Pandemia e "infodemia" En tiempos de fake news, ¿qué es la verdad?

Más allá de la posverdad: DiáLogos hoy nos invita a la continua "búsqueda de la verdad" como un ejercicio de empoderamiento ciudadano y comunitario frente a la proliferación de alternative facts, fake news y medias verdades en nuestra realidad personal y mediática. 

Querido Javier:

Te confieso: muchas veces no sé en qué creer ni en quién, inmersos todos en el mudable flujo de informaciones que nos acosa. No hemos apenas profundizado en una noticia, cuando otra asalta nuestra cotidianeidad mediática, marcando la vorágine de información el pulso de los días. Entiendo que Byung-Chul Han hable de nuestros tiempos como la “sociedad del cansancio”. Es ciertamente agotador. Esta misma mañana escuchaba que, tras los innumerables relatos que han surgido en torno a la pandemia de la COVID-19, ahora el virus de las fake news se trasladará, según la Comisión Europea, a la información sobre la vacuna, a fin de suscitar desconfianza en la población. Junto con la pandemia, señala el informe de la UE, estamos viviendo una infodemia. La luz de la esperanza queda continuamente ensombrecida por la sombra de la constante incertidumbre.

¿Sigue siendo posible creer, no ya en Dios, sino el simple hecho de “creer” en sí? El problema, en mi opinión, es más grave aún que lo que a veces tratamos de expresar con el concepto posverdad: se compone de un círculo vicioso entre posverdad e hipercrítica. Nos consideramos racionales por hipercríticos, y en nuestro hipercriticismo nos volvemos absolutamente ingenuos ante todo lo que nos proyectan, capaces de asumir cualquier opinión como hecho (solo depende de que nos guste y, por esa única razón, pueda colarse esa información en las grietas de la barrera de nuestra hipercrítica). Solo se me antoja una posible solución, que las aportaciones del pensamiento secular-humanista y religioso pueden ayudarnos a trazar: salir del esquema, pero un “salir” que no sea evasivo, que siempre sea desde la conciencia de que nuestro mundo está marcado por esta realidad de hipercrítica y posverdad. Un salir que esté impulsado por la voluntad de generar relatos alternativos, pero anclados en la pretensión de veracidad, frente a los alternative facts en los que se fundamental la posverdad. Es, en definitiva, seguir creyendo –en el amplio sentido del término– en tiempos de la muerte de Dios, del ser humano y de la verdad misma.Te expongo, a continuación, un esbozo de esos pasos que hoy considero particularmente relevantes para evitar caer en el agotamiento de la infodemia.

En primer lugar, todo debe partir del compromiso personal con la verdad, sea lo que sea y la entienda como la entienda cada uno. Hace poco tiempo, escuché una frase que me resultó profundamente sugerente a este respecto: en Jesús de Nazaret, pensar, sentir, decir y actuar eran una sola y misma cosa; desiderata que me aparece hoy como una meta fascinante hacia la gestación de personas sólidas para los tiempos líquidos de Bauman. Y el reto es evidente y pertinente: quizá no vivamos en una mentira constante a nivel personal, pero sí en la media verdad, en el reino de los “quizás” de Facebook y los “filtros” de Instagram, de las fotos de Tinder, en un espacio a medio camino entre la verdad y la mentira que podría ser otro nombre para la posverdad aplicada a primera persona del singular. Frente a esta realidad, Yuval Noah Harari ha escrito una frase profundamente sugerente: “En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder”. Vivir desde la claridad es empoderamiento personal.

En segundo lugar, el compromiso con el otro en la verdad, que abarca los innumerables otros que se hallan tras la expresión. Living is easy with eyes closed, dice la canción Strawberry Fields Forever de The Beatles. Y no es difícil pensar que el vivir con los ojos cerrados a la verdad implica volver la cara hacia la verdad que contiene el rostro del otro: ese rostro que –en su verdad–  me interpela y me obliga. Es el fundamento del imperativo de Lévinas y que en Habermas ha tomado la forma de una ética discursiva, que parte del fundamento de expresarme en verdad y acoger la verdad del otro. Es pasar de la hipercrítica a la confianza, aunque una confianza no ciega. La confianza es una con-fides, una fe para con el otro y, como toda fe posee parte de creencia y parte de duda. La duda nada tiene que ver con la hipercrítica: la primera está abierta a la vida del otro, la segunda es fruto de un “yo cerrado”, impermeabilizado como señala Charles Taylor.

En tercer lugar, el compromiso con la sociedad: que en mi verdad y con la del otro sepamos hacernos esperanza. De nuevo, el optimismo y el pesimismo, términos más caros a nuestro lenguaje actual, son hermanos de la posverdad: proyectan mi estado hacia el futuro, haciendo cábalas desde nuestro ánimo y con la escasa información de la que poseemos. La esperanza, por el contrario, implica el caminar conjunto hacia una verdad que me excede y que no depende de mi ánimo, sino de mi voluntad de búsqueda de la verdad. Las voces cristianas verán el Reino de Dios como esa esperanza. Las voces seculares podrán anhelar el sueño de la paz perpetuo de Kant, el principio esperanza de Bloch y otras tantas formulaciones utópicas que han entendido que es más importante el empeño utópico que la utopía en sí misma, y que pueden convertirse en puerto común para creyentes y no creyentes.

¿Y si hemos rechazado la búsqueda de la verdad porque hemos rechazado el empeño por la utopía, y viceversa? En nombre de la verdad escrita en mayúscula nos hemos matado, hemos quemado y hemos eliminado a aquellos que pensaban distinto a nosotros. En nombre de la verdad hemos obligado a callar. Entiendo la reticencia que la verdad genera en nuestros coetáneos, con una historia en las espaldas en las que la verdad ha pesado demasiado. Sin embargo, el mismo día en que decidimos desprendernos de la ignominiosa carga que la verdad ha implicado en la historia, también renunciamos a algo aún más valioso para la definición de la vida humana que la verdad misma: la continua búsqueda de la verdad, que hace soñar en que el mundo, más allá o más acá, pueda aspirar a algo distinto que lo que actualmente es. Frente a la posverdad, compromiso personal con la verdad, confianza con el otro –no exenta de la lógica y esperanza para nuestras sociedades. Ser capaces, en definitiva, de preguntarnos con Jesús, “¿qué es la verdad?”, continuar cuestionando con Kant ¿qué me cabe esperar? y lanzarse a la búsqueda apasionada. Las verdades monolíticas de otros tiempos históricos y la posverdad conducen al mismo camino: la pasividad de quien renuncia a la aventura de la verdad. Frente a la tiranía de la desinformación, apostar por la verdad hoy es libertad, claridad y empoderamiento. Si la verdad te hace libre es por su carácter de continua búsqueda, en la que se fragua la libertad. Hoy la invitación a la verdad no puede ser alegato a ningún monolitismo, sino el viaje por la eterna Odisea hacia Ítaca, de la que solo intuyes que –aunque no la alcances–terminarás con Kavafis alegrándote porque “te brindó tan hermoso viaje”.

Rafa

Caro amigo Rafael:

Leyéndote, y más aún, releyéndote en cada palabra para buscarte más hondo, recordé aquel adagio popular que tan bien expresa la relevancia de cuánto expones: “qué razón tienes”. Esa escueta frase encierra el saber milenario para indicar cuándo el acierto acompaña el esfuerzo de tu buen entender, el que nos acerca además al bien general, es decir, al que otorga vida real a la dignidad  de todos y de cada uno, dando pleno sentido a la inquietud y búsqueda de la verdad.

También evoqué, en y tras tu itinerario, el largo camino de la filosofía, que perdura, sobre realidad y verdad, ahora con mayor exigencia tras la veracidad universal del paradigma científico que sustenta el poderoso edificio de la Modernidad. No pude dejar de acordarme de nuestro viejo Ortega en su obra Ideas y creencias, cuando otorga a esta segunda categoría la verdad que escondía la necesidad y prioridad que él otorgaba a la vivencia. Esa cadena de pensar tan fecunda se ordena en tu respuesta al tiempo de la posverdad de forma radicalmente pertinente y original en tu doble perspectiva, que me gustaría enfatizar y quizás traducir: hoy nos propones el “deber de creencia” en la irrenunciable búsqueda de la verdad y lo haces a través de un triple compromiso de cada uno con la ineludible exigencia de sí mismo, con el otro y con la sociedad: en definitiva, con la ética que demanda y sostiene la acción política del bien común. Formidable planteamiento para una ambición necesaria y urgente ante la supremacía del desprecio que supone el imperio de los hechos alternativos.     

Permíteme añadir otro acierto que adorna tu reflexión, al evocar la importancia, y también exigencia, que nos deja el rastro de las mejores utopías referenciales de la historia, cuya ausencia hoy muchos lamentamos y quisiéramos recrear. Por cierto, añado un pequeño recuerdo de la de nuestro Fray Bartolomé de Las Casas, emulando para bien a la admirable de Tomas Moro en el mismo siglo, para honra de la influencia de la Escuela de Salamanca.

Solamente puedo atreverme a completar tan rica y completa perspectiva con dos sencillas apostillas, que estoy seguro serán de tu agrado.

Una procede inevitablemente de nuestro entorno intelectual y amical compartido, al añadir a los autores que tan bien citas y siempre nos alimentan, dos referencias que cobran en tu reflexión interpeladora de hoy una ayuda actualizadora. Nuestro maestro Berger nos recuerda la capacidad creadora de verdad y de vida que el lenguaje creador posee hasta proclamar que "solamente un bárbaro intelectual es capaz de afirmar que la realidad es únicamente lo que podemos ver mediante métodos científicos". Y ésa también es pauta dialógica para hablar sobre la realidad y la verdad. Por otro lado, nuestro buen amigo Antonino nos propuso para la tertuliaque el virus de la pandemia transformó en pendiente, el ahora más imprescindible título de Maurizio Ferraris, Posverdad y otros enigmas, (2019) que merece la pena recomendar a nuestros posibles lectores por su rigor y rabiosa actualidad.

El final que te propongo tiene, a mi ver, la mayor enjundia de cuanto pudiera añadir a tu desafío y parte de la conocida y tu pertinente cita del evangelio de San Juan “Pilato le preguntó: ¿qué es la verdad?...” (Jn, 18,38), sin que se nos explicite contestación alguna,  y, aún más, del relevante pasaje de pasaje de Jn 14, 6: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Cuánto me gustaría saber proseguir la fuerza del relato que Enmanuel Carrère realiza en su admirable novela El Reino para poder recrear un hipotético encuentro de Lucas, tras escribir su Evangelio, con Juan y su escuela, mientras imaginaban la estructura y mensaje del suyo. Cabría entonces exponer literariamente la centralidad de la imponente arquitectura teológica del mensaje joánico y desarmar una parte de su recepción excesivamente dogmática de ese impresionante “yo” que se erige a la vez en método, conocimiento y experiencia. ¿Qué hombre antes protagonizó tal proeza, sin descoyuntar al mismo la razón, las ideas, las creencias y las vivencias? ¿Cómo se atreve Juan a poner en boca de quien encarnaba el amor tal aparente soberbia antropológica? ¿Cuál es el profundo secreto de ese triángulo hermenéutico que cautivó el pensamiento de tantos sin merma a un tiempo de la entrega al amor y al perdón? A mi entender, la no fácil respuesta no se agota en la respuesta teológica que cristaliza en el Credo recibido, siendo éste fundamental para la comprensión eclesial. Si solicité la ayuda de la literatura, fue por su capacidad simbólica, es decir, el poder de profundidad significativa, para comprender la llamada dialógica que comprende el “yo” “del camino, de la verdad y de la vida”. Con todo, reconozco que tal apreciación nos abre otra conversación que incrementa la tan necesaria que nos regalas, amigo mío, y que deja abiertas aún, felizmente, más conversaciones pendientes.

Javier

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