Comentario a la lectura evangélica (Juan 6, 24-35) del XVIIIº Domingo del Tiempo Ordinario En realidad, ¿necesitamos a Dios o deseamos a Dios?
"Buscando siempre resolver los problemas materiales, Jesús nos recuerda la existencia de una dimensión espiritual, para cuyo sostenimiento es necesario un alimento que no caduque"
"Al proponerse a sí mismo -con conmovedora insistencia- como el pan para la vida eterna, Jesús busca acortar la distancia entre Dios y el ser humano, estableciendo un vínculo semejante al de la amistad y el amor"
"El gran corazón de aquel muchacho sin nombre, descubierto por Andrés, debió de impulsar a Jesús a creer en la providencia humana, a confiar en la capacidad del ser humano para elevarse hasta Dios"
"A menudo somos como las multitudes, que buscan a un Dios que da satisfacción, mientras que Él se presenta como "el pan de vida", que es pan de camino, pan de plenitud nunca realmente adquirida, pan de sentido siempre por acogerlo, pan de otro nacimiento, alternativo y de lo alto"
"El gran corazón de aquel muchacho sin nombre, descubierto por Andrés, debió de impulsar a Jesús a creer en la providencia humana, a confiar en la capacidad del ser humano para elevarse hasta Dios"
"A menudo somos como las multitudes, que buscan a un Dios que da satisfacción, mientras que Él se presenta como "el pan de vida", que es pan de camino, pan de plenitud nunca realmente adquirida, pan de sentido siempre por acogerlo, pan de otro nacimiento, alternativo y de lo alto"
Menos mal que, antes de la multiplicación de los panes, estuvo aquel muchacho: para contrarrestar a los calculadores, necesitábamos a alguien incapaz de calcular... En todo caso, capaz de dar. Hoy, a alguien así se le llamaría ingenuo o bienhechor, pero es gracias a su entrega que se pone en marcha la entrega de Jesús. Y es gracias a él que Jesús puede relanzarse, desplazando la mirada hacia un alimento y un compromiso más elevados, no limitados al momento de necesidad, sino movidos por un deseo.
Buscando siempre resolver los problemas materiales, Jesús nos recuerda la existencia de una dimensión espiritual, para cuyo sostenimiento es necesario un alimento que no caduque. Y se ofrece como un nuevo maná: todavía enviado del cielo, pero dado para vivir "de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Un avance notable en comparación con los padres en el desierto, inmóviles a la espera de que se consumiera el alimento. Atados, sobre todo, a una vieja imagen de Dios, entendido como policía o patrón: figuras que piden cuentas al ser humano por su recto comportamiento, compensándole con una falta de sanción o una recompensa. Y atascados en una vieja imagen del ser humano, tan dependiente de la providencia divina que no comprende que el don más hermoso viene de ambas partes; no es unidireccional, como el que un rico da a un pobre. Al proponerse a sí mismo -con conmovedora insistencia- como el pan para la vida eterna, Jesús busca acortar la distancia entre Dios y el ser humano, estableciendo un vínculo semejante al de la amistad y el amor, donde nos estimamos enormemente, donde valoramos la palabra del otro, y donde la fidelidad es uno de los placeres supremos que nos damos, no una obligación.
El gran corazón de aquel muchacho sin nombre, descubierto por Andrés, debió de impulsar a Jesús a creer en la providencia humana, a confiar en la capacidad del ser humano para elevarse hasta Dios. Por cierto, depender de la providencia divina hasta puede ser una tentación. Con el riesgo, además, de abandonarse no en las manos de Dios, sino en las de quienes dicen "Dios está con nosotros", salvo para criticar luego la ausencia de Dios.
Satisfacer la necesidad inmediata; plegarse a la estrechez de miras, al horizonte pequeño, al encierro del propio yo: la muchedumbre busca al Maestro y le pide pan, más pan, después de haber visto que el profeta multiplicaba los bienes y así quitaba el cansancio, el hambre,... Ante esas peticiones apremiantes, ante ese éxito inmediato pero efímero, porque se basa en un horizonte egocéntrico, el Nazareno responde con la fuerza lúcida de la verdad, que es también (posible) decepción: "no me buscáis porque hayáis visto signos, sino porque habéis comido de esos panes y os habéis saciado". He aquí la eterna dialéctica de la satisfacción inmediata de la necesidad del ser humano, de su saciedad, frente a la eterna inquietud de la búsqueda de Dios; es la dinámica infinita del bien por construir, del amor por iluminar, con continuos relanzamientos, con una vastedad cada vez mayor, empujando siempre un paso más allá: más allá de uno mismo, más allá de la costumbre, más allá de lo conocido y sabido, más allá de lo seguro...
A menudo somos como las multitudes, que buscan a un Dios que da satisfacción, mientras que Él se presenta como "el pan de vida", que es pan de camino, pan de plenitud nunca realmente adquirida, pan de sentido siempre por acogerlo, pan de otro nacimiento, alternativo y de lo alto.
Un hambre inmediata tejida de pequeñas necesidades es sustituida por otra hambre que lleva a una saciedad de otra medida, pues es confianza y dependencia, pero también renuncia, para dejar sitio a Cristo. Es una saciedad en movimiento, basada en la búsqueda de la vida verdadera, frente a la satisfacción estéril.
Pero es necesario haber completado el doloroso ejercicio de limar, de reducir a lo esencial, despojándose de necesidades y deseos, para quedarse sólo con lo que palpita de vida humana. Podemos escuchar nuestra hambre, escuchando sólo las "cosas vivas", que son las que desprenden olor a "más allá", incluso en su dimensión fatigosa. Pero también debemos tener el valor de dar audiencia sólo a las direcciones interiores hacia lo profundo, hacia las cosas profundas, después de habernos despedido de lo que es pesadez, freno, estorbo. Para sacar lo vivo, sostenerlo, custodiarlo, allí donde nuestra existencia resuena con la Palabra vivificante.
En realidad, ¿necesitamos a Dios o deseamos a Dios? Una pregunta que parece teórica, pero que en realidad es mucho más carnal y concreta de lo que pensamos. Por supuesto que Dios actúa desde el primer momento en la satisfacción de la necesidad. Pero, reducido a eso, Dios no puede revelarse como plenitud. "En verdad, en verdad os digo que me buscáis, no porque hayáis visto señales, sino porque comisteis de los panes y os saciasteis".
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