"En las lágrimas de la Virgen está el dolor de toda madre" Como los sietes dolores de otras madres
"Donde llora una madre, hay un calvario con una cruz encima, y a sus pies la Virgen llorando por el dolor de una de sus criaturas"
"La Virgen tiene un corazón tan amplio y generoso que puede acoger a Judas, a Pedro, a los ladrones, a los fariseos, a los crucifixores e incluso a mí en lugar de Jesús"
"Hasta las piedras se rompen ante una madre que llora: ¿qué corazón es tan duro para resistir el llanto de una madre?"
"Las lágrimas de la Virgen son la barrera más válida contra la petrificación del corazón humano"
"Hasta las piedras se rompen ante una madre que llora: ¿qué corazón es tan duro para resistir el llanto de una madre?"
"Las lágrimas de la Virgen son la barrera más válida contra la petrificación del corazón humano"
Para ver llorar a la Virgen no es necesario viajar muy lejos, ni interrogar a estos o a aquellos que la han visto en no se sabe qué aparición… Cada vez que veo llorar a una madre - y es algo cotidiano - veo a la Virgen llorando.
Donde llora una madre, hay un calvario con una cruz encima, y a sus pies la Virgen llorando por el dolor de una de sus criaturas. No hay lágrima de una madre que no le pertenezca, como no hay niño que no sea suyo y por el que no llore cuando sufre.
No me es necesario ir a un Santuario para recordar las lágrimas de la Virgen. Hay un milagro que acontece en cada momento: cuando la maternidad, también aquella divina, es exaltada por su piedad humana siempre ilimitada.
¿Podéis pensar que otra suerte podría correrle a aquella que, al pie de la Cruz, en la que su divino hijo murió por nosotros, aceptó a cada hijo del hombre en su lugar? ¡Cómo debió costarle ese amén tácito, en respuesta al anuncio que salió de la boca de un Moribundo: "¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!"
En "fiat" de Nazaret: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra», la maternidad divina de la Virgen es un misterio de alegría. En la maternidad humana al pie de la Cruz es un misterio de dolor inefable.
El anuncio de Gabriel se produce en un muy dulce día… Las palabras de Jesús: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" tienen la firmeza serena de un testamento escrito con sangre.
El primero nos da “la bendita entre las mujeres”; ésta es la madre de cada uno de nosotros, y la Virgen tiene un corazón tan amplio y generoso que puede acoger a Judas, a Pedro, a los ladrones, a los fariseos, a los crucifixores e incluso a mí en lugar de Jesús.
Si no existiera esta inmensa grieta en el corazón de la Virgen, ¡qué pequeño sería todo aquí abajo y sin puerto! Y todos nos quedaríamos sin madre. Dolor que expande o acoge: lágrimas que consuelan y lavan.
Hasta las piedras se rompen ante una madre que llora: ¿qué corazón es tan duro para resistir el llanto de una madre? En el corazón del misterio de nuestra Redención tenemos sangre y lágrimas: la sangre del Hijo, las lágrimas de la Madre.
Por todo dolor, porque a veces nos faltan palabras para expresar lo que llevamos dentro, por todo lo que no entendemos… por lo que esperamos. Por la seguridad de su presencia, su tiempo, su escucha y su paz… Siempre Ella. Feliz día! pic.twitter.com/AqyGQVhNOq
— Luis A. Gonzalo (@LuisAGonzalo10) March 22, 2024
Quizás, por primera vez, me parece tocar con el corazón el significado de este encuentro divino de sangre y lágrimas, a lo largo del Calvario y al pie de la Cruz. Y casi me parece entender el papel de María en nuestra salvación.
Si me escucho a mí mismo, me doy cuenta de que todas mis injusticias surgen de una sequedad de corazón, de una sequedad mía.
Soy duro porque me falta piedad: Soy egoísta porque no tengo piedad: Soy acaparador de bienes porque no tengo piedad: Soy implacable porque no tengo piedad. El enemigo es el hermano mirado sin piedad: la guerra, tiempo que borra la piedad en muchos. El ejemplo del Padre que tenemos en el cielo y que "hace llover sobre buenos y malos", muchas veces no basta para rompernos el corazón: a veces ni siquiera el ejemplo de Cristo, "el hombre de dolores" que da su vida por nosotros, nos inclina hacia el hombre con misericordia.
Se necesitan las lágrimas de la Virgen, se necesita su Piedad para romper la resistencia de nuestros corazones.
Las lágrimas de una madre son más persuasivas e insinuantes: como ciertas lluvias lentas, escasas y sin viento, profundizan, llegan a las raíces del sentimiento y lo inclinan hacia la piedad.
Jesús, en el camino a Naim, se detuvo ante el ataúd de un único hijo, por las lágrimas de aquella pobre madre, además viuda. Las lágrimas de Marta y María le hacen llorar incluso antes del milagro, y esas lágrimas me impactan más que el grito: "¡Lázaro, sal fuera!".
Me parece correcto que la muerte se detenga cuando una madre llora.
Las lágrimas de la Virgen son la barrera más válida contra la petrificación del corazón humano. Si Ella no llorara en el camino de la cruz de cada criatura humana, si sus hijos no la vieran como llora toda madre, la piedad ya habría abandonado la tierra.
La Virgen llora, no protesta: la Virgen llora, no maldice: la Virgen llora, no condena.
Sin embargo, sobre esas lágrimas, como sobre un motivo de comunión irresistible, se canaliza toda ola de bien. Por estas lágrimas empiezo a comprender por qué a la Virgen se la llama la Madre que intercede. Señora de las lágrimas, desconsolada y tranquila que llora por nosotros.
Nunc et in hora: cuando hemos representado nuestra última comedia, cuando hemos temblado por nuestros últimos sustos, cuando hemos dado nuestro último suspiro, ¡Señora de las Lágrimas, llora por nosotros!
¡Señora de las Lágrimas, llora por nosotros! Nada te pedimos más que el último lugar en tu más pequeña lágrima, oh Virgen de las lágrimas, oh Señora de la misericordia, oh Madre de todos los dolores.
Etiquetas