Estamos reconociendo que el modo y estilo de nuestra sociedad está dañando gravemente a la Tierra Abramos nuestras mentes y corazones para responder al don de la creación: el indispensable compromiso de cuidar nuestra Casa Común.
Especialmente en las grandes metrópolis es urgente la toma de conciencia de todos los ciudadanos, sobre la necesidad de una ecología integral que garantice el uso de los recursos naturales, sin causar su deterioro y degradación.
Depende de nosotros el destino de nuestra casa: hacerla morada de Dios con los hombres o llevarla a una degradación insospechada de escenarios catastróficos.
“El Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.
Hoy Jesús, además de ofrecernos la promesa del Espíritu Santo, afirma también: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz, ni se acobarden”. Confiando en esta promesa de la asistencia del Espíritu Santo, obtendremos la fortaleza para colaborar a construir la ciudad santa, proyectada por Dios, como lo profetiza hoy el apóstol San Juan: “Un ángel,... me mostró a Jerusalén, la ciudad santa, que descendía del cielo, resplandeciente con la gloria de Dios”.
Ahora bien, en nuestro tiempo estamos reconociendo que el modo y estilo de nuestra sociedad está dañando gravemente a la Tierra, nuestra Casa Común. Ninguno en particular, es capaz de afrontar este grave deterioro; necesitamos la participación de todas las personas, de todos los sectores sociales, y desde luego de los gobiernos. Es responsabilidad común colaborar para detener la degradación de nuestro planeta.
Especialmente en las grandes metrópolis, es urgente la toma de conciencia de todos los ciudadanos, sobre la necesidad de una ecología integral que garantice el uso de los recursos naturales, sin causar su deterioro y degradación. Por ello, los invito a responder a la solicitud del Papa Francisco de dedicar esta semana para leer, meditar y asumir la Carta Encíclica Laudato si’, y convencernos del indispensable compromiso de cuidar nuestra Casa Común.
En el No. 93 el Papa afirma: “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos.
Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»”.
Éste es el camino para lograr una sociedad más justa, solidaria y fraterna, y garantizar que nuestra Casa Común sea el principio feliz de la Casa Eterna del Padre. Es decir, que el final de los tiempos sea glorioso su término, y se transforme gozosamente en la morada de Dios con los hombres. Como lo recuerda hoy Jesús mismo: "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.
Ciertamente es un enorme y urgente desafío detener el proceso de la actual degradación, y la habitual indolencia de muchos sectores sociales, que no se percatan de la emergencia o pretenden ignorarla.
A pesar de las frecuentes voces, que con frecuencia escuchamos de considerar una dificultad insuperable, más el desaliento que provoca la violencia, las injusticias, y las contrariedades cotidianas, desatadas por la envidia, los celos, los desaires y las burlas ante las propuestas por el bien de la sociedad: La fe nos anima a afrontar con esperanza el gran desafío de hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo.
En la mirada del amor de Dios Padre y en la confianza en su Palabra,el Hijo de Dios que nos prometió la asistencia del Espíritu Santo, sin duda encontraremos la fortaleza necesaria para afrontar las adversidades. El Papa Francisco expone en el No. 2 de la Encíclica Laudato si’ que:
“Esta hermana nuestra la madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla.
La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).
Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Ya que hemos sido bendecidos con el sol, el agua y la tierra, y las diversas especies de minerales, vegetales, y animales tan variablemente abundantes en fertilidad para que todos pudiéramos alcanzar una vida digna; abramos nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos responder al don de la creación.
Depende de nosotros el destino de nuestra casa: hacerla morada de Dios con los hombres o llevarla a una degradación insospechada de escenarios catastróficos. Trabajemos por extender entre nuestros familiares, amigos, y vecinos, la conciencia de un nuevo estilo de vida, en base a una ecología integral, que sin duda las nuevas generaciones mucho lo agradecerán.
Pidamos a Dios, nuestro Padre, por nuestras autoridades y por todos los que tienen posición de liderazgo para que, con el auxilio divino, colaboremos los ciudadanos a edificar, en nuestra Patria y en el mundo entero, la prometida ciudad santa.