"Francisco es el papa del ser humano en su concreción" De la dignidad de la persona al mundo como casa común: ocho años de travesía con Francisco
Transcurridos ocho años del pontificado de Francisco, en DiáLogos nos adentramos por el sendero trazado por sus palabras, acciones y gestos, por la travesía que va desde lo concreto de la persona hacia un mundo soñado como casa común
Contemplando el pontificado de Francisco hacia el mañana, aún quedan sobre la mesa numerosos retos que abordar: la reforma de la Curia, el rol de las mujeres en la Iglesia, entre otras significativas cuestiones
Su personalidad le ha otorgado, probablemente con toda seguridad, la percepción mayoritaria de la mayor y mejor “auctoritas” en el concierto internacional
Nuestro papa actual, el buen Francisco, posee esa autenticidad personal y la personalidad carismática que describíamos sucintamente y que para nosotros son garantía para proseguir esa tarea tan relevante de regeneración que cabalmente ha querido elegir para el bien común
Su personalidad le ha otorgado, probablemente con toda seguridad, la percepción mayoritaria de la mayor y mejor “auctoritas” en el concierto internacional
Nuestro papa actual, el buen Francisco, posee esa autenticidad personal y la personalidad carismática que describíamos sucintamente y que para nosotros son garantía para proseguir esa tarea tan relevante de regeneración que cabalmente ha querido elegir para el bien común
| Rafael Ruiz Andrés y Francisco Javier Fernández Vallina
Querido Javier:
Si grande es siempre la atracción mediática del papado, este mes la figura de Francisco se ha ubicado particularmente en el centro de las miradas y de los análisis por el cumplimiento de ocho años de pontificado, que han culminado con la importante visita del Papa a Irak entre el 5 y el 8 de marzo.
Difícil es siempre hacer un balance ponderado, más aún ante una figura como la de Francisco, que desde el inicio supo ganar la confianza y simpatía de sectores religiosos y seculares de nuestra sociedad.
Con la mirada puesta en ese eje de la historia que atraviesa del pasado al futuro, y tras los ocho años con Francisco, podemos señalar que parte de las esperanzas de cambio profundo suscitadas con sus primeros pasos como Papa se han visto atenuadas, que no apagadas, con el transcurrir del pontificado.
Las tempranas declaraciones ("¿Quién soy yo para juzgar [a las personas LGTBI]?"] y gestos de Francisco suscitaron una amplia confianza en su acción que con el paso de los años se ha visto parcialmente enfriada, un proceso al que han contribuido de modo muy significativo tanto las numerosas resistencias que ha encontrado continuamente como el devenir de los propios acontecimientos, notablemente la cuestión de la pederastia, ante la que tuvo que rectificar en Chile y convocar una histórica cumbre para abordarla.
Contemplando el pontificado de Francisco hacia el mañana, aún quedan sobre la mesa numerosos retos que abordar: la reforma de la Curia, el rol de las mujeres en la Iglesia, entre otras significativas cuestiones que han vuelto a situarse –aunque no resolverse– en el debate eclesial con una fuerza no vista desde el cierre del Vaticano II y aún esperan respuesta. En ese sentido, sigue abierta la pregunta del estudioso del catolicismo L. Cunningham sobre la necesidad de que la Iglesia distinga qué parte de su inveterada tradición se escribe con "T" mayúscula y cuál con "t" minúscula y es, por tanto, revisable.
Sin embargo, leer el pontificado de Francisco exclusivamente desde la perspectiva pasado-futuro es cuanto menos injusto, además de que nos ofrece una perspectiva incompleta. Las citadas expectativas, así como la siempre presente tendencia moderna de juzgar el presente en relación a un futuro de progreso, nos pueden ocultar otra óptica, que es en la que más vehementemente nos ha adentrado el papado de Francisco: la travesía que va desde lo concreto de la persona a un mundo soñado como casa común; una mirada que se revela de modo particular en su último viaje a Irak.
El papa Francisco se ha convertido en una voz de continuada defensa de la dignidad humana, no simplemente en abstracto, sino en lo específico de los refugiados de Lampedusa; de Diego, persona transexual de España, recibida en audiencia; de la diversidad cultural y la necesidad de su protección, como ejemplificó el cierre del sínodo de la Amazonía en Roma; del reciente encuentro con el padre de Aylan, aquel niño cuya imagen yacente en las costas turcas dio la vuelta al mundo.
Basta con leer sus intervenciones para descubrir cómo se encuentran atravesadas por anécdotas, historias de personas con las que se ha cruzado, nombres y rostros. En un mundo de la despersonalización tecnológica y algorítmica, Francisco es el papa del ser humano en su concreción. No por casualidad, el encuentro del samaritano con el prójimo constituye el centro articulador de su reciente encíclica, Fratelli Tutti.
Gracias a esta constante atención a la persona concreta, la Iglesia en su conjunto ha sido constantemente alentada por el Papa a “oler a oveja”, a ubicar en su centro al Evangelio, cuyas páginas narran la figura de un Jesús que se acerca, nombra, sana, llama, libera, salva. Francisco, que ha celebrado por vez primera en la Iglesia el domingo de la Palabra de Dios en 2020, desde el inicio de su pontificado ha alentado a la “Alegría del Evangelio” (Evangelii Gaudium) en la vida cotidiana, en la persona concreta.
Desde esta dignidad humana, el Papa Francisco nos ha hecho alzar la mirada a nuestra sociedad global para clamar contra la globalización de la indiferencia. Dentro de una ontología conservadora que no corta radicalmente con el legado de Ratzinger, como señala recientemente Pablo Bustinduy en un artículo, el Papa ha sido capaz de crear una teología geopolítica con dos pilares fundamentales, que aportan “cosas que nos hacen falta”, como subraya el artículo citado, a los sectores religiosos y seculares: la crítica a la cara más dramática de la globalización en sus diferentes facetas –el individualismo, los excesos del mercado, la destrucción del planeta contra la que se alzó en su Laudato Si’– y la necesidad de configurar marcos de diálogo, tarea para la que las religiones pueden tener un papel fundamental.
Así pues, el Papa ha promovido continuadamente la construcción de cauces de diálogo, de modo particularmente relevante con el islam, tal como evidencian el encuentro del Papa Francisco con Ahmed al-Tayyeb, gran imán de al-Azhar y con el que firmó el Documento sobre la fraternidad humana, y recientemente con Ali al-Sistani, líder de la comunidad chií irakí.
Con más luces que sombras, los ocho años de Francisco dibujan una travesía que ha partido de lo concreto de la persona para situar la meta en el sueño de un mundo global como casa común, espacio habitable en el que morar desde nuestra dignidad y con las demás personas, que en su concreción se revelan prójimas y hermanas. Así, precisamente recordó en la llanura de Ur la figura del padre Abraham, punto de encuentro entre unos hermanos, los creyentes de las religiones llamadas abrahámicas, tantas veces enfrentados.
Este es el gran legado hasta la fecha del papado de Francisco, pero es también la semilla de la que irrumpe esperanza de que, tras recorrer el camino con el Papa de lo particular de la persona al sueño de la casa común y global, no obviemos los retos aún pendientes para el mañana. Termino con este deseo de que, desde esa casa común redescubierta, la Iglesia sea capaz de contemplar cara a cara al futuro y a sus retos, para convertirse ella misma en horizonte de esperanza, especialmente para todos aquellos sobre los que cae el peso de la globalización de la indiferencia contra la que Francisco ha alzado su voz en estos ocho años. Roma locuta, pero la causa aún no ha concluido.
Un abrazo.
Rafael
Querido Rafael:
Tras leer, con una atención mayor aún por su relevancia, tu comprometido y apasionado análisis, que refuerza admirablemente su objetivo acierto, sobre el trascurso de este tiempo del pontificado de nuestro querido papa Francisco, resulta tarea nada fácil tratar de añadir alguna reflexión que añada elemento alguno estructuralmente reseñable por lo que me limitaré, para ser fieles a propiciar el carácter dialógico que nos caracteriza interna y externamente, a reseñar algunas consideraciones complementarias para incrementar, si cabe, el propio interés que suscitas.
La primera se refiere a la inusitada importancia que otorgamos a un periodo nada convencional, como son ocho años, pero suceden dos connotaciones precisamente inusuales: la edad del pontífice, que muestra algunos signos de dolor y fatiga, aunque no por fortuna de envidiable vitalidad y que lógicamente acrecienta la natural preocupación; pero también, y no es un aspecto menor ni seguramente coyuntural, cuanto para el mundo y por ello, y por la voluntad expresa de su mayor autoridad, para la propia Iglesia Católica está sucediendo en este largo momento de incertidumbre sobre la deriva de la dirección preferente que está tomando el proceso general de globalización mundial, que la propia pandemia parece estar reforzando.
Resulta inexcusable, para quien escribe modestamente estas breves líneas de reflexión, sin voluntad alguna de vanidad y con la clara conciencia de la pertinente autocrítica que por lo dicho debe acrecentarse para sí mismo, acudir a su seguramente pretencioso papel, escrito dos días antes de conocerse el sorpresivo nombre del nuevo papa, y que tuvo el honor de ser acogida en esta prestigiosa Religión Digital, sobre una Hoja de Ruta para una deseable Primavera de la Iglesia, palabra de moda en aquel 2013.
Ciertamente Bergoglio resultó en poco tiempo un extraordinario hortelano para cuanto debía ser cuidadosamente sembrado para la expectativa de una fructífera floración largamente esperada, lo que implicaba nuevos árboles e injertos. Cabe hoy enmarcar en aquellas apresuradas y voluntaristas notas no pocas de las iniciativas que este Papa, con inusitada fortaleza y voluntad inquebrantable, emprendió al comenzar su pontificado y que marcan una senda en la regeneración del quehacer de la Iglesia desde el más exigente espíritu evangélico.
En tal sentido procede enfatizar, a mi ver y ante todo, su carácter y personalidad profética, tal vez además, en lo más característico de esa figura en la Biblia Judía, con su denuncia ante los poderes y poderosos de cualquier trasgresión o insuficiencia sobre la plena condición y realización de la dignidad humana, la individual y la colectiva, y la exigencia moral de la palabra divina, pero además, siguiendo la del nuevo profeta de Nazaret en la lectura de la Biblia Cristiana, en la ejemplar austeridad de su modo de vida y la opción preferencial por los pobres, marginados, los “descartados” de la injusticia del sistema de la idolatría del mercado, traduciendo la radicalidad de las Bienaventuranzas al mundo globalizado de este sorprendente siglo.
Su personalidad le ha otorgado, probablemente con toda seguridad, la percepción mayoritaria de la mayor y mejor “auctoritas” en el concierto internacional para el camino de la paz desde la justicia, el diálogo y la reconciliación que conduciría a ese sorprendente, hoy, ideal de la llamada al conjunto de la humanidad a la “fraternidad” y a la “amistad social” que predica su “Fratelli tutti”.
Aludías, amigo Rafael a datos e intereses, tan prolijos que no cabe comentar en estas líneas (pueden leerse con provecho en el propio Resumen que realiza la Oficina de Comunicación del Vaticano) y que dan fe de ese afán de compromiso incansable.
Con todo, este aniversario se abre con cuestiones pendientes nada fáciles de resolver, sin duda, pero que aparecen, con desigual intensidad, en la Agenda de la voluntad papal para su encauzamiento. Así sucede con el compromiso para este año de la anhelada, y débil hasta ahora, reforma de la administración de la Iglesia, que equivale a señalar la necesidad del cambio necesario que cabe exigir de y a la propia Curia. La búsqueda de la trasparencia y control externo de las finanzas vaticanas auguran un buen camino, pero no se pueden minusvalorar la poderosa resistencia interior, a veces en algunos niveles altos, que se rebelan públicamente y sin pudor.
Más lejano me parece atisbar el enfrentar con la debida profundidad y exigencia inaplazable desde la prioridad dignidad humana, algunos problemas y contradicciones que lastran la credibilidad de la Iglesia y que, aun comprendiendo su indudable complejidad, pero sin impedimento teológico relevante, me atrevo a enunciar: seguramente el desafío cualitativo más importante es la asunción por la mujer del papel pleno de todos los ministerios en absoluta igualdad con los hombres, incluyendo igualmente la desaparición obligada del celibato sacerdotal para ambos, en su caso; de análoga importancia y porque también afecta al conjunto de la Iglesia, está muy lejos también una vertebración efectiva en el gobierno y decisiones fundamentales de la misma del conjunto del pueblo de Dios, en los que la presencia de laicos, sacerdotes y obispos, obviamente hombres y mujeres, asuman la debida responsabilidad comunitaria, más allá de la tímida y voluntarista apertura del Sínodo.
No podemos tampoco olvidar la necesidad mayor en la debida confianza en la libertad del estudio, enseñanza, publicación y difusión de la teología, igualmente de profesores e investigadores masculinos y femeninos, a partir de una exigencia académica mayor que la que en no pocos lugares y niveles se echa profundamente de menos. A tal imprescindible ejercicio debiera acompañarse un compromiso mayor en una estructura de difusión inteligente y ambiciosa de la “cultura patrimonial del Cristianismo” en un tiempo postsecular de laicidad cooperativa entre creyentes y no creyentes, para el conjunto de la humanidad y muy singularmente para las generaciones más jóvenes.
No deseo concluir esa rápida enumeración de cuestiones difíciles sin una alusión a un necesario compromiso, mayor e inequívoco, con la democracia y su preciso y constante mejoramiento en el mundo entero, en un tiempo en el que en no pocos lugares pasa por verdaderas debilidades estructurales, debido a causas diversas y de gran complejidad. Precisamente porque la ética civil que sustenta los Derechos Humanos debe presidir los estados democráticos de derecho, la inexistencia o ausencia de su garantía efectiva en muchos países debe ocupar un lugar preferente en la preocupación y la acción de la laicidad cooperativa de la diversidad social de nuestro mundo a la que antes aludíamos.
Nuestro papa actual, el buen Francisco, posee esa autenticidad personal y la personalidad carismática que describíamos sucintamente y que para nosotros, querido Rafael, tras tantas conversaciones con su palabra, acciones y símbolos, creo poder decir en nombre de los dos, que son garantía para proseguir esa tarea tan relevante de regeneración que cabalmente ha querido elegir para el bien común.
Un cordial abrazo
Javier
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