El congreso de Teología de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Siendo más joven siempre quise ir al congreso de Teología Juan XXIII, pero como siempre ocurre con estos eventos, no te enterabas ni que se estaba celebrando. Con el tiempo he perdido la ilusión y hasta las ganas. Con el tiempo muchas de las figuras de la Asociación Juan XXIII han sido una decepción y un desencanto.
Hoy no les tengo ninguna especial manía, pero me exasperan. Me molesta muchísimo que esos mismos teólogos que acusan de mirarse el ombligo a los obispos hagan exactamente lo mismo. Es más, me molesta muchísimo su falsa preocupación por los desfavorecidos, y como algunos lectores ya sabrán, tengo animadversión contra todos los individuos que van arrojando pobres o abortos sobre las caras de otros. En el caso de los teólogos de la Juan XXIII su mayor énfasis es arrojar pobres.
Pienso que ya está bien de tanta hipocresía. Acusar a la Iglesia de no hacer nada contra la crisis es demagogia y además es mentira. Los que si no han hecho nada, y eso que sepamos, es esa panda de vendedores ambulantes de libros de dicha asociación. Todavía no he visto ninguna iniciativa suya de rebajarse el salario para donarlo a los afectados por la crisis o de ayudar desde los comedores de Cáritas diocesana. Si algo han hecho desde dicha asociación que me lo digan y yo gustosamente rectifico. Pero si ellos nada han hecho, no critiquen a quienes han hecho mucho más que ellos.
Muchos teólogos de dicha asociación han abandonado el mensaje esperanzador para meterse en un mensaje de rencor hacia todo lo que huela a Iglesia Católica. Con su forma de actuar, se dedican a fulminar toda esperanza posible de comunión. Se puede ser críticos con la Iglesia, pues si, pero no de cualquier forma.
Pero hay otra cosa que me irrita de ellos, y es que empiezo cada día menos a soportar que hablen más de Jesús de Nazaret en lugar de Jesucristo. Ya se que son la misma persona, pero en ellos su manía parece tornarse en catalogarlo más como hombre sencillo hijo de Dios que un día le entró la ventolera de salir a dar tres voces de protesta por los caminos. Más vale que se hablase de ese Jesús que es Dios mismo hecho carne, que vino a demostrarnos lo mucho que Dios nos quería hasta el punto de ser capaz de dar su vida. Pero eso parece como olvidado en sus discursos, en su lugar hacen de Cristo un salvador de pobres y mendigos, un médico o un curandero, o una especie de revolucionario que se cepillaron las autoridades. El problema real es que resaltan tanto una cosa hasta lograr diluir lo otro.
Estoy aburrido, estoy cansado y harto de ellos. Me molesta que semejantes señores quieran alzarse como figuras de un progresismo de escaparate. Son capaces de aliarse con un gobierno que se plantea limitar la manifestación pública de nuestra Fe. O con unos sectores religiosos que desprecian el catolicismo y aspiran a retirarle derechos a la Iglesia para ganar terreno para sus religiones. No me parece que quieran una Iglesia Católica reformada, sino refundada, porque así ellos serían las figuras indiscutibles y podrían seguir con su progresiva venta de libros.
Desde luego con esa actitud no puedo comulgar con ellos, y con alabanzas mías por tanta pobreza de argumentos ni sueñen. Es más, cuanto antes se acabe ese trasnochado progresismo, antes podremos construir mejor sin esa necesidad de destruir, pues me molestaría tanto un episcopado de un Rouco como el de un Juan José Tamayo.
Hoy no les tengo ninguna especial manía, pero me exasperan. Me molesta muchísimo que esos mismos teólogos que acusan de mirarse el ombligo a los obispos hagan exactamente lo mismo. Es más, me molesta muchísimo su falsa preocupación por los desfavorecidos, y como algunos lectores ya sabrán, tengo animadversión contra todos los individuos que van arrojando pobres o abortos sobre las caras de otros. En el caso de los teólogos de la Juan XXIII su mayor énfasis es arrojar pobres.
Pienso que ya está bien de tanta hipocresía. Acusar a la Iglesia de no hacer nada contra la crisis es demagogia y además es mentira. Los que si no han hecho nada, y eso que sepamos, es esa panda de vendedores ambulantes de libros de dicha asociación. Todavía no he visto ninguna iniciativa suya de rebajarse el salario para donarlo a los afectados por la crisis o de ayudar desde los comedores de Cáritas diocesana. Si algo han hecho desde dicha asociación que me lo digan y yo gustosamente rectifico. Pero si ellos nada han hecho, no critiquen a quienes han hecho mucho más que ellos.
Muchos teólogos de dicha asociación han abandonado el mensaje esperanzador para meterse en un mensaje de rencor hacia todo lo que huela a Iglesia Católica. Con su forma de actuar, se dedican a fulminar toda esperanza posible de comunión. Se puede ser críticos con la Iglesia, pues si, pero no de cualquier forma.
Pero hay otra cosa que me irrita de ellos, y es que empiezo cada día menos a soportar que hablen más de Jesús de Nazaret en lugar de Jesucristo. Ya se que son la misma persona, pero en ellos su manía parece tornarse en catalogarlo más como hombre sencillo hijo de Dios que un día le entró la ventolera de salir a dar tres voces de protesta por los caminos. Más vale que se hablase de ese Jesús que es Dios mismo hecho carne, que vino a demostrarnos lo mucho que Dios nos quería hasta el punto de ser capaz de dar su vida. Pero eso parece como olvidado en sus discursos, en su lugar hacen de Cristo un salvador de pobres y mendigos, un médico o un curandero, o una especie de revolucionario que se cepillaron las autoridades. El problema real es que resaltan tanto una cosa hasta lograr diluir lo otro.
Estoy aburrido, estoy cansado y harto de ellos. Me molesta que semejantes señores quieran alzarse como figuras de un progresismo de escaparate. Son capaces de aliarse con un gobierno que se plantea limitar la manifestación pública de nuestra Fe. O con unos sectores religiosos que desprecian el catolicismo y aspiran a retirarle derechos a la Iglesia para ganar terreno para sus religiones. No me parece que quieran una Iglesia Católica reformada, sino refundada, porque así ellos serían las figuras indiscutibles y podrían seguir con su progresiva venta de libros.
Desde luego con esa actitud no puedo comulgar con ellos, y con alabanzas mías por tanta pobreza de argumentos ni sueñen. Es más, cuanto antes se acabe ese trasnochado progresismo, antes podremos construir mejor sin esa necesidad de destruir, pues me molestaría tanto un episcopado de un Rouco como el de un Juan José Tamayo.