Déjame compartir un texto que me impactó cuando lo leí y que cada vez que lo releo vuelve a impactarme. Es de Charles Péguy y escribe sobre el perdón generoso de Dios y la dificultad de acoger ese genuino perdón de Dios:
“Hay algo peor que tener un alma mala. Es tener un alma habituada. Se ha visto a la gracia introducirse en un alma mala y salvar lo que parecía perdido. Pero no se vio jamás mojar lo que estaba barnizado, ni atravesar lo impermeable, ni empapar lo habituado”.
Es el peligro de los que nos consideramos “gente honrada”. Carecemos de la abertura que hace una herida, una inolvidable angustia, una ruina perfectamente enmascarada, una cicatriz permanentemente mal cerrada.
Si no soy consciente de tener heridas no soy vulnerable. Si no veo mis llagas no seré curado. Si no me reconozco caído, no será jamás recogido; si no me veo sucio, no será jamás limpiado. No presento esa apertura a la gracia que es esencialmente el pecado.
Péguy nos advierte contra el peligro de no sentirnos necesitados de ese perdón de Dios; de creernos personas honradas con algunos pecadillos, pero sin necesitar un cambio trascendental en nuestra vida; de tener un alma “habituada” y una coraza exterior que impide la entrada a raudales de la gracia y del perdón de Dios.
Y, haciendo referencia a Jesús, nos dice que poco se nos puede perdonar porque tenemos poco amor.