de la lucha, atendiendo a enfermos y muriendo muchos religiosos y religiosas por causa de atenderles y cuidarles. Hasta un arzobispo, Aliaga, que les visitaba en sus casas a los afectados murió contagiado. Las obras de caridad con los apestados han sido numerosas e heroicas.
En 1347, aconteció la peste negra, peste bubónica, peste septicémica. Con origen en Asia, llegó a Valencia a través de Italia en los barcos procedentes de Génova. Y aquí se desplegó por todo el territorio. La peste se reprodujo en 1362, 1374, 1375, 1380, 1383, 1384 y 1395.
En los Anales de P. Falcó, obrantes en la Biblioteca Universitaria de Valencia (M.204), donde se relata que el 19 de abril de 1632, fiesta de San Vicente Ferrer, el rey Felipe III visitó Valencia y asistió a misa, junto con los Infantes en la capilla externa de la Catedral, donde se veneraba su imagen, que ya tenía fama de milagrera. El monarca quedó impresionado, al tiempo que asombrado, por la pequeñez de aquella capillita, que calificó de mezquina.
En 1640, el Rey ordenó que la imagen de la Virgen de los Desamparados fuera sacada en procesión de rogativas cuando la Nación lo necesitare o por grandes tribulaciones y necesidades de la ciudad de Valencia. Las rogativas duraban tres días. La procesión con la imagen de la Virgen consistía en llevarla desde la Catedral a la Iglesia del Cristo del Salvador, donde hacía estación y regresar a la Catedral, donde se oficiaba una Misa con sermón y se cantaba las letanías de rigor, siendo luego devuelta la Virgen a su capillita.
En 1647, una epidemia de peste, que llegó en un barco al puerto de Valencia desde Argel, asoló el territorio valenciano dejando 30.000 muertos. Quedó afectado el propio virrey de Valencia, Duarte Alvarez de Toledo, Conde de Orpesa, quien dispuso que se sacara, como lo había ordenado el Rey, la imagen de la Virgen en procesión, la cual, fue llevada a su habitación en el Palacio Real. Según cuenta Teobaldo Fajarnés, "a los pocos días una abundante lluvia satisfizo los deseos de muchos, que hacía más de ocho meses que la esperaban; y la epidemia fue cesando hasta quedar extinguida". El virrey curó de su enfermedad, la ciudad de Valencia quedó libre de la peste y en la catedral fue organizado y celebrado un Te Deum en acción de gracias por lo que consideraron milagroso hecho. El Conde de Orpesa hizo promesa, si sanaba, de iniciar la construcción de una Capilla digna de la Virgen.
La Iglesia en las epidemias de peste
En la epidemia de peste sufrida en Valencia los años 1647-1648 la Iglesia tuvo un papel decisivo y predominante en la lucha por salvar vidas humanas sucumbiendo al mal medio millar de clérigos, 300 de ellos religiosos, y muriendo el propio arzobispo, ya anciano, quien iba por las casas y hospitales, el dominico fray Isidoro Aliaga. Cada Orden religiosa quedó encargada de administrar espiritual y temporalmente las enfermerías y hospitales montados ex profeso para hacer frente a la pandemia. La Iglesia se integró en la Junta de Sanidad, que en los comienzos se reunía en la sacristía de la catedral de Valencia y más tarde en el Palacio Real. De lo ocurrido en aquel aciago período ha dejado detallado documento el historiador dominico Fray Francisco Gavaldá en su libro “Memoria de los sucesos particulares de Valencia y su Reyno en los años 1647 y 1648, tiempo de peste”, libro impreso en Valencia en 1804, por Josef de Orga.
Algunos casos sospechosos de peste fueron detectados en Valencia en agosto de 1647. El pueblo en general estaba sumido en una gran pobreza. Había familias que para comer sólo tenían pan y uvas. La alimentación era bastante deficiente. En un primer momento, la clase médica estaba dividida, unos defendían era peste y otros no. Ello hizo que no se adoptara de inmediato medidas preventivas y de higiene. Semanas después, se confirmaría la epidemia, al saberse que por tierras alicantinas había personas con los mismos síntomas, bubos en las ingles y bajo el brazo acompañados de fiebres altas. La enfermedad había llegado al puerto de Calpe a bordo de un mercante procedente de Argel en el que viajaban 14 cautivos rescatados y varios comerciantes.
De inmediato, se organizó una Junta Sanitaria en la que estaban gobernantes, médicos y la Iglesia, el propio Arzobispo Aliaga formaba parte de ella. Comenzaron a dictar disposiciones preventivas, control en las puertas de las murallas de la ciudad de todo los que vinieran de fuera, especialmente de los lugares infectados. Igualmente, de las mercancías de la misma procedencia. Ante cualquier sospecha, no podían acceder a la ciudad. Fue prohibido terminantemente la entrada de cargamentos de ropas viejas o usadas.
El Consell de la Ciutat dispuso casas en el exterior de las murallas, casi todas ellas de nobles y ricos, se instalará enfermerías o casas de socorro. El Arzobispo ofreció las Órdenes Religiosas para que trabajaran en ellas, siendo encomendada a cada una de ellas la atención espiritual y temporal, con la dirección. Los Dominicos designaron a 19 de los suyos para esta labor
Las Parroquias se encargaron de trasladar los cadáveres hasta sus propios cementerios. Iban con carros recogiendo los cadáveres de la calle o que les daban o les tiraban desde las ventanas en las casas de sus demarcaciones, cuerpo sin vida envueltos o no con sábanas. Cuando ya tenían los cementerios llenos, pidieron se hiciera un cementerio fuera de la ciudad, construyéndose junto al Portal dels Innocents. Sacerdotes de cada parroquia con el enterramiento les rezaban los responsos. Nadie quería ser sepulturero y se tuvo que excarcelar a presos y comprar a esclavos para que ejecutaran esta tarea.
Mientras médicos y cirujanos atendían a los enfermos, ayudados por los religiosos, se organizó una procesión de rogativas con el cuerpo de san Luís Bertrán implorando que la epidemia no se cebara con la ciudad. Había familias que escondían a sus enfermos y el Justicia iba casa buscándolos para llevárselos a las enfermerías extra murallas. Quienes vivían solos y no querían salir de la vivienda se les tapiaba la casa.
El Arzobispo Aliaga visitaba a los enfermos donde estuvieren, les asistía personalmente. Se recorría todos los lugares a sus 80 años de edad. Al mismo tiempo iba disponiendo lo más conveniente para el mejor servicio humano y espiritual a los enfermos. Él mismo confesaba y llevaba la comunión a los afectados. Repartía alimentos y dinero cuando las familias eran pobres.
Por su parte, el gobierno municipal se preocupaba del abastecimiento de agua y limpieza de la ciudad, de recoger las basuras y también los gusanos de seda que criaban en sus andanas las familias y de llevarlos a las hilanderas para los capullos de seda. Era en muchos casos el único sustento de las familias.
La creencia de entonces era que la peste se transmitía sobre todo a través de la ropa de los enfermos, ropa que había que recoger y quemar en lugares determinados reservados. Había penas para los que no lo hicieran.
Se luchó mucho, hubo muchos afectados y muertos. En febrero de 1648 de los seis hospitales dedicados a la epidemia solo quedaba uno abierto, el de los Dominicos, llamado de Troya, fue el primero que se abrió y el último que cerró. La epidemia duró de octubre del 47 a marzo del 48. Para entonces, el Arzobispo Aliaga había enfermado y falleció contagiado de peste. Se preocupó mucho de los más pobres y débiles, de los más necesitados. Pese a su edad estuvo mucho en la calle y visitando enfermos. “Quando mas a cuenta mia puedo gastar mi salud, y aun perder mi vida, como acudiendo a las obligaciones de mi oficio?”, comentaba. Visitaba las enfermerías, bendecía a enfermos y confesores a quienes daba licencia amplia para confesar. Les daba la comunión y un asistente le daba un vaso de agua para ayudar a entrar la Forma. Rezaba con ellos el rosario. Al final murió afectado de peste, tuvo “detención de orina”, fiebre muy alta y falleció. Fue enterrado en la capilla de san Luís Bertrán del convento de santo Domingo.
Como él fallecieron medio millar de sacerdotes. De entre los Religiosos, 13 del Convento de Santo Domingo, 4 del Pilar, 38 de san Francisco, 16 de Jerusalén, 22 de la Corona, 23 de san Juan de la Ribera, 30 de san Agustín, 10 del Socorro, 6 de san Fulgencio, 24 del Carmen, 16 de la Merced, 14 del Remedio, 18 de san Sebastián, 25 de los Capuchinos, 15 de santa Mónica, 11 de los Jesuitas, 3 de san Pablo, 7 de san Felipe, en total 301, el resto eran diocesanos.
Otras epidemias
En 1756, una plaga de langosta procedente de Portugal arrasaba los campos valencianos y amenazaba con acabar con toda vegetación. Hubo rogativas y procesión con la Virgen y un fuerte viento arrastró la plaga y la hizo desaparecer de los cielos de Valencia.
En 1804, otra epidemia de peste, la fiebre amarilla, que procedente de América entró en España por Cádiz, se cernió sobre el territorio valenciano, convocándose de nuevo a rogativas, fue llevada en procesión de nuevo la imagen, a la que se atribuyó el cese de la pandemia.
En 1834, una epidemia de cólera morbo, procedente de la India, azotó de nuevo el territorio valenciano. Hubo rogativas y procesión con la Virgen a la Iglesia del Salvador. Al cesar la epidemia se organizó grandes fiestas en acción de gracias. Causó 4.245 muertos.
En 1854, otra epidemia de cólera, procedente del norte peninsular entró por Castelló. Estragos y procesión. Fue una procesión como la de Corpus, con asistencia de Autoridades y Tropas, que rindieron honores "correspondientes a la alta dignidad de capitán general de ejército de que se halla revestida", se leía en la Orden General de Capitanía de 18 de noviembre. La hicieron Capitana General de las Milicias Nacionales tras la guerra contra el francés por lo que entendieron les ayudó. Hubo más de un millar de muertos. Finalizada ésta, el Ayuntamiento organizó grandes fiestas.
En 1865, nueva epidemia de cólera, rogativas y fiestas de acción de gracias al césar ésta. Cuatro médicos y un cirujano municipales atendían a todos los coléricos de la ciudad, uno por distrito (en 4 se dividió) y en turnos de seis horas con un carruaje atendieron a los 80 afectados que se contabilizó en aquella ocasión. A ellos se sumaron dos médicos que vivían en la calle de Sagunto que atendieron la zona en la que se encontraban.
En 1884, hubo dos epidemias, una de langosta y otra de cólera. Rogativas y procesión con la Virgen, revestida de manto dorado. Un mes después cesaron las epidemias. Grandes fiestas de gratitud. Meses antes, finales de 1884, de que llegara la epidemia de cólera a Valencia en 1885, cuando se supo que andaba por la Safor y la Costera, el Ayuntamiento de Valencia, a través del Cuerpo de Higiene y Salubridad Municipal, desarrolló un proyecto de organización para hacer frente a la epidemia con 12 médicos con dos centros de atención la Casa de Socorro y las Casas Consistoriales. En el extrarradio había un médico para Patraix, otro para el Camino del Grao, tres para Ruzafa y otro para Benimámet.
Entre ellos se organizaban turnos de 24 horas. Cuando se detectaba algún caso, el de guardia se acercaba al domicilio del infectado, acompañado de un desinfectador, que antes de acceder a la vivienda fumigaba toda la casa. Se le tomaba los datos, se intentaba averiguar cómo pudo haber contraído el cólera y le ofrecía la posibilidad de ser trasladado al Hospital san Pablo.
En una tercera etapa, más avanzada la epidemia, se instaló un centro sanitario en cada uno de los distritos y barrio exteriores dotándoseles de más médicos y sumando Benimaclet a los poblados anteriores. Total una treintena de médicos frente al peligro. El sueldo que se les asignó a los que no eran plantilla del Ayuntamiento fue de 250 pesetas al mes. Entre ellos había apellidos ilustres que han pasado a la historia y al callejero de la ciudad como Sanchiz Bergón, Grajales, Vinaixa, Nicasio Benlloch, Manuel Martínez, Beltrán, Genovés,… Costó lo suyo encontrar médicos, pues el sueldo era exiguo y el riesgo demasiado. Todos los médicos del equipo estaban obligados a atender a los enfermos, que era gratuito para los pobres de solemnidad y si alguien podía pagar algo se le aceptaba. Otro equipo médico se dedicaba a revisar a todos los forasteros que llegaban en tren, por si alguo estaba afectado del cólera.
Cuenta el alcalde, José María Ruiz de Lihory y Pardines, Barón de Alcahalí, en un detallado informe que hizo sobre la epidemia del cólera en Valencia en 1885 y la actuación del Ayuntamiento, que la actitud de los médicos y el personal sanitario auxiliar “no hay palabras para elogiarla… hubo días que hicieron cada uno de ellos 90 o 100 visitas”, día y noche, sin cesar. Uno de ellos, el Dr. Enrique Guillem murió afectado por el cólera, atendía el Distrito de Misericordia. La ciudad estuvo bien atendida, pues en la anterior epidemia de 1865 sólo había cuatro médicos municipales.
Dos médicos jóvenes llegaron de fuera a la llamada de la epidemia para estudiarla y practicar y fueron alojados en la Fonda París. Actuaron por libre, sin conexión con el Ayuntamiento, pero salvaron muchas vidas. Pronto se hicieron famosos por su abnegación y disposición a ayudar y la gente acudía en su busca. Eran José Rodríguez Martínez, de La Coruña, y Manuel Romera Otal, de Madrid, que habían venido con el especial interés de conocer la metodología en materia de vacunas del Dr. Ferrán, el que fuera llamado desde Barcelona a participar en la operación. Los jóvenes fueron declarados, pasado el trance epidémico, Hijos Adoptivos de Valencia.
En 1885, otra epidemia de cólera, que llegó a la península por el puerto de Alicante, siendo Novelda y Elx las poblaciones más afectadas. El gobernador utilizó las tropas de filtro para que nadie de Alicante pasara a Valencia, pero algunos contagiados alcanzaron Xàtiva y Russafa, pasando la epidemia a 67 pueblos de la provincia. La gravedad de la epidemia se tradujo en una veintena de muertos diarios y un saldo oficial de 4.000 y en toda la región unas 30.000 personas.
En esta epidemia actuó el doctor Jaime Ferrán, a requerimiento de las autoridades. Había sido el descubridor de la vacuna anticolérica, contra el carbunco y el mal rojo del cerdo. Hizo vacunaciones masivas, unas 50.000, siendo la primera vez que se hacía una operación de este calibre contra el cólera. Aconsejó a las autoridades que no establecieran cordones sanitarios y criticó a las mismas, en un informe publicado por El Mercantil Valenciano (2 mayo 1885), su lentitud en reaccionar y la poca colaboración que prestaban en la resolución del problema.
En 1885, no hubo Fallas, porque el Ayuntamiento había ordenado impuestos especiales a las comisiones. En la segunda mitad de marzo la epidemia de cólera se hizo presente en Xàtiva, pero las autoridades quisieron ocultarlo diciendo que se trataba de una enfermedad sospechosa, la gente sufría muchos cólicos. Tal enfermedad se propagó a Alzira y otros pueblos de La Ribera.
En llegando abril, en la ciudad de Valencia se celebró las populares fiestas de san Vicente Ferrer, la gente participó en masa en ellas. Durante ellas, estalló el primer caso de cólera conocido de la epidemia, en la plaza de Pellicers, hoy arrasada por la apertura de la avenida del Oeste. La mujer contagiada murió. Por esos días, el 22 llegó la noticia de que el Papa había concedido el título de Patrona de Valencia a la Virgen de los Desamparados. En mayo, llegaron las fiestas de la Virgen, como siempre, la gente salió en masa a la calle, acudió a los principales actos. Durante la procesión de su venerada imagen corrió como reguero de pólvora la noticia de que en la calle Pie de la Cruz, cercana al itinerario del cortejo religioso se había detectado en una misma familia tres casos de cólera. El Ayuntamiento acudía a las casas de los cacos conocidos a desinfectarlas.
En junio comenzó a cundir el pánico, aunque las fiestas de Corpus no fueron suspendidas, realizándose, aunque con poco entusiasmo. A final de mes el cólera había inundado completamente la ciudad. Se organizó una procesión de rogativas con el cuerpo de san Luís Bertrán. Los políticos enfrascados con sus luchas grupales seguían sin tomar decisiones contundentes hasta el mes de julio, a pesar de que se tenía datos y documentos de lo que había hecho el Ayuntamiento en anteriores epidemias.
En 1890, habría otra epidemia de cólera, con 4.919 personas fallecidas. El siglo XIX fue especialmente atroz para los valencianos por las epidemias. Ante ellas nuestros antepasados no tenían otra tabla de salvación que acogerse a las fórmulas teocéntricas medievales, Dios y a la Mare de Déu dels Desamparats.
El Ayuntamiento acordó pagar a las farmacias, boticas, las recetas que generasen los médicos municipales en razón de sus visitas, a pesar de lo cual las boticas no abrieron de noche para atender a las urgencias, ni si quiera cumplieron con el compromiso de quedar una de guardia en cada distrito. El fármaco que más se administraba era el “vacinium” y era promovido por el Dr. Tomás Pellicer, murciano afincado en Madrid, para acortar el periodo de erupción con dosis repetidas, tras la experiencia de la lucha contra la viruela.
El Dr. Jaume Ferrán llegó con su célebre vacuna con desigual resultado –un éxito en Benifayó-, objeto de polémica, y en la calle Pascual y Genís se puso a vacunar. En el Asilo de las Hermanitas de los Pobres tampoco resultó. Al final, después de tantas trabas que le pusieron se marchó.
El Ayuntamiento sacó a la Virgen
Ya bastante controlada la epidemia, el Ayuntamiento acordó sacar la imagen de la Virgen de los Desamparados en procesión de rogativas. El viernes 17 de julio de 1885 fue llevada a la catedral y el domingo 19 salió en procesión. “Cinco o seis mil personas desfilaron por las calles” cuenta un cronista. “Los fieles iban rezando el santo Rosario, divididos por parroquias y a pesar del inmenso gentío que había en todas partes, reinaba sepulcral silencio… pero apenas aparecía al estremo de una calle la veneradísima imagen de nuestra Patrona, el silencio se trocaba de repente en atronador clamoreo: vítores, gritos inarticulados, exclamaciones doloridas, sollozos y llantos, todo se mezclaba en confusa aclamación”.
En Agosto quedó limpia la ciudad de cólera, el 15 de agosto, el día de la Asunción de la Virgen, “el pueblo impaciente celebró a su manera la desaparición de la epidemia” y se inauguraba el nuevo servicio de tranvías. Al día siguiente se marcharon en tren a Madrid los doctores Rodríguez y Romera, muchísima gente salieron a despedirles cariñosamente. El balance de la epidemia en Valencia ciudad con un censo de 170.000 habitantes fue 39.494 afectados y 12.940 defunciones.
No cabe olvidar la relación de la Virgen de los Desamparados con la sanidad y salud pública al ser Patrona del primer hospital psiquiátrico del mundo. Nostra Donna Sancta dels Ignoscens e Desamparats no tiene un origen mistérico, ni legendario, simplemente se la inventaron los valencianos en los comienzos del siglo XV para que protegiera un fin social, el primer hospital psiquiátrico del mundo, el primer centro médico especializado en enfermedades mentales, al cual dio muchos frutos.
Un fraile mercedario, Gilabert Jofré, discípulo apostólico de fray Vicente Ferrer, lanzó la idea de crear un centro especializado en el tratamiento de las enfermedades mentales. En su época los dementes eran como endemoniados y a los más peligrosos se les embarcaba y lanzaba en alta mar para ahogándose resolver el problema social que creaban. O si se les permitía estar en tierra, se les acosaba y pegaba, apedreaba, a veces hasta morir.
Un día, camino de la catedral a predicar un sermón de Cuaresma contempló un espectáculo de acoso a un loco, ahuyentó a los agresores, atendió a la víctima. Subido al púlpito cambió la teología de la penitencia, por la de la caridad. Enardeció con la historia vivida al público presente de manera que pronto se hizo el hospital –spital de folls e orats- que llenó de seguida.
Aún, no podía faltar la presencia de Dios, de Jesús, de la Virgen o los santos en cualquier actividad o iniciativa. La Cofradía pensó en que sería bueno y conveniente tener una Virgen como Patrona y protectora. Pidieron permiso al rey de Valencia, Alfonso el Magnánimo, para labrar una imagen de la Virgen con tal fin y éste lo concedió en 1.416.
La atrevida iniciativa quisieron pareciera nacida de lo misterioso y angelical. Se creó una leyenda, la feren els angels,que narra labraron la talla tres peregrinos que pidieron hospedaje en el hospital. Una cariñosa leyenda que se guarda, pero no ha logrado desvirtuar la realidad. La inventaron los alentadores del hospital ex profeso para la actividad. Una advocación, la de Mare de Ignoscens, folls, orats e Desamparats, Madre de locos, dementes y desamparados, surgida hace más de seis siglos, hoy día no puede ser más moderna, progresista y revolucionaria, cuya traducción al lenguaje actual podría ser Madre de los Marginados.
Por ello, atendiendo a estos hechos históricos y razonamientos, la Iglesia ha hecho bien en sacar la imagen de la Virgen de los Desamparados a la calle. Y lo debe hacer sin miedos ni temores, sin pedir disculpas a nadie, ha hecho lo que debía. No debe actuar con tanta tibieza y timidez.
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