¿Cómo está la pandemia cambiando la percepción social? ¿Y la religiosidad? Tiempos de pandemia: mirando al pasado, mirando al futuro, mirándonos entre nosotros.
Hoy tenemos la suerte de contar en DiáLogos con una especialista del tiempo y su cambiante concepción. Carmen Callizo es investigadora de la Universidad de Granada y actualmente colabora con un proyecto sobre el impacto de la pandemia en las percepciones –también las religiosas–, con particular atención a las diferencias entre los diferentes países de nuestro mundo.
Desde el estudio en el que está actualmente involucrada, Carmen Callizo nos presenta hoy sus reflexiones acerca de cómo la pandemia puede estar afectando a nuestro modo de relacionarnos con las ideas de tradición y progreso, así como su posible impacto en la religiosidad.
| Carmen Callizo Romero
En momentos de inestabilidad social, tendemos a buscar valores culturales que nos ofrezcan —o, al menos, eso sintamos— un espacio interior de refugio ante un entorno inseguro, y de resolución ante conflictos potenciales; valores que guíen nuestro pensamiento y nuestra conducta, que nos indiquen el modo adecuado de proceder.
Entre estos valores, hay dos que ocupan un lugar privilegiado: por un lado, la tradición patrimonial, que nos conecta con los modos del pasado; por otro, los valores relacionados con el futuro y el progreso, que nos muestran cómo responder de forma novedosa ante las circunstancias que nos rodean. La religiosidad está ligada a la tradición patrimonial, a los valores culturales orientados hacia el pasado, mientras que la ciencia y el desarrollo tecnológico se relacionan con los valores seculares, ligados al futuro, tal y como muestran trabajos como el de Inglehart y Baker sobre la World Values Survey. Por supuesto, las asociaciones de los valores culturales del pasado con la religión y de los valores culturales del futuro con la ciencia no son categóricas ni mutuamente excluyentes. Es más, ¡se han manifestado en mutua colaboración a lo largo de la historia! No obstante, por lo general, sí parecen ocupar posiciones opuestas de una misma dimensión, de un continuo en el que se ordenan las sociedades.
Con la llegada de la pandemia de la COVID-19 —y la situación de inestabilidad social consiguiente— la importancia de estos valores culturales se ha intensificado.
Por una parte, la visibilidad que ha tomado la muerte en los últimos meses, así como el desconsuelo generalizado de ciudadanos y ciudadanas, han llamado a la oración y han proclamado los valores tradicionales y religiosos. En línea con estos valores, la pandemia se ha llegado a interpretar como acción divina (a veces, incluso como castigo) desde ciertos sectores.
En contraposición, encontramos que gran parte de la sociedad actual ha vivido en los últimos años un proceso secularización, el cual se ha podido acelerar con la llegada de la pandemia, tal y como ha defendido el presidente de la Comisión Episcopal Europea, Jean-Claude Hollerich. Entre los motivos para ello destacaría la drástica reducción de la práctica religiosa debida al cierre de centros de culto (lo que ha debilitado, entre otras cosas, la conexión de las personas con las ceremonias y los rituales tradicionales), así como el percibido auge de la ciencia como entidad protectora ante la situación amenazante que nos rodea, y el aumento de nuestra confianza puesta en ella para salvaguardar la vida.
Ahora bien, hemos de tener en cuenta que las transformaciones en tal continuo de valores culturales pueden manifestarse de diversas formas en cada sociedad. Y esto es debido a dos motivos: en primer lugar, porque cada sociedad parte de un punto diferente en ese continuo; y en segundo lugar, porque en cada una se dan respuestas distintas a un mismo acontecimiento, como es el de la pandemia actual. En este sentido hay elementos que median en este continuo de valores tradicionales-seculares, y que pueden ayudarnos a explicar lo que está sucediendo en cada lugar. Me estoy refiriendo, entre otros, a los factores políticos, a la cuestión del individualismo y el colectivismo, a las trasformaciones previas de la propia religiosidad en cada país, así como al factor generacional. Pongo como ejemplo el caso turco, donde parece que los jóvenes están reaccionando negativamente —y de forma más intensa durante pandemia— a los esfuerzos del presidente Erdogan por restablecer una religiosidad que ya hace un siglo comenzó a debilitarse con la creación de la República de Turquía como estado laico. Sin embargo, en otros países de mayoría musulmana, como es Marruecos, sí encontramos un mayor acercamiento a los valores tradicionales ante la situación actual.
Hemos de interpretar las trasformaciones religiosas y culturales contemporáneas teniendo en cuenta los diversos elementos que puedan explicarlas. Es un momento de cambio y todavía hay cierta incertidumbre ante el escenario cultural y religioso que nos espera. Pero, ¿no es la historia de las culturas y las religiones una historia de continua transformación? Siempre me han asombrado las diversas formas en que las religiones se moldean y manifiestan de forma dinámica — al tiempo que se mantienen robustas en la transmisión de un mensaje que atraviesa la historia, un mensaje leal a la tradición. Esa conexión con el pasado se ha mantenido en el ámbito religioso durante la historia.
Aunque —siguiendo con la teoría de Inglehart y Baker— las sociedades vayan desplazándose desde los valores más tradicionales hacia valores más seculares y, además, esta pandemia haya podido acelerar ese movimiento, creo que las religiones seguirán siendo referentes de la tradición patrimonial. En cualquier caso, considero que hemos de conocer a fondo cómo están sucediendo estos procesos de transformación. Así podremos conocer también cómo serán las sociedades del mañana, y cómo pensarán y se relacionarán entre sí las personas que las conformen.
Mientras tratamos de desentrañar el escenario actual, o, mejor, los múltiples escenarios actuales, considero que hay una actitud que podemos tomar con plena confianza: la apuesta por la fraternidad, especialmente necesaria en tiempos de incertidumbre como el que vivimos. Ya sea desde una visión más religiosa o desde otra más secular, podemos acoger una fraternidad que suavice toda visión dicotomizada de escenarios; una actitud que unifique a las personas y sus ideas. Una actitud que nos recuerde, en estos tiempos de tensión, que tenemos una responsabilidad ante un interés común: la humanidad compartida. De esta manera considero que podremos enriquecernos de la situación que ahora vivimos, aún en la incertidumbre que la caracteriza.
Carmen