Gracias, Papa Francisco

Llegaste presto, desde el primer momento, a aceptar el reto de afrontar los problemas provocados por unos pocos y a trasmitir la alegría del evangelio a unos muchos.

Llegaste en un momento en el que Benedicto había tomado el toro por los cuernos, reconociendo que no tenía la salud requerida para afrontar los problemas y retos que la Iglesia debía afrontar. Su marcha fue un gesto heroico y ejemplarizante que ha pasado a la historia.

¿Cuales son las claves del cambio que impulsaste?

Te presentaste rompiendo la imagen de “Papa” distante que bendice al pueblo y reivindicando ser el “obispo de Roma” que pide la bendición de sus diocesanos para él.

Te mostraste a través de gestos sencillos. Propios de una persona que no es un actor sino que es libre por dentro, trasmitiendo la convicción de que son gestos auténticos. Con austeridad auténtica y nada fingida; con un tono espontáneo y un lenguaje cercano, que la gente entendió.

Situándote cerca de la gente común fuiste percibido y valorado como un hombre de Dios.

Insististe en ir al núcleo del evangelio; en abrirse a Dios y a los otros; en ser conscientes de que entre “los otros” los más necesitados son los prioritarios.

Pusiste el rumbo hacia una Iglesia “en salida”, “hacia las periferias”.

Rompiste con la imagen de Iglesia triste y encerrada en sí misma y la presentaste como un “hospital de campaña”, en el que prima la acogida y misericordia.

Fuiste maestro que previene, con la palabra y el ejemplo, contra la vanidad espiritual, con pavonearse a través de la púrpura.

Recomendaste a los pastores de la Iglesia mezclarse entre la gente hasta el punto de llegar a “oler a oveja”, como un pastor que ama a sus ovejas.

Nos enseñaste que afrontando la vida con actitud cristiana el sufrimiento no desaparece, pero que con esa actitud la tristeza se diluye. Una actitud que hace que ser cristiano no sea una carga sino un privilegio.

Dejaste claro cómo evangelizar: desde el testimonio personal de alguien que ha experimentado lo que predica; que lo ha vivido y que ha descubierto el amor de Dios.

En un tiempo de crisis, de falta de esperanza, de ausencia de fe y de vacío existencial nos animaste a perder el miedo a mostrarnos como creyentes.

El balance que has dejado es que estamos en camino de lograrlo. Poniendo en valor la alegría que emana del evangelio y el trabajo callado de tantos hombres de Dios; creyendo que es posible y gozando del privilegio de creer.
Volver arriba