Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Ponerle nombre a Dios (María , Madre de Dios)
En este misterio se les dará a María y a José la responsabilidad y el cuidado de poner nombre al salvador, sacramento de encarnación y definitividad.
MARÍA, MADRE DE DIOS
Lucas 2,16-21
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Dios tiene nombre
La fuerza creadora de Dios venía de una palabra que se cumplía. Al hágase cotidiano respondía un trozo de realidad nueva que encontraba su ser, siendo llamada para que existiera, sin ser forzada sino querida y pensada por un amor fecundo. Llama la atención que la divinidad diera el encargo al hombre de ponerle nombre a todas las criaturas que habían nacido de su voluntad creadora, era el modo de darle y encargarle el cuidado de todo. Poner nombre es poner en sus manos, en su responsabilidad, la realidad que le envuelve y le supera, pero con la que puede tener una relación amorosa y creativa, porque de ella va a recibir vida y sustento. Toda la historia de la salvación se va jalonando porque las promesas de Dios se van cumpliendo. El hombre va entrando en la confianza en el Señor porque las cosas van siendo como les han sido dichas y reveladas. La plenitud de esa confianza la encuentran los pastores que se vuelven dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído. En este misterio se les dará a María y a José la responsabilidad y el cuidado de poner nombre al salvador, sacramento de encarnación y definitividad.
Timoteo será su nombre
No se lo esperaba. El abuelo no tenía en mente que el primer nieto en su familia iba a llevar su nombre, pero así ha sido. Recuerdo cuando Moisés y Janet me llamaron alegres para comunicarme la buena noticia de que esperaban un hijo. Más adelante en alguna conversación salió el tema común y propio de estos momentos, qué nombre pondrían a la nueva criatura. Ellos lo tenían claro, pero en secreto, si era niño se llamaría como el abuelo Timoteo, un modo de homenajear y reconocer el agradecimiento y la bondad de los que se han entregado a nosotros. Hoy me envían foto del bautismo, desde Aldeacentera, el pueblo de Timoteo. Me encanta la disposición del momento sacramental, aparecen Janet y Moisés, los padres, vestidos con trajes extremeños. Ella es de Colombia, pero desde el primer momento que contactó con la familia y pueblo de Moisés, se ha sentido parte de esa realidad como propia; por eso la abuela le confeccionó su traje de extremeña. El niño también lleva su traje bautismal de la tierra con el significado que eso tiene para todos, de raíz e identidad, a la vez que de universalidad. El sacerdote Delphin es de color negro, origen africano. El cuadro se me hace universal y concreto. El nombre que recibe al bautizarse es propio, concreto, singular, pero el modo de recibirlo, decidido por su madre y su padre, proclamado por un sacerdote de otro continente, le hace niño de todos los pueblos.
Poner nombre a un niño, algo cotidiano y que a veces se recubre de laboriosidad, ingenio, novedad, extrañeza, es algo profundo y sacramental. Podríamos decir que es función sagrada, no tanto por el nombre elegido, sino por lo que significa: acoger, responsabilizarse, acompañar, cuidar, querer, proteger, educar, fortalecer, liberar, sanar y salvar. No deja de ser abrazar lo pequeño, frágil, dependiente y bendecirlo para la fecundidad de su persona y su misión en el mundo, en libertad y justicia. Es una misión marcada por el riesgo y la tensión de la responsabilidad; pero al mismo tiempo por la alegría y la esperanza que nos dinamiza en la transmisión de la vida y nuestra potencia creadora junto a Dios. Así lo entienden y celebran Moisés y Janet, así se ha vivido y gozado en esta comunidad cristiana rural, y así lo hemos contemplado en muchos lugares, muchas personas que tenemos contacto con sus progenitores y familiares y que aguardamos con gozo verle crecer en edad, gracia y sabiduría, formando parte de su red y su tribu.
Yo me gozo porque sé que el hecho de bautizarse en la Vigilia Pascual y de llevar ese traje de bautismo sencillo y festivo de extremeño siendo acompañado por sus padres con el mismo atuendo, significan claves de vida y de sentido para ellos: la fe y el pueblo sencillo, Dios, la vida y la comunidad, enredados en lo universal desde lo concreto y singular del vivir diario y cotidiano. Recuerdo con mucha alegría el día del matrimonio de estos padres y su compromiso de abrirse a la vida y a los hijos, para transmitirles la fe y el don de la vida eterna que ellos mismos sienten en sus corazones y aguardan como plenitud. Bienvenido Timoteo, tu nombre es único y tú vas a serlo también. Ah…. y música y cantos no te van a faltar, ya lo oirás y verás.
Ponerle nombre a Dios
Moisés al descubrirse llamado por Dios para la misión de liberar a su pueblo en Egipto, le pide que le revele su nombre para poder apoyarse en él a la hora de comunicar la noticia a sus paisanos. Dios, más que nombrarse, le pide que lo vaya nombrando desde sus acciones: “Yo soy el que soy (actúo)”. La obra le va determinando en su ser y, por ello en su nombre, pasando desde el ser creador, a ser liberador y salvador. Dios creador y salvador son el mismo, el que crea es el que puede liberar y salvar a su pueblo. Él saca vida de la nada, eso que decimos nosotros muy filosóficamente de la “creatio ex nihilo”, pero que en la vida es muy expresivo de lo que es la generosidad y el don de lo gratuito. El pueblo cuando se ve liberado de la esclavitud de Egipto y gozoso en la tierra prometida lo entiende perfectamente. No eran nada y ahora son pueblo, todo por la acción bondadosa de un Dios que es pura gratuidad. El Señor, por tanto, se llama el liberador y el salvador.
María, elegida para ser la madre del Salvador, entiende que el nombre de su hijo, fruto del Espíritu, ha de ser Jesús, porque él va a salvarnos a todos. Ella llena del Espíritu ha de poner nombre a Dios por su acción en medio de la historia: nazareno, maestro, hijo, hermano, crucificado, resucitado, salvador. Desde lo concreto y singular a lo universal, desde lo más temporal a lo eterno, desde lo pequeño al poder de la Resurrección. Pero ella siempre a su lado también se va nombrando en su acompañamiento: virgen, esposa, madre, nazarena, hermana, sufriente, testigo de resurrección, colaboradora de la salvación.
También la Iglesia y cada uno de nosotros estamos llamados a nombrar a Dios en medio de nuestra historia, a colaborar con Él en la acción salvífica de anunciar su evangelio a todos los hombres. Hoy el Señor quiere ser nombrado desde la justicia y la dignidad de todo lo humano y todo lo creado. Nos pide poner nombre a todo en la ecología de lo integral, en la armonía que produce verdad y paz en la justicia, en lo natural y lo sano, en la igualdad y en lo fraterno. Nos toca bautizarnos en la realidad de un modo encarnado, buscando la santidad en el gozo y en la alegría, así como en las tristezas y en los fracasos de esta historia y en el momento que nos ha tocado vivir. Tenemos la tarea de poner nombres salvíficos allí donde se nombra dolor, muerte, violencia o injusticia. No se nos pide hacerlo desde el “todopoderoso”, sino con el humilde y sencillo nazareno que, en un pesebre y envuelto en pañales, se llama Salvador del mundo, siendo del pueblo.
Notas hilvanadas
“Bienvenida a casa pequeña gran revolución, que con tus pasos, marcas un nuevo rumbo en dirección”
(Izal-Pequeña gran revolución)