Matador de dragones a caballo entre Occidente y Oriente Sant Jordi: el Perseo del cristianismo, un santo “verde” para los musulmanes
La celebración del Día del Libro acerca de manera especial la figura de San Jorge, sorprendente por polivalente y ecuménica, ya que amplía su reconocimiento entre los cristianos también en el mundo árabe
El joven Jorge, recibiendo por gracia divina un estandarte blanco con una cruz bordada, se dispuso a salvar a la chica (representación de la Iglesia o, mejor dicho, de su ortodoxia)
La hagiografía del santo resulta una copia del mito griego de Perseo y Andrómeda, en un elocuente ejemplo de cómo las religiones se hacen préstamos o deciden recuperar arquetipos
El culto a San Jorge en los territorios alrededor de Palestina (Georgiópolis hasta el siglo XIII) superó el ámbito cristiano en el espacio y el Imperio Bizantino en el tiempo
La hagiografía del santo resulta una copia del mito griego de Perseo y Andrómeda, en un elocuente ejemplo de cómo las religiones se hacen préstamos o deciden recuperar arquetipos
El culto a San Jorge en los territorios alrededor de Palestina (Georgiópolis hasta el siglo XIII) superó el ámbito cristiano en el espacio y el Imperio Bizantino en el tiempo
La celebración del Día del Libro acerca de manera especial la figura de San Jorge, sorprendente por polivalente y ecuménica, ya que amplía su reconocimiento entre los cristianos también en el mundo árabe. Protector por antonomasia, este santo es además de los más mimados por la iconografía.
Hijo de un matrimonio de Capadocia (ella griega y él persa), cuentan las narraciones que Jorge, legionario romano, llegó a Libia y, en la ciudad de Silene, se encontró con que un dragón atemorizaba a toda la población, que no conseguía matarlo y tan solo lo apaciguaba entregándole raciones diarias de carne animal.
Pero las ovejas se habían acabado, la fiera continuaba acechando y se decidió empezar a sortear a qué personas entregarle, para seguir saciándolo, queriendo la suerte que le tocara a la hija del rey ser la víctima a sacrificar. Y así habría sido, de no ser por el joven Jorge. Que, recibiendo por gracia divina un estandarte blanco con una cruz bordada, se dispuso a salvar a la chica (representación de la Iglesia o, mejor dicho, de su ortodoxia).
La hagiografía del santo resulta, desde ese punto, una copia del mito griego de Perseo y Andrómeda, en un elocuente ejemplo de cómo las religiones se hacen préstamos o de cómo deciden, también muchas veces, recuperar para sus relatos arquetipos antropológicos que existen desde los primeros cuentos de la historia de la humanidad. Perseo, héroe joven, fuerte y atractivo, como Jorge, había vencido a la Gorgona cortándole la cabeza y después se había encontrado, en la costa etíope, a Andrómeda (otra joven princesa victimizada) bajo captura, atada en un acantilado desde el que se la arrojaría al mar, donde esperaba una bestia marina (el dragón en la versión de Jorge).
Mártir del siglo IV
Ese salvador que libró a la princesa de ser devorada por el monstruo (no a lomos del alado Pegaso, por cierto, pero sí de un caballo blanco) logró que el pueblo entero se convirtiera, porque lo que el impresionante Jorge había pretendido en Silene era evangelizar. Lo consiguió, y el pueblo mató definitivamente al dragón y además levantó una iglesia y una fuente, de la que se dice que salían aguas curativas.
Continuando sus predicaciones por Palestina, Jorge actuaba incumpliendo el decreto romano y finalmente fue apresado y torturado, durante la persecución de Daciano (año 303). Siempre generosa en materia de suplicios, la hagiografía dice que Jorge fue martirizado con garfios, “calzados encendidos”… Pero también que tuvo a su lado a los ángeles, que le alertaron del veneno que le brindaban sus carceleros o rompían las ruedas que iban a desmembrarle… Hasta que al final murió decapitado.
Un santo “verde” en Oriente
La relevancia de San Jorge, desde su martirio, atravesó fronteras y se transformó en una devoción que arrastró a los cristianos a peregrinar a su tumba en Lydda (Diospoli), camino de Tierra Santa, impulsados por figuras como la de Santa Elena. Más aún, ese culto a San Jorge en los territorios alrededor de Palestina (Georgiópolis hasta el siglo XIII) superó el ámbito cristiano en el espacio y el Imperio Bizantino en el tiempo. Las peregrinaciones a su tumba continuaron, así como sus imágenes apotropaicas esculpidas en las casas (de Belén, por ejemplo), al margen de la religión que profesaran sus moradores.
Los países de Oriente reconocen a San Jorge, al que llaman Al-khader, "aquel que es verde y que da vida". Tal vez por la etimología de su nombre (en griego, “trabajador de la tierra”) o por su confusión con las narraciones sobre el profeta hebreo Elías o el dios Pan de la mitología griega, se le vincula estrechamente a las festividades de primavera (de ahí las rosas a Sant Jordi o las invocaciones de los campesinos, que le piden que bendiga sus máquinas agrícolas).
'D’ Aragó es el Dragó'
De las rosas y los libros en Cataluña a las fiestas de “moros y cristianos” en el litoral peninsular, pasando por la oferta de reliquias de San Jorge que atesora el patrimonio valenciano o el dicho "D' Aragó es el Dragó", este santo proporciona respaldo frente a los peligros al territorio catalano-aragonés desde época medieval. La gran devoción de los reyes de la Corona de Aragón y los Condados catalanes le inmortalizó en la imaginería como un caballero cristiano cruzado, defendiendo las murallas de la ciudad del enemigo (dragón o sarraceno, según los matices del contexto).
También patrono de Venecia y Génova, el santo mediterráneo, en su extensa iconografía, se ha identificado con Alejandro Magno por las leyendas de fidelidad de sendos caballos acompañantes y por su mistificada figura, relacionada con la vida que vence expresivamente a la muerte. A lomos de su caballo blanco, con armadura y lanza de guerrero y llevando con correa (el cinturón de la princesa) al rendido dragón, a San Jorge se le invoca también en tiempos de pestes.