Griegos y medievales árabes y cristianos defendieron concepciones holísticas De la 'muerte negra' al coronavirus: siglos de relación entre salud, ciencia y religión
Cuando Hipócrates salvó a Atenas de una gran peste, los griegos supieron evolucionar del mito (la figura sanadora, por ejemplo, del centauro Quirón, un semidios) al logos, el descubrimiento de la ciencia a partir de la observación de la naturaleza
El hombre medieval supo integrar sus expectativas de fe (los milagros de los que nos han llegado grandes compilaciones) con respuestas desde el análisis de la realidad, es decir, a partir de diagnósticos y prácticas médicas
Antes de Cristo, en la Grecia clásica, todo parece indicar que Hipócrates salvó Atenas de una gran peste. Desde entonces, el mundo ha ido conociendo nuevas epidemias, plagas y enfermedades alarmantes, como la actual propagación del coronavirus. Tanto para enfrentarse a estos escenarios de emergencia sanitaria desde el pesimismo como para intentarlo desde el saber y el empirismo, la religión se ha combinado con la ciencia, consiguiendo a veces soluciones luminosas al miedo a morir.
El despertar de la medicina: de Quirón a Esculapio
Los griegos, a los que debemos los primeros pasos de la ciencia médica, supieron evolucionar del mito (la figura sanadora, por ejemplo, del centauro Quirón, un semidios) al logos, el descubrimiento de la ciencia a partir de la observación de la naturaleza.
Convencidos de que la salud consistía en el mantenimiento de un equilibrio aristotélico (mens sana in corpore sano), los griegos fueron los primeros en escribir tratados que relacionaban el bienestar humano con el cuidado de la naturaleza. Algo absolutamente central en la actualidad (que nuestro futuro no va más allá del futuro del planeta que nos protege), defendido por cada movimiento ecologista y por el papa Francisco en Laudato Si' y en la más reciente Querida Amazonía.
Sobre aires, aguas y lugares fue uno de esos tratados en el que se daba por hecho el estrecho vínculo entre la supervivencia del ser humano y su entorno. Ese pensamiento cíclico, atávico, esencial desde el principio de los tiempos, no fue rechazado por los griegos al estructurar la medicina más allá de los remedios de curanderos, sino que integraron ambas tradiciones. Así Esculapio, pionero de la medicina, cuidó de muchos pacientes sin dejar de adorar al dios de esta disciplina, Asclepio.
Diálogo fe-razón, contra el mito medieval
Quedó escrito de Pablo que afirmaba que “la ciencia envanece; lo único verdaderamente provechoso es el amor”. Sentencias tan potentes a menudo han reducido la Edad Media al mito de una época oscura, apocalíptica y extremadamente supersticiosa o movida por el misticismo o una lectura drástica de los textos sagrados. Sin embargo, de nuevo el hombre medieval supo integrar sus expectativas de fe (los milagros de los que nos han llegado grandes compilaciones) con respuestas desde el análisis de la realidad, es decir, a partir de diagnósticos y prácticas médicas.
Así en España contamos con un legado visigodo que asocia a los astros (observados por la ciencia) a la religión, por ejemplo en los capiteles de la ermita de Quintanilla de las Viñas, en los que la Iglesia se representa como la luna y a Cristo como el sol.
Del mismo modo, el Medievo introdujo en la Península Ibérica la farmacología oriental, gracias a la llegada y permanencia de los árabes. Protectores de las ciencias, los omeyas seguían una tradición holística según la que, de nuevo, el hombre solo está sano cuando su cuerpo, interioridad y relación con el entorno no presentan problemas.
La monja que se empeñó en amar el conocimiento
Mientras Claraval se dedicaba a proclamar la segunda cruzada, Hildegarda de Bingen experimentaba en su abadía sus investigaciones médicas y botánicas. Así fue el siglo XII: gestos crueles, guerras santas... y a la vez prácticas que desarrollaron la sociedad. Desde el punto de vista religioso, esto no tenía que ser excluyente. De hecho, Santa Hildegarda es el mejor ejemplo de cómo la espiritualidad compartía espacio con la ciencia, dando lugar a un pensamiento orgánico moderno e impresionantemente contrario a esa imagen de oscuridad acrítica que se ha transmitido de los medievales.
Famosa por su libro Scivias (cuyo códice desapareció en la Segunda Guerra Mundial), en el que relata sus visiones, Hildegarda no fue solamente una mística que sería canonizada, sino una líder rotunda y una amante del estudio de la naturaleza. Sabemos que investigó los cuerpos celestes, que observó la climatología, que pintó eso que veía, que escribió música y filosofía... Y que aleccionaba a sus monjas para que fueran siempre proactivas de la virtud, la cual debía demostrarse no con charlatanería, sino “siempre ante los ojos”.
Mientras Claraval se dedicaba a proclamar la segunda cruzada, Hildegarda de Bingen experimentaba en su abadía sus investigaciones médicas y botánicas
Representada con Moisés (con sus tablas) en los brazos y con profetas como Isaac en el vientre, esta doctora de la Iglesia también nos ha llegado con una diadema en la cabeza, como la Aurora pagana, la diosa que anuncia la salida del sol.
Consejos para la polis y para el espíritu
Médico con cátedra en la facultad de Medicina de Montpellier, Arnau de Vilanova también fue consejero en la Corona de Aragón. Entre los siglos XIII y XIV se multiplicaron figuras como la suya, que por estudiar la ciencia sin abandonar las creencias (los monjes habían sido los fundadores de los primeros hospitales del mundo, así como los trabajadores sociales de entonces) se vieron sobrecargados de responsabilidades, ya que tanto monarcas como papas les requerían para la terapia y la recomendación política.
Vilanova, de hecho, escribió textos religiosos de clara inspiración franciscana, que demandaban una considerable reforma en la Iglesia; una vida despojada o bien una relación con las riquezas o propiedades “pobre”, humilde.
Siglo de aforismos y Peste negra, el XIV también fue un siglo de progresos: en la ciencia, se popularizó incluso la dietética (como medicina preventiva); en las universidades europeas, se estudiaba la medicina junto a la hasta entonces hegemónica teología. Y las ciudades de transformaron en focos de cultura en las que el trabajo se controló más o menos horizontal y racionalmente con la ayuda de gremios y juramentos entre personas que ejercían las mismas profesiones.
De la 'muerte negra' a la actualidad
Otro franciscano de la Corona de Aragón, Eiximenis, escribió en el siglo XIV su recomendación de crear una “ciudad de los dolientes” en la que encerrar a “vagos y maleantes” y demás “inútiles para el trabajo”. Viendo cómo Italia se esfuerza en contener la propagación del coronavirus, no resulta difícil imaginar esa ciudad desierta en la que el fraile medieval, tan poco franciscanamente, proponía aislar a los que no servían en la ciudad productiva.
También podemos recordar el nacimiento de muchas de las cofradías religiosas actuales, que surgieron ante emergencias sanitarias. Por ejemplo cuando el Cristo de la Cama procesionó por Zaragoza (en 1885, ¡pleno siglo de la anestesia!) porque la ciudad estaba enfrentando una epidemia de cólera.
Muchas de esas hermandades y cofradías, nacidas de la esperanza en curaciones que detuvieran las dolencias y resistieran a la muerte, hoy no saben qué pasará con sus procesiones de esta próxima Semana Santa, ante la posibilidad de que se suspendan para proteger a la población de la epidemia. Mientras, la seguridad social sigue escaseando en nuestro siglo, precisamente en aquellos lugares del mundo en los que la malaria, el ébola, el dengue o el mal de Chagas se cobran montones de vidas.