¿Son "católicas" las universidades católicas?
¿Son “católicas” las universidades católicas? Difícil decirlo. En realidad, esta pregunta solo puede responderla el Padre Eterno. Si no fueran cristianas, no serían católicas. Pero solo Dios sabe qué es cristiano y qué no. Sin embargo, la pregunta nos sirve para orientarnos en lo que buscamos. Esto es, una universidad al servicio de la misión de la Iglesia.
El marco más amplio en el que se ubica el tema, es el de la relación de la Iglesia con la sociedad. La universidad católica hace real este vínculo. La universidad depende del vínculo que la Iglesia establezca con la sociedad. Pero también la Iglesia depende del vínculo que la universidad establezca con la sociedad. De este ir y venir de la Iglesia a la universidad, en la sociedad, depende en parte el cumplimiento de la misión de la Iglesia, cual es la edificación de la “civilización del amor” (Pablo VI).
La relación de la Iglesia con la sociedad puede darse en diversos esquemas eclesiológicos. Hasta el Concilio Vaticano II ha podido prevalecer un esquema decimonónico de confrontación y de condena de la Iglesia a la modernidad. Este planteamiento ha caracterizado una discordia estéril y nociva. Muchos de nuestros contemporáneos se han alejado de la Iglesia. Pero, por otra parte, nuestras sociedades no han llegado a conocer suficientemente el Evangelio y sacar de él todas sus consecuencias humanizadoras y socializadoras.
En el Vaticano II se hicieron presentes otros dos esquemas eclesiológicos, ambos positivos. Entonces la Iglesia se planteó en términos amistosos ante la época. En uno de ellos, todavía se acentuó la diferencia entre Iglesia y mundo: se supuso que ambos eran los interlocutores de un diálogo a favor de mayores niveles de humanidad. Pero la representación ha sido la de una realidad frente a la otra; la de un diálogo de la Iglesia “con” el mundo, en el entendido de que la Iglesia enseña y, a veces, aprende del mundo.
En un segundo esquema, también conciliar, se entendió que la Iglesia es una realidad “mundana” en el mejor sentido de la palabra. En este caso la Iglesia está “en” el mundo y el mundo “en” la Iglesia. Todo lo que ella tiene que aportar como evangelización puede hacerlo solo de un modo “mundano”. En otros términos, de un modo empático y autorreflexivo. Esto es patente en la Constitución Apostólica Gaudium et spes: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (Gaudium et spes, 1).
En este esquema la Iglesia no se impone a la cultura contemporánea (esquema preconciliar) ni dialoga simplemente con ella (primer esquema conciliar), sino que discierne en ella –en su propia mundanidad– los signos de los tiempos y anuncia el Evangelio en clave verdaderamente civilizadora.
Este último esquema fue posible elucidarlo en la medida que prevaleció en el Concilio la convicción teológica de la salvación universal. Lo fundamental, absolutamente esencial, pasó a ser el amor de Dios por todos los hombres y el de estos entre sí (Lumen gentium, 1, 14). El Concilió reconoció explícitamente que Dios encuentra a cada uno y a cada pueblo el camino de su salvación, por vías que la Iglesia puede desconocer (Gaudium et spes, 22; Ad gentes, 7). La verdad de la salvación pasó a ser un dato antropológico cumplido ya en toda la humanidad gracias al acontecimiento Jesucristo. Esto no hace superflua a la Iglesia, pero la obliga a redescubrir su ubicación en la historia y a redefinir su servicio de la humanidad.
¿Qué podrá significar este modo de entender las relaciones de la Iglesia con la sociedad y la cultura, para las universidades católicas? Por lo menos dos cosas:
• La universidad encuentra la verdad “en” la sociedad. Ella no tiene ninguna verdad que enseñar a nadie que haya podido ser descubierta sin los demás o por vías divinas pero no humanas. (Como ocurre con la Encarnación: a Dios lo encontramos completamente en el hombre Jesús).
• La universidad católica constituye un lugar de arraigo de la Iglesia en un mundo en el que la verdad, incluso la verdad de Cristo, se encuentra gracias al diálogo y la discusión, a la crítica y a la autocrítica. La universidad católica, en realidad, no dialoga “con” la sociedad, sino “en” la sociedad, en el tejido de lo humano, social, cultural e históricamente en desarrollo. Pasándolo todo sin excepción por la criba de la razón, la universidad católica destila la verdad eterna en verdades temporales civilizadoras y, por esto mismo, preserva a la Iglesia del fideísmo, del fanatismo y de múltiples equivocaciones.
¿Son “católicas” las universidades católicas? Sí, cuando buscan la verdad que Dios nos revela humano modo, esto es, a través de todos los hombres, en la pluralidad de lo humano y en el incesante cambiar de los tiempos.
El marco más amplio en el que se ubica el tema, es el de la relación de la Iglesia con la sociedad. La universidad católica hace real este vínculo. La universidad depende del vínculo que la Iglesia establezca con la sociedad. Pero también la Iglesia depende del vínculo que la universidad establezca con la sociedad. De este ir y venir de la Iglesia a la universidad, en la sociedad, depende en parte el cumplimiento de la misión de la Iglesia, cual es la edificación de la “civilización del amor” (Pablo VI).
La relación de la Iglesia con la sociedad puede darse en diversos esquemas eclesiológicos. Hasta el Concilio Vaticano II ha podido prevalecer un esquema decimonónico de confrontación y de condena de la Iglesia a la modernidad. Este planteamiento ha caracterizado una discordia estéril y nociva. Muchos de nuestros contemporáneos se han alejado de la Iglesia. Pero, por otra parte, nuestras sociedades no han llegado a conocer suficientemente el Evangelio y sacar de él todas sus consecuencias humanizadoras y socializadoras.
En el Vaticano II se hicieron presentes otros dos esquemas eclesiológicos, ambos positivos. Entonces la Iglesia se planteó en términos amistosos ante la época. En uno de ellos, todavía se acentuó la diferencia entre Iglesia y mundo: se supuso que ambos eran los interlocutores de un diálogo a favor de mayores niveles de humanidad. Pero la representación ha sido la de una realidad frente a la otra; la de un diálogo de la Iglesia “con” el mundo, en el entendido de que la Iglesia enseña y, a veces, aprende del mundo.
En un segundo esquema, también conciliar, se entendió que la Iglesia es una realidad “mundana” en el mejor sentido de la palabra. En este caso la Iglesia está “en” el mundo y el mundo “en” la Iglesia. Todo lo que ella tiene que aportar como evangelización puede hacerlo solo de un modo “mundano”. En otros términos, de un modo empático y autorreflexivo. Esto es patente en la Constitución Apostólica Gaudium et spes: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (Gaudium et spes, 1).
En este esquema la Iglesia no se impone a la cultura contemporánea (esquema preconciliar) ni dialoga simplemente con ella (primer esquema conciliar), sino que discierne en ella –en su propia mundanidad– los signos de los tiempos y anuncia el Evangelio en clave verdaderamente civilizadora.
Este último esquema fue posible elucidarlo en la medida que prevaleció en el Concilio la convicción teológica de la salvación universal. Lo fundamental, absolutamente esencial, pasó a ser el amor de Dios por todos los hombres y el de estos entre sí (Lumen gentium, 1, 14). El Concilió reconoció explícitamente que Dios encuentra a cada uno y a cada pueblo el camino de su salvación, por vías que la Iglesia puede desconocer (Gaudium et spes, 22; Ad gentes, 7). La verdad de la salvación pasó a ser un dato antropológico cumplido ya en toda la humanidad gracias al acontecimiento Jesucristo. Esto no hace superflua a la Iglesia, pero la obliga a redescubrir su ubicación en la historia y a redefinir su servicio de la humanidad.
¿Qué podrá significar este modo de entender las relaciones de la Iglesia con la sociedad y la cultura, para las universidades católicas? Por lo menos dos cosas:
• La universidad encuentra la verdad “en” la sociedad. Ella no tiene ninguna verdad que enseñar a nadie que haya podido ser descubierta sin los demás o por vías divinas pero no humanas. (Como ocurre con la Encarnación: a Dios lo encontramos completamente en el hombre Jesús).
• La universidad católica constituye un lugar de arraigo de la Iglesia en un mundo en el que la verdad, incluso la verdad de Cristo, se encuentra gracias al diálogo y la discusión, a la crítica y a la autocrítica. La universidad católica, en realidad, no dialoga “con” la sociedad, sino “en” la sociedad, en el tejido de lo humano, social, cultural e históricamente en desarrollo. Pasándolo todo sin excepción por la criba de la razón, la universidad católica destila la verdad eterna en verdades temporales civilizadoras y, por esto mismo, preserva a la Iglesia del fideísmo, del fanatismo y de múltiples equivocaciones.
¿Son “católicas” las universidades católicas? Sí, cuando buscan la verdad que Dios nos revela humano modo, esto es, a través de todos los hombres, en la pluralidad de lo humano y en el incesante cambiar de los tiempos.