Como Iglesia hemos dado pasos decididos y acertados para combatir los abusos, pero no es suficiente Encubridores por defecto
![Abusos en la Iglesia](/2025/01/14/diario_de_un_cura_de_pueblo/Abusos-Iglesia_2743235703_17509262_660x371.png)
Creo que tenemos que agilizar y mejorar los mecanismos, construir lenguajes más claros y valientes, pero sobre todo generar una sensibilidad nueva, más inequívocamente empeñada en acabar con esta lacra. Nadie puede decir “a mí no me toca”, todos somos responsables, yo el primero, y todo lo que no sea hacer lo máximo en la lucha contra los abusos resulta ser encubrimiento, pecado de omisión.
Tramas recientes relacionadas con abusos sexuales y de poder en el mundo y en la esfera eclesial me tienen desazonado y pensativo. Me pregunto si, a pesar de los pasos que se han dado, estamos haciendo suficiente en la Iglesia, y tristemente debo contestarme que no.
El caso de Giselle Pericôt, que tanta repercusión ha tenido, es muy esclarecedor si lo colocamos en paralelo con algunos de nuestros horrores eclesiales. Su marido la sedaba para violarla él y al menos otros 51 hombres. Podríamos considerar esta sumisión química similar a la sumisión moral de los niños y niñas que han sido abusados por quienes eran sus referentes religiosos y sus modelos. Su voluntad quedaba anulada ante el poderío y prestigio de sus victimarios: “si cuentas algo, nadie te va a creer, total es tu palabra contra la mía”.
“La vergüenza debe cambiar de bando” declaró Giselle Pericôt, acuñando un nuevo eslogan del movimiento Mee Too. De hecho, esta mujer se ha enfrentado al juicio completo a cara descubierta, sin miedo a que salga todo a la luz, sea lo que sea y con todas las consecuencias. En cambio, las víctimas de abusos en la Iglesia frecuentemente viven lidiando con los destrozos ocasionados a su salud mental, paralizadas por la vergüenza, espantadas ante la posibilidad de que lo que les pasó salga en los medios, de que sus familiares pudieran llegar a enterarse.
Este secretismo establecido es una patología eclesial y un modus operandi que continúa alimentando la impunidad. Todo lo relacionado con los abusos lo conversamos a media voz, o directamente no hablamos de ello, como si así se fueran a exorcizar esos fantasmas o disipar los delitos. La falta de fluidez y naturalidad en el discurso (habitualmente defensivo) y en el manejo público de este tema, es un síntoma de que queda mucho camino por recorrer. Ruta que el número 55 del documento final del Sínodo de la Sinodalidad marca con acierto.
La opacidad entorpece la posibilidad de denuncia, pero es la denuncia la primera herramienta para que pase algo, para combatir a este monstruo. Acierto a comprender que es duro denunciar a alguien a quien apreciabas y admirabas, con quien tenías una conexión, y que es muy bien considerado por la mayoría. En la última Macroencuesta de violencia sobre la mujer en España, solo en el 17,5% de los casos los victimaros eran hombres desconocidos. El resto: padres, hermanos, tíos, amigos, abuelos.
![Abusos](https://www.religiondigital.org/2025/01/14/Abusos.jpg?hash=75d4e36417beb9c135e13e5e7f707baf0de36fc4)
Mi experiencia es que las víctimas se atreven a denunciar cuando detectan receptividad, valor y entereza ante este asunto, y sobre todo cuando encuentran dentro de la Iglesia a alguien en quien realmente pueden confiar, que antepone la persona a la imagen de la institución. Lo normal es que haya que animarlos mucho a efectuar la denuncia, con la promesa de que de verdad se va a hacer algo, de que la justicia frenará a los abusadores para que no puedan seguir haciendo daño. No es suficiente esperar a que se acerquen, como he leído hace poco: hay que ir a buscarlos, informarles, motivarles.
La palabra del investigador queda comprometida. Y se crea un vínculo con las víctimas. No se puede evitar implicarse personalmente, como rostro visible y parte de una Iglesia que les ha quitado algo de enorme valor. Estremecen la dimensión de las heridas y la dignidad vulnerada pero entera. Angustia la lentitud de los procesos, una vez que el informe fue enviado a donde corresponde. Cuesta obtener siquiera un feed-back acerca de cómo se desarrolla el procedimiento, si han recibido la documentación, si están trabajando. Irrita ver a los acusados seguir con sus vidas y tareas, como si no hubiera pasado nada, las medidas cautelares inexistentes y la revictimización rampante y lacerante.
Creo que tenemos que agilizar y mejorar los mecanismos, construir lenguajes más claros y valientes, pero sobre todo generar una sensibilidad nueva, más inequívocamente empeñada en acabar con esta lacra. Nadie puede decir “a mí no me toca”, “es cosa de Doctrina de la Fe”, etc. Todos somos responsables, yo el primero, y todo lo que no sea hacer lo máximo en la lucha contra los abusos resulta ser encubrimiento, pecado de omisión.
Como Iglesia deberíamos estar enviando siempre el mensaje, con acciones concretas, de que no vamos a parar. Sin componendas ni medias tintas. Cuando no es así, caemos en lo que alguien ha llamado “encubrimiento sistémico”. Una lamentable y ya demasiado vieja complicidad por defecto.