El primer regalo del año
Como centro de la comarca, Solíus, un monasterio sencillo, pequeño, yo diría casi de “juguete”, muy apropiado para “jugar” al encuentro de un Dios que nos ama y nos busca. Dios, como un buen jugador al “escondite”, quiere que le busquemos. Como nos sugiere por medio del profeta Amós: “Así dice el Señor: buscadme y viviréis” (5,4)
La comunidad es pequeña, una docena de monjes, yo diría, más bien, una pequeña familia, lo cual lleva a conocerse en profundidad, a vivir unas relaciones humanas y espirituales, que a veces pueden suponer una dificultad en la convivencia, pero por otro lado cuando llegamos a vivirlas, simplemente con sentido común, con una atención espiritual al detalle, a las pequeñas cosas de la vida diaria, pueden suponer una profunda riqueza para las personas que están conviviendo.
Que es un vivir concreto la sabiduría de la Regla: “Que se avancen a honrarse los unos a los otros, que se soporten con paciencia las debilidades, tanto físicas como morales, que se obedezcan mutuamente”… (RB 72)
No es, claro está, como el monasterio de Poblet, que es enorme, grande. Como decía una recordada monja del monasterio de Valdonzella en Barcelona: “Los monasterios, grandes, bien grandes… para no encontrarnos”. Toda una proclamación de la Regla de san Benito en su Capítulo 6, sobre el silencio: “Hagamos lo que dice el profeta: Me he dicho a mí mismo: vigilaré mis pasos para no pecar con la lengua”…
Sí, en los monasterios es necesario ese no-encontrarnos que nos permita escuchar a Dios que habla en el silencio, y al silencio del corazón. Y también es bueno un encontrarnos para ayudarnos en un clima de familia a descubrir la bondad de las pequeñas cosas de la vida, que el hombre de hoy con el ritmo de la sociedad vive de manera muy inconsciente.
Poblet y Solius, dos espacios monásticos de gran belleza y camino siempre abierto a descubrir a Dios en la experiencia de tu corazón personal.
Pero me he desviado de la afirmación primera: Hablaba del “primer regalo del año”.
Yo cuando era pequeño en mi pueblo de Ballobar, con los amigos de infancia íbamos a “robar” cerezas al campo, al mismo cerezo. A veces sucedía que venía el dueño, nos perseguía y echábamos a correr, con la mala suerte, a veces, que al bajar del árbol a todo correr se nos enganchaba el pantalón y se rompía. Luego se completaba la travesura con un par de zurras en casa por el pantalón roto… Yo pienso que de estas travesuras de la infancia me ha quedado eso de “robar” la fruta en el árbol. Ahora sin rotura de pantalones, claro. Y también tomar la fruta sin intermediarios tiene algo de especial…
Y cuando voy a Solius le pregunto a fra Albert, un monje que se conoce hasta los cantos de los diversos pájaros del bosque, si se podían robar naranjas de unos esplendidos naranjos que tiene el monasterio. Y no sólo me da el placet, sino que a veces, en el desayuno encuentro ya una naranja con el adorno de unas hojas verdes recién cogida del naranjo.
Con motivo de la ida de un monje de Poblet a realizar un retiro espiritual, a la vuelta fra Albert me envía una preciosa rama de uno de los naranjos de Solius con media docena de naranjas.
Es algo que no esperaba. Me ha sorprendido mucho este delicado gesto del monje de Solius. Gestos, que, en otros aspectos también, se pueden vivir en esta familia monástica de Solius. Y que para mi es una invitación muy viva a vivir la atención a las cosas pequeñas de la vida cotidiana
La sabiduría monástica suele manifestarse en estos, o parecidos “regalos” inesperados cuando vivimos el ritmo de la vida en un esfuerzo consciente de abertura a las demás personas con las que convivimos.
Y esto es hoy una verdadera urgencia: vivir. Vivir el camino de la vida. Lo vivimos cuando lo hacemos conscientemente, una conciencia viva, despierta, de cada día que nos regala Dios. El ritmo frenético, crispado, de nuestra sociedad nos altera la vida, nos roba la paz. “No tengo tiempo” es uno de los slogans actuales. Pero si no tienes tiempo ¿qué te queda?... ¡VIVIR!, es, hoy y siempre, lo único URGENTE.