"¿Cómo mirar al horizonte cuando las personas son asuntos y los dramas noticias?" Una semana entre Ceuta y Gaza
A lo largo de la última semana, nuestra mirada y preocupación han recorrido el Mediterráneo desde un extremo del viejo mar, Ceuta, al otro, Gaza
Más allá de las tensiones y de los conflictos políticos, aunque sin obviarlos, en DiáLogos hoy reflexionamos sobre las implicaciones y los retos de los últimos acontecimientos en clave de ser humano y con la mirada puesta en el horizonte
¿Cómo mirar al horizonte cuando las personas son asuntos y los dramas noticias?
¿Cómo mirar al horizonte cuando las personas son asuntos y los dramas noticias?
| Rafael Ruiz Andrés y Francisco Javier Fernández Vallina
Querido Javier:
A todos nos sobrecogió la imagen del bebé rescatado por un militar español en los sucesos acontecidos en esta semana en Ceuta, como a nos heló el corazón el niño Aylan, aparecido muerto en las costas de Turquía en el año 2015.
Vivimos de la emoción, del impacto. En medio de nuestras vidas, a veces tan cotidianas como grises y tediosas, la emoción rompe la monotonía del día a día. Bien es sabido, y utilizado por diferentes actores que, a golpe de generar más sentimiento que reflexión, están contribuyendo a alentar el gran alarido en el que se ha convertido la plaza pública.
Sin embargo, en poco o nada resultan las emociones que dividen más que construyen, que sobresaltan más que activan, que sobrecogen más que impulsan. Emociones que, en definitiva, se intercalan en la conversación como si nada sucediera, como si nada pasara, o que conducen a sesudos debates cuya palabrería solo se antoja recubrimiento de la nada. Esta semana hemos estado impactados por Ceuta y por la escalada de violencia en la vieja tierra de Palestina. Mañana, ¿quién sabe? Pero seguro que por algo distinto. Y así quedará todo.
Mientras tanto, las tensiones de la geopolítica –la impotencia de una democracia para dar respuesta a la migración, la impunidad de un régimen que utiliza a las personas como peones de un tablero de ajedrez o el enquistamiento del conflicto bélico entre Palestina e Israel– siguen devastando y oscureciendo las vidas de tantos, de personas concretas que se ocultan tras los términos abstractos que empleamos para tratar de comprender la realidad.
Ceuta no es solo un concepto, es una ciudad, poblada de habitantes a los que esta semana les ha sobrecogido el miedo y el desconcierto. Ocho mil no es un número, no es tan siquiera una muchedumbre o una turba, son ocho mil vidas humanas, igualmente valiosas a la tuya y a la mía, igualmente dignas. Es la suma de un colectivo de sueños –alentados y destruidos en el margen de unas horas–, de incertidumbres, de proyectos, de personas en definitiva. Algunos de los que hacen la geopolítica lo verán como una cuestión para resolver en despachos. A todos los demás, hilos de tuits de una semana, un par de telediarios, periódicos o programas de radio. Asunto cerrado.
¿Cómo mirar al horizonte cuando las personas son asuntos y los dramas noticias? El papa Francisco ha señalado recientemente en su encíclica Fratelli Tutti la necesidad imperante de que volvamos a pensar nuestras sociedades y, por tanto, también las relaciones migratorias e internacionales, desde una única clave: el ser humano. Pero en el caso de lo que hemos vivido estos días, creo que todavía se puede ser más preciso: la clave de lectura y todo intento de verdadera solución está representada por aquel bebé, salvado de las aguas del mar. Solo las acciones y decisiones tomadas como respuesta a la exigencia ética de aquella pequeña criatura son dignas de ser consideradas como humanas.
Los acontecimientos de esta semana en la frontera de Ceuta, aunque han estado esencialmente empañados por cuestiones políticas, apuntan igualmente a uno de los grandes retos de nuestras sociedades en el siglo que camina y que no podemos obviar: la migración. En nuestro mundo global y en continuo movimiento, señala Kristeva, todos somos de uno u otro modo migrantes. Y este reconocimiento debería alumbrar las claves empáticas para tratar de ofrecer senderos colectivos a esta cuestión. “No oprimáis a los extranjeros, pues vosotros sabéis lo que es ser extranjero”, recuerda el filósofo Michael Walzer haciendo referencia al libro del Éxodo (23).
Sin embargo, más allá de esta reflexión, ciertamente no todos experimentamos nuestra condición de migrantes de la misma manera. En unos casos basta con el ejercicio activo de descubrir la pluralidad que nos compone, pero en otros la condición migrante constituye una auténtica losa sobre los proyectos vitales, una losa de inseguridad, de presión, de desarraigo, de constante destrucción y construcción de sueños. No puedo tan siquiera imaginar lo que ha debido suponer para aquellos que han cruzado la frontera de Ceuta esta semana descubrir el engaño y tener que retornar a aquel lugar desde el que partieron o aguardar en la clandestinidad una nueva oportunidad.
La acción social y política se torna urgente. Y no se trata de eliminar o de abrir las fronteras simplemente, tampoco de las relaciones con Marruecos ni de intereses geopolíticos o de las relaciones internacionales. Se trata de que todo eso se sitúe bajo la mirada de una vida inocente casi sesgada por el mar, y que en su vuelta a la tierra alumbra al mundo una nueva posibilidad. Pasemos de la emoción ante la escena y emprendamos la acción, cada uno en la medida de nuestras posibilidades, para tratar de responder al imperativo ético que encierra una imagen, pero –sobre todo– una realidad.
Rafael
Querido Rafael:
En menos de 15 días de nuestro último intercambio epistolar nuestro mar común, el viejo Mediterráneo, volvía a contemplar otro nuevo zarpazo desgarrador de dos viles violencias que no quieren cesar, incrementando víctimas y sufrimientos que alimentan veteranos rencores y enemistades enquistadas por tanta frustración. De nuevo, la Jerusalén antigua, la de las mezquitas, sinagogas e iglesias, ejercía su poder simbólico para desencadenar la violencia que abría otro capítulo de la guerra sin fin entre Israel y la parte más visible de su contrincante palestino, Hamás. Las desiguales cifras arrojaban un resultado cercano a los 350 muertos.
En el extremo donde el viejo mar se hermana con el océano atlántico, el igualmente simbólico país de singular raigambre islámica y frontera primera del occidente entre África y Europa, el querido Marruecos y su desconcertante monarca regresaban a alguno de sus viejos atavismos con el uso del chantaje de su población y la que recibe, provocando el desgarro de muchos miles de emigrantes sin amparo y de niños como el que ha concentrado tu atención para nuestra nueva reflexión. Tras igualmente la momentánea calma, ha comenzado ahora el tiempo de los análisis pormenorizados, aunque en nuestra querida España no han cesado ni anacrónicos gestos de rancia virilidad, ni exabruptos despreciadores del adversario político y crueles, a la postre, con las víctimas inocentes, en uno y otro escenario.
A mi ver, amigo Rafael, resaltas con razón el rito acuciante de nuestro papa Francisco sobre la necesidad de nuestra mirada prioritaria sobre el único protagonista que la requiere: el ser humano y su inalienable dignidad. Pero permíteme añadir, desde tu misma consideración que tan pertinente realizas sobre el necesario renacer, aquella perenne pregunta que el buen escéptico Nicodemo hacía a Jesús sobre la aparente imposibilidad de la vuelta de cualquiera al ser humano al vientre de su madre. No es que el ya mayor rabí fariseo se mostrara incapaz de comprender la palabra del joven maestro de Nazaret: sencillamente ésta chocaba contra cualquier evidencia del ejercicio ilegítimo del poder, que brillaba, como hoy, por doquier.
Hoy el viejo fundamentalismo religioso, judío y musulmán, trata de legitimar, desde sus empobrecidas e hipócritas academias, poderes autocráticos o belicistas, rechazando la valiosa alteridad de la vida y la dignidad del otro en su blasfema pretensión de expresar así la palabra y voluntad de Dios: sus correligionarios laicos o seculares, transformando simplemente esa lamentable matriz religiosa en confesión nacionalista, buscan mantener sus injustificables privilegios, corrupciones y pretensiones exclusivistas, al margen de cualquier justicia humana y legitimidad internacional, contra las víctimas inocentes y los conflictos enquistados desde tantos años, el de israelíes y palestinos, el de los sinfines migrantes de tantas nacionalidades, muchas veces en inveterados conflictos propios por análogas causas.
Las reiteradas y públicas expresiones de mandatarios, periodistas o analistas de todo tipo sobre el tiempo llegado de “los dos estados en una paz justa y estable” o “la solución estructural de la emigración en los países de origen con nuestra ayuda” resuenan casi obscenamente sobre las penúltimas víctimas de los conflicto.
Sin embargo, tal vez sea posible redescubrir, en ese re-nacimiento que evocas, Rafael, el sonido necesario de aquellos mensajes sin mácula que originaron las raíces más profundas de las tres religiones abrahámicas, que en nada fundamental se opone al humanismo secular ilustrado de la Modernidad, propiciando ambos esa “nueva inocencia sin ingenuidad” que permita combatir eficaz y dignamente cualquier poder que denigre o instrumentalice la condición humana. La memoria y la reparación de la última víctima exige al menos proseguir en tal compromiso personal y colectivo.
Javier