"Huir de la muerte es una obligación. Buscar la vida, un derecho. Encontrar la felicidad, un sueño" En las aguas de la niebla

Decenas de migrantes se lanzan a la playa del Tarajal en mitad de la niebla
Decenas de migrantes se lanzan a la playa del Tarajal en mitad de la niebla Efe

"El Dios de los cristianos experimentó una emigración forzada. Una huida desesperada y valiente al mismo tiempo. Como la de tantos seres humanos"

"No es suficiente la ostentosa exhibición de bellas proclamas cristianas, como tampoco la pomposa declaración demagógica de la libertad, igualdad y fraternidad. Una y otra - ostentosidad y pomposidad - que parecen defender no se sabe qué dignidad humana pero que, en los hechos, luego la niegan"

Emigrantes / inmigrantes / migrantes: la corrección política pretende eliminar el prefijo, pero al hacerlo borra el significado de la acción, una acción por la que los emigrantes están dispuestos a sacrificar sus vidas. Y huir de la muerte es una obligación. Y buscar la vida es un derecho. Y encontrar la felicidad es un sueño. Al alcance incluso de una brazada… para salvar las millas que median entre el infierno y el paraíso... todo ello amparados por la sombra de la niebla.

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Mateo, en particular, rompió la imagen bucólica que tenemos del nacimiento de Jesús. Escribe páginas cruzadas de penurias y sufrimientos. En su relato, aterrorizados por Herodes, José y María se ven obligados a ir a Egipto, tierra extranjera, para no acabar bajo la espada que mata a los recién nacidos en Belén y permanecer allí hasta la muerte del tirano. Lo hicieron en las sombras de la noche. Más o menos como lo que les ocurre hoy a tantos seres humanos en la obligación de huir, muchos años después.

El Dios de los cristianos experimentó una emigración forzada. Una huida desesperada y valiente al mismo tiempo. Como la de tantos seres humanos. Y, sin embargo, sobre este mismo punto -la acogida de los extranjeros- el Evangelio es claro, no vacila y no deja duda alguna. No corre el riesgo de malentendidos. Tampoco de paliativos. Recordemos el Juicio Final narrado de nuevo también por Mateo: 25, 31-46.

No es suficiente la ostentosa exhibición de bellas proclamas cristianas, como tampoco la pomposa declaración demagógica de la libertad, igualdad y fraternidad. Una y otra - ostentosidad y pomposidad - que parecen defender no se sabe qué dignidad humana pero que, en los hechos, luego la niegan. Por supuesto, lo sabemos, estar en la complejidad del mundo buscando el bien de todos y, muy en particular, de los más necesitados entre todos nos obliga a concretar y a traducir de manera secular la democracia, el derecho, la justicia, el progreso… la civilización distinguiéndola de la barbarie (incluso la de ‘guante blanco’).

¿Qué programa de inspiración democrática, europea y progresista puede alimentarse de la indiferencia o de la omisión, de la condena y del desprecio, aunque sea revestido con la pretensión de «defender las fronteras» y volver a proponer, formalmente dada la falta de contenido y traducción, la «identidad democrática, europea, progresista»?

Para los cristianos, y en definitiva, una vez más la fidelidad al Evangelio se mide en la custodia concreta de lo humano. Y la solución de problemas complejos -como el de la inmigración- exige diálogo y confrontación continuos. Pero, ¿qué programa de inspiración democrática, europea y progresista puede alimentarse de la indiferencia o de la omisión, de la condena y del desprecio, aunque sea revestido con la pretensión de «defender las fronteras» y volver a proponer, formalmente dada la falta de contenido y traducción, la «identidad democrática, europea, progresista»?

Todo ello conduce a una continua, inexorable, progresiva bajada del umbral de indignación frente a temas y consignas que corren el riesgo de negar la dignidad a las personas y a la consolidación de lógicas, asumidas como 'normales', alejadas de cualquier progresista de la Europa democrática. Al final, Europa pierde. Por supuesto, y esta es la verdadera tragedia que cuesta la vida, pierden cada día las personas desesperadas que, abandonadas en las nieblas, se zambullen y nadan esperando alcanzar la orilla del futuro y abrazar el refugio y acogida en las orillas de lo que un día se llamó civilización.

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