"Un sistema educativo debe poner a la persona en un lugar central y respetar a la familia" Carlos Osoro: "Necesitamos una ley educativa que sea fruto del consenso y que tenga horizontes de futuro"
"Una ley educativa expresa cómo se desea configurar un nuevo modo de entender a la persona y sus relaciones, cómo se quiere construir la convivencia, la escala de valores que deseamos que la sustente"
"Rechazamos visiones del hombre trasnochadas y basadas en el materialismo, el idealismo, el individualismo y colectivismo"
En este tiempo de COVID-19 han pasado muchas cosas que nos han afectado profundamente. Y hoy el mundo atraviesa varias crisis de naturaleza muy diversa. Por la situación previa a la pandemia, por la propia pandemia y por lo que esta ha provocado se acumulan problemas sanitarios, demográficos, económicos, financieros, laborales, políticos, ambientales, migratorios, educativos... que afectan de forma especial a los más vulnerables.
En este contexto, los cristianos apelamos al bien común, un camino en el que cada uno ponemos lo mejor de nosotros mismos, en el que las tareas y las responsabilidades se dividen y comparten. Tenemos la certeza de que Cristo redimió al ser humano y quiere recomponer en cada uno de nosotros su misma capacidad de relación con los otros. Nos regala esa caridad que brota de su Corazón y que siempre genera una búsqueda de justicia, que es un canto de fraternidad y de solidaridad y un estímulo permanente para construir la cultura del encuentro. En todas las partes de la tierra hay muestras de cómo los cristianos aportan ese amor del Señor que fragua las relaciones e intensifica la creatividad.
En España, en este tiempo de grandes cambios y grandes retos, se está tramitando también una nueva ley de educación. A mi modo de ver, una ley educativa es la manifestación de lo que deseamos para el futuro de un pueblo. La educación es clave para el presente y el futuro de una nación. Una ley educativa expresa cómo se desea configurar un nuevo modo de entender a la persona y sus relaciones, cómo se quiere construir la convivencia, la escala de valores que deseamos que la sustente y que nunca es aséptica, pero que debe respetar lo que es constitutivo del ser personal y de su historia colectiva. ¿Qué hacer en estas circunstancias que vivimos para humanizar la educación, es decir, para construir un sistema educativo que fragüe la cultura del encuentro, del diálogo, de la esperanza, de la inclusión, de la cooperación?
Desde el punto de vista de un cristiano, hemos de caer en la cuenta de que el ser humano tiene momentos diversos en su vida y en su historia colectiva. Hay momentos oscuros en los que puede encerrarse en sí mismo y perder la perspectiva. Hay otros momentos de muerte, por decirlo de una manera clara, en los que se intenta anular al otro porque piensa diferente, porque sus proyectos son distintos y el mío deseo que sea el que triunfe... Anular en educación es no reconocer las dimensiones que el ser humano tiene, que a algunos les hacen situarse en la vida como creyentes, y coartar los deseos de humanizarse y de humanizar. Nadie puede hoy poner en duda que la fe cristiana humaniza. Otros momentos son de luz. Hay claridad, hondura y perspectivas; miramos al otro en lo que es; nos abrimos a todo y a todos, no hay miedo ni prejuicios a nada.
En este sentido, ¡qué bueno es mirar a la Iglesia entrando en todas las culturas y viendo que no rechaza nada que sea verdadero y santo! Ella debe anunciar a Cristo como signo de amor universal y fuente de toda gracia. Y así se establece en todas las partes de la tierra, llevando una manera de entender la vida y de ver al prójimo, que en algunos momentos se rechaza, pero al final se llega a la conclusión de que el proyecto de persona que ofrece es un bien para la sociedad. En épocas nuevas, la Iglesia siempre ha tenido el atrevimiento y la osadía que le da Jesucristo para presentarse en medio del mundo diciendo a los hombres: os ofrezco un nombre nuevo, hijos y hermanos. Da sentido a nuestras vidas para ser y hacer, nos cambia el corazón y, donde antes entraban unos pocos, ahora entran todos.
Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI, en esta nueva época la cuestión social es una cuestión antropológica (cfr. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 75). Es importante mostrar itinerarios formativos que den salidas a los desafíos actuales. Una nueva ley educativa debe dar salidas a estos desafíos. Y este desafío hoy es la cuestión antropológica, el ser humano como tal. De ahí la importancia de los sistemas educativos y todos los planes de educación. La cuestión educativa es de capital importancia para entrar en esta nueva época, debe servir a la persona y no servirse de la persona. Los objetivos más altos de la humanidad se alcanzan dando todas las posibilidades al ser humano para que descubra él por sí mismo quién es. Son necesarios sistemas educativos abiertos y no cerrados. Sistemas que sitúen a la persona humana en un lugar central, en diálogo y encuentro, buscando siempre el bien común y no cerrando ninguna de las dimensiones esenciales que tiene. Tenemos que dar alma a este mundo.
Rechazamos visiones del hombre trasnochadas y basadas en el materialismo, el idealismo, el individualismo y colectivismo. Son visiones en decadencia, que intentan ejercer aún una influencia y que entienden la educación como un proceso por el que adiestramos a la persona para la vida pública, donde corrientes diversas compiten para ver cómo lo hacen mejor. Esto lleva a construir sistemas educativos cerrados, en los que predomina quien tiene más fuerza. Los resultados son evidentes: aparece la cultura del consumo, la ideología del conflicto, el pensamiento relativista...
Un sistema educativo debe poner a la persona en un lugar central y respetar a la familia, entendiendo que es la primera sociedad natural y poniéndose a su lado desde una concepción correcta de la subsidiariedad. No pueden predominar otros intereses, ni económicos, ni políticos, ni ideológicos... Hemos de situar a la persona en el marco de relaciones que en todo ser humano existen. No hagamos solamente servicios formativos. Hemos de impulsar a vivir, a estudiar y a actuar en razón del humanismo solidario; ofreciendo lugares de encuentro, de confrontación, y creando proyectos educativos válidos que abracen todas las dimensiones de la persona. Necesitamos una ley educativa que piense en las personas, que sea fruto del consenso y que tenga horizontes de futuro.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid