Las deportaciones, un signo de los tiempos La obispa Marriann y Cristo que llega como un ladrón
Con indignación estamos viendo a hombres y mujeres, entre ellos menores de edad, deportados de los Estados Unidos y traídos a sus países de origen como ladrones: esposados, encadenados, maltratados, incomunicados.
Las Escrituras, diversos pasajes del Nuevo Testamento, nos describen la llegada de Cristo como la de un ladrón.
La Iglesia que vela en la noche del tiempo, sabe ya que el Señor no podrá entrar por la puerta grande, no tendrá visa, no será bienvenido, no tendrá alfombra roja; y por eso está allí, aguardando, a la espera, a ver quien llega como ladrón, sin papeles, sin cartas de invitación.
Esto lo entiende bien la obispa Mariann Edgar Budde; algunos estarán discutiendo si ella tiene o no la sucesión apostólica, porque también a esto le queremos poner controles y aduanas, lo cierto, y que nadie puede negar, es que tiene la parresía apostólica, y esto, en definitiva, es lo que cuenta a la hora de propiciar salvación de Dios (Cfr. Lc 9, 49-50).
La Iglesia que vela en la noche del tiempo, sabe ya que el Señor no podrá entrar por la puerta grande, no tendrá visa, no será bienvenido, no tendrá alfombra roja; y por eso está allí, aguardando, a la espera, a ver quien llega como ladrón, sin papeles, sin cartas de invitación.
Esto lo entiende bien la obispa Mariann Edgar Budde; algunos estarán discutiendo si ella tiene o no la sucesión apostólica, porque también a esto le queremos poner controles y aduanas, lo cierto, y que nadie puede negar, es que tiene la parresía apostólica, y esto, en definitiva, es lo que cuenta a la hora de propiciar salvación de Dios (Cfr. Lc 9, 49-50).
| Jairo Alberto Franco Uribe
Con indignación estamos viendo a hombres y mujeres, entre ellos menores de edad, deportados de los Estados Unidos y traídos a sus países de origen como ladrones: esposados, encadenados, maltratados, incomunicados; muchos de ellos, la inmensa mayoría, habían dejado su patria, buscando posibilidades para ellos y sus familias. No se trata de criminales, se trata de migrantes, y migrar no es un delito, es un derecho. Quiero mirar estas cosas que suceden no sólo con indignación, también, y sobre todo, con fe. La fe que encuentra salvación de Dios en los signos de los tiempos, y este de las deportaciones es uno de ellos.
Las Escrituras, diversos pasajes del Nuevo Testamento, nos describen la llegada de Cristo como la de un ladrón: “El día del Señor vendrá así, como un ladrón en la noche” (1Tes 5,2); “El día del Señor vendrá como un ladrón” (2 Pe 3,10). “Si no velas vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré” (Ap 3,3); “He aquí que vengo como ladrón” (Ap 16.15). El Señor, suena chocante y disgusta, llega como un ladrón: saltándose los controles, escalando el muro, evitando la puerta, metiéndose por el hueco, cubriendo su rostro, desobedeciendo la ley, desconociendo fronteras, arriesgando su vida. Sé que esto no es ni política ni religiosamente correcto, y tal vez no vaya con la imagen fácil que nos hemos hecho de Cristo. Más difícil de entender si por comodidad y holgura no nos hemos visto obligados a salir de nuestros países, a irrumpir en otros y tener que hacer este tipo de cosas.
Cristo no es ladrón, pero llega como ladrón y llega en los pobres; los pobres, que para entrar a donde necesitan tienen que hacerlo también como ladrones, a escondidas, sin que se note, brincándose la tapia, sin permiso, obviando los controles, fuera de las reglas. La Iglesia que vela en la noche del tiempo, sabe ya que el Señor no podrá entrar por la puerta grande, no tendrá visa, no será bienvenido, no tendrá alfombra roja; y por eso está allí, aguardando, a la espera, a ver quien llega como ladrón, sin papeles, sin cartas de invitación. Esto lo entiende bien la obispa Mariann Edgar Budde; algunos estarán discutiendo si ella tiene o no la sucesión apostólica, porque también a esto le queremos poner controles y aduanas, lo cierto, y que nadie puede negar, es que tiene la parresía apostólica, y esto, en definitiva, es lo que cuenta a la hora de propiciar salvación de Dios (Cfr. Lc 9, 49-50).
Así es pues; a la venida del Señor, nos parece estar delante de un ladrón, nos sentimos con derecho a detenerlo, a esposarlo, a llevarlo a la cárcel, a maltratarlo, a condenarlo y no nos damos cuenta que era nada más y nada menos que la llegada de Cristo. Los pobres, y entre ellos los migrantes, como nos lo ha recordado J. I. González Faus, son, según la Tradición de la Iglesia, vicarios de Cristo; cuando llegan ellos, es Él quien llega.
“Entonces Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido contra él: han salido con espadas y garrotes como contra un ladrón” (Lc 22,52; Mt 14,48). Lo que pasó en la primera venida sigue pasando en esta segunda venida; Cristo sigue siendo contado entre malhechores (Cfr. Is 53,12). Leamos el signo de los tiempos y reconozcamos al Señor que llega: los migrantes, donde irrumpen, traen salvación de Dios, son Cristo para nosotros. Indignación y fe.
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