Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Volver a la Eucaristía: "danos siempre de ese pan". Domingo XVIII
Ahora tenemos el secreto, nuestro alimento es hacer la voluntad del Padre, ser buen pan en la mesa de la humanidad. Deshacernos para construir una comunidad llena de vida y de amor con la fuerza del pan que ha bajado del cielo y nos ha trasmutado nuestro corazón. “Señor resucitado, queremos ser pan partido para el pueblo, trozos de tu aleluya para todo sufrimiento y tristeza en nuestro mundo, danos siempre de tu pan”.
| Jose Moreno Losada
Evangelio: Juan 6,24-35
Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».
Señor danos siempre de ese pan
El Dios de Israel ha sido siempre el Dios del pan, de la mesa compartida. Hasta en el desierto se preocupó de darles el maná, para que lo sustituyera. El pan siempre ha estado ligado al culto de este pueblo que, vinculado en la tierra prometida a la agricultura, recibe la cosecha como un don de bendición y generosidad de lo divino. Jesús se entiende como el pan bajado del cielo, como sacramento de la generosidad del Padre, y está dispuesto a ser buen pan para el pueblo, a deshacerse y molerse en la mesa de la fraternidad. Su vida es como el grano de trigo que cae en tierra y muere dando fruto. Así lo entienden sus discípulos y lo interpretan a la hora de vivir su muerte desde la mirada pascual.
La vuelta a la eucaristía
Ángel es su nombre y es padre. Tengo anotado su número de teléfono tras una conversación en la sacristía el domingo pasado. Al terminar la eucaristía me buscó para saludarme y darse a conocer. Tenía una hija ya en edad escolar que no se había bautizado y deseaba que recibiera este sacramento, lo habían ido dejando y ahora estaba en otra situación anímica y creyente.
Su relato fue muy sencillo. Se habían alejado de la fe, pero ahora se siente en búsqueda, ha vuelto a plantearse la vivencia interna de su camino creyente, ha comenzado a participar en la eucaristía. Se siente animado y fortalecido en las celebraciones de nuestra parroquia y desea retomar un vivir más activo en su dimensión cristiana.
Funcionario en la comunidad autónoma, con tranquilidad en su matrimonio, feliz paternidad. Pero algo en su interior le pide otro pan, más allá que el de la seguridad y el bienestar. Tiene hambre de Evangelio y yo creo que en el fondo también de comunidad. El pan de la palabra y de la comunidad. Le preocupa que su hija quede fuera de esta mesa del pan vivo.
Hace dos días hablaba con un grupo de padres de los chavales de catequesis, voy notando que cuando convocamos hay una respuesta interesante de ellos que se disponen a charlar y dialogar sobre el tema de la vida y de la fe como algo natural. Les planteaba a partir de un estudio que se ha hecho público sobre la vida emocional y psicológica de los universitarios extremeños, que dan unos resultados alarmantes, el tema de la interioridad, la de los niños y la nuestra. El estudio muestra que un diez por ciento de jóvenes estudiantes ha pensado en el suicidio, cinco lo han intentado, más del veinte ha tenido tratamiento de depresión en algún grado, más de la mitad sufren alguna vez de ansiedad y el setenta por ciento ven con cierta normalidad que una persona por los agobios de la vida pueda llegar a decidir eliminar su existencia. Reflexionábamos que podía haber de fondo de estos datos. Y salía la cuestión del sentido de la vida.
Ellos mismos hablaron de que no solemos educar hacia adentro, que necesitamos equipar a las personas de profundidad y fundamento ante lo que han de vivir. Mucho pan que perece y poca perspectiva de trascendencia. Del pan que baja del cielo y se da en amor para entender la vida desde la entrega y no desde el éxito. Noto una vuelta a la eucaristía, a la comunidad, al deseo de comer otro pan más de vida y de interioridad, de felicidad verdadera y de vida real.
Trigo molido, pan de resurrección, comunidad
Cristo es el trigo molido, tras haberse enterrado en el surco de la historia, ahora es pan de entrega verdadera: “Tomad, comed esto es mi cuerpo”.
No podía morir esta entrega, este amor comprometido, este deseo de justicia y de misericordia sin límites. Lo crucificaron, pero al hacerlo, no lo enterraban, sino que lo sembraron para siempre. El amor es más fuerte que la muerte y se impone a ella. El pan partido se empodera del hambre de la humanidad en su deseo de fraternidad y esperanza, para alimentarla como pan de vida eterna. Y ahora todos podemos comer su cuerpo y beber su sangre, todos podemos ser habitados por el Resucitado que, como Dios destrozado, se nos da a trozos para que podamos vivir por Él, con Él y en Él.
El hombre resucitado encuentra en el pan de la Eucaristía, partido en la comunidad, el amén de la fidelidad radical del Padre al Hijo que lo resucita, y del Hijo al Padre que ha arriesgado en su existencia aceptando la cruz a favor de la liberación y salvación de todos los pueblos de la tierra. En el pan glorioso del Resucitado está la fuerza que nos ayuda a proclamar que el inocente ajusticiado ha sido liberado para siempre y ya tiene alimento de vida eterna para todos, especialmente los que sufren, que es posible la justicia. No impidamos a Cristo estar realmente presente allí donde Él quiere estar, para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. Hoy como nunca el reto está en que la presencia real de Cristo llegue como sanación, consuelo, dignidad, justicia, verdad, libertad a todos los que sufren en el alma o en el cuerpo.
El pan partido y entregado tiene como horizonte la fraternidad que se ejerce en la comunidad de la nueva alianza. Somos alimentados por un mismo cuerpo, bebemos en una misma sangre; ahí está el principio y el horizonte de nuestra vida en Cristo. La comunidad del resucitado está llamada a abrir sus puertas para poder recibir a todos lo que vengan con hambre y sed de justicia. Abiertas también para ir allí donde hace falta que se parta un pan que responda al dolor y a la exclusión. Una vez que nos hemos encontrado con Cristo y nos hemos incorporado con él en la eucaristía, nos sentimos parte de una comunidad en la que se elabora el pan a diario para salir a los caminos e invitar a todos los cojos y los lisiados. Ahora tenemos el secreto, nuestro alimento es hacer la voluntad del padre, ser buen pan en la mesa de la humanidad. Deshacernos para construir una comunidad llena de vida y de amor con la fuerza del pan que ha bajado del cielo y nos ha trasmutado nuestro corazón. “Señor resucitado, queremos ser pan partido para el pueblo, trozos de tu aleluya para todo sufrimiento y tristeza en nuestro mundo, danos siempre de tu pan”.