Ceremonia católica y homenaje de Estado: ¿cuál es el problema? Cuando los árboles impiden ver el bosque: ceremonia católica y homenaje de Estado por las víctimas de la pandemia del COVID-19
| Rafael Ruiz Andrés y Francisco Javier Fernández Vallina
En los últimos días, la polémica continúa marcando el bronco tono que señalábamos para la nueva normalidad, confirmando las sospechas –bien fundadas, por otra parte– que presentábamos en nuestra entrada de hace unas semanas. Por los temas que nos unen en este espacio, hay una cuestión sobre la que queremos llamar la atención hoy: las disputas en torno a la ceremonia católica del 6 de julio en la catedral de la Almudena por las víctimas de la COVID-19 y el homenaje de Estado, organizado en su memoria por el Gobierno.
En este caso, como en tantos otros de nuestras vidas, los árboles impiden ver el bosque. ¡Tantas veces damos importancia a lo minúsculo y olvidamos que el planteamiento general, lo global, puede estar simplemente bien! Y así ha sucedido con este hecho que, en principio, debería haber estado simplemente bien: la existencia de una ceremonia católica, por un lado, y de un acto de Estado, por otro.
El hilo de las noticias relacionadas con esta cuestión da buena cuenta de las múltiples ramas que han ido brotando en torno a estos dos eventos: que si no ha asistido el presidente del Gobierno al acto católico, que si la televisión pública no iba a emitirlo y luego rectificó, que si los obispos se adelantaron al Gobierno para convocar su ceremonia, y un largo etcétera de detalles, que han alimentado la polémica con puntos que impiden ver que esta coexistencia, en principio, debería haber estado –con sus matices, como siempre– simplemente bien.
Por un lado, la Iglesia católica, confesión de la mayoría de la población española a pesar de la secularización, quiere pronunciarse en este recordatorio de memoria, en el que las religiones poseen ciertamente todo un repertorio nutrido a lo largo de los siglos. Posiblemente este sea uno de los grandes aportes de las religiones a las sociedades seculares: su labor como dotadoras de sentido de la vida y de la muerte para aquellos que las siguen. En el caso de la Iglesia, sigue –en cierto modo– actuando como religión con especial significación cultural por su peso histórico y sociológico (vicarious religion, en palabras de la socióloga Grace Davie), que, junto a la propia inercia de la tradición cultural católica en España, y la fuerza “del peso institucional de la Iglesia católica”, como recordaba Jesús Bastante esta misma semana en Religión Digital, confiere esa pátina de acto global a la ceremonia que se ha llevado a cabo. Aunque, también, pueden conducir a su potencial confusión con un "funeral de Estado".
Los representantes políticos de un Estado aconfesional asistieron a la ceremonia, un gesto que nos hace recordar que el Estado puede y debe ser aconfesional, pero la sociedad no es laica. Y las autoridades públicas no deben ignorar esta realidad, a riesgo de padecer una severa miopía sobre la sociedad que gobiernan. Por cierto, otras confesiones también asistieron al acto: realidad que ha pasado bastante desapercibida a la atención mediática, pero que es, sin duda, remarcable.
Por otro lado, encontramos a un Estado laico, consciente de que su deber de neutralidad no le impide abordar temas como la memoria, el rito, el recuerdo de aquellos que nos dejaron. Es cierto que todas estas cuestiones han sido tratadas particularmente por las religiones a lo largo de la historia. No obstante, ¿son las únicas instituciones, las religiosas, las que tienen “derecho” a abordarlas? ¿No puede un Estado recordar la memoria de sus ciudadanos, organizando una ceremonia civil?
Cuesta ver por qué puede molestar este homenaje a ciertos sectores. Ceremonia civil o laica, por otra parte, como otras tantas que ya existen y vivimos de manera naturalizada. Este acto, que tendrá lugar el 16 de julio, se desarrollará en un espacio particularmente relevante para la memoria histórica de España: la plaza de armas del Palacio Real de Madrid, donde podrán ser homenajeados todos por todos, creyentes y no creyentes. Por cierto, la Iglesia católica ha confirmado que enviará representación como parte de la sociedad civil española, noticia que me alegra.
El Estado es aconfesional, pero la mayoría de la población vive simultáneamente el catolicismo y la secularidad de manera no problemática. Estas dos identidades no son, ni mucho menos, antagonistas, sino composiciones de nuestra existencia, y que en muchos de nuestros conciudadanos se dan paralelamente. No obstante, que muchos ciudadanos las vivan de manera simultánea tampoco puede convertirse en última justificación para que ambas identidades acaben por fundirse (y confundirse).
En torno a esta frágil tensión han emergido los problemas de lo que, en principio, debería haber estado simplemente bien: una importante ceremonia católica y un acto de Estado, ambos en simultáneo recuerdo por las víctimas. Pero, también, ambos homenajes han sido parcialmente desdibujados por los tiras y aflojas, los “quién dice qué”, el “quién va o no va”, y "quién va a qué". Solo podemos añadir: los árboles han vuelto a ocultar el bosque.
Rafael y Javier