Irrumpe el Espíritu y evoluciona la vida Espíritu de Luz fecunda tinieblas

Cuatro Encarnaciones y una Navidad

(Prosigue la serie de posts en este blog:  “Pensar la vida y cantar la fe, con Unamuno ante el Cristo de Velázquez”, n. 4)

 1. En la génesis de la creación, “la tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios: -Que exista la luz. Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de la tiniebla: llamó Dios a la luz día, y a la tiniebla noche, Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero. (cf. Gen 1, 2-5)

 Tal es la primera Encarnación del Espíritu divino: su irrupción en las tinieblas de la tierra, punto de arranque para el nacimiento y evolución de la vida.

2. Dijo el mensajero en sueños a María: Concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús... El Aliento de Vida irrumpirá dentro de ´ti, su poder te cubrirá con su sombra. (cf. Lc 1, 31-35).

 Dijo el mensajero celeste en sueños a José: “No tengas reparo en acoger a María y unirte a ella como esposo. En lo concebido en su seno irrumpe la acción del Aliento de Vida  (compatible con vuestra unión), Dará a luz a vuestro hijo, a quien llamarás Jesús.( cf. Mt 1, 20)

 Tal es la segunda Encarnación del Espíritu divino: irrupción en el seno de María para encarnarse el Aliento de Vida en el óvulo fecundado implantado en la oscuridad silenciosa del útero materno cuando se gesta el proceso fetal, camino hacia el alumbramiento.

 3. El día primero de la semana, estando las puertas cerradas por miedo a las autoridades del régimen antiguo, llegó Jesús, El Que Vive, apareció en medio de ellos, su Aliento de Vida iluminó los ojos del corazón para que pudieran verle resucitado. Sopló sobre ellos y dijo:  Paz con vosotros. Recibid el Espíritu Santo. Os envío como yo fui enviado, para que seáis pacificados y pacificadores. (cf. Jn 20, 21-23; ).

 Tal es la tercera Encarnación del Espíritu divino durante el proceso pentecostal que da lugar a la misión de la que nace la comunidad eclesial del pueblo que camina por la historia, cuya fe  evoluciona y se transforma animada e impulsada por el poder del Espíritu.

 Pablo escribe así a las comunidades de Galacia: “El que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos...” (Gal 1, 3). El Aliento de Vida llama a despertar a la Vida en el silencio contemplativo: “Despìerta, tú que duermes, levántate de la muerte y te iluminarrá el Salvador (cf Ef. 5, 14).

Tal es la cuarta Encarnación del Espíritu divino en el silencio que guía desde la noche oscura hacia el alba de iluminación a místicas y místicos, como Pablo de Tarso y Teresa de Ávila, o también a Siddharta Shakamuni y cuantos se dejan alcanzar por la Luz y Vida del Camino.

 Al poeta don Miguel, que rezó ante el cuadro de Velázquez anhelando creer, las palabras del Génesis ( 1, 2 y 7) y Pablo (1 Co 4,6) , le abrieron los “ojos del corazón” para contemplar con pensamiento poético los diversos momentos temporales de la encarnación del Espíritu de Vida:

1)  en las tinieblas de la materia,

2) en el útero materno,

3) en la comunidad pentecostal

4) y en la mente paulina, cegada durante el camino por la luz que le despierta.

 Así percibió el poeta las dichas encarnaciones del Espíritu de Luz y Vida en las tinieblas de la tierra y la humanidad en “modo de Adviento y Navidad”:

La luz que te rodea es el espíritu / que fluye de tu Padre el Sol eterno/ las tinieblas rompiendo, y a nosotros / de Tí, su luna en nuestra noche triste, / Espíritu de Dios que se movía / sobre el abismo de aguas tenebrosas / cuando mandó Quien es: “Hágase lumbre!”; / y del seno brotó de las tinieblas / el Espíritu-Luz que de tu rostro / nos trae al corazón vivo trasunto / del Mismo a cuya imagen se nos hizo / y a cuya imagen, Tú, te hiciste lumbre. / Y esa luz es amor y ella nos funde; / nos funde y meje de tu iglesia eterna/ la humanidad divina en las entrañas. / Viste la luz tu desnudez, diamante /  de las aguas de encima de los cielos; / y al tocar en tu cuerpo las tinieblas / se escarchan en blancor de viva luz!

(Miguel de Unamuno, El Cristo de Velázquez, III, I ; para quienes consulten la edición crítica del poema unamuniano, tal como está cuidadosamente numerada en la traducción al japonés por Misaki ABE, ed Hosei, Tokyo, 2018, véanse los versos nn. 1186 al 1196)

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