Esta es mi Iglesia
En realidad a full llevamos toda una semana, que es la que ha durado la Asamblea Vicarial. Y esta vez me ha tocado vivirla desde dentro, desde la fontanería, y por pura casualidad. Pasaba yo por Iquitos de vuelta de los días de retiro y encuentro teológico en Lima justo cuando se reunía la comisión organizadora, y me invitaron –obispo por delante- a unirme a ellos. De repente me vi envuelto en un día entero de cranear y diseñar la Asamblea, su proceso de evaluación y programación de nuestra misión en la secuencia ver-juzgar-actuar, y decidir muchos detalles. Además de asumir varias tareas que por supuesto te caen como premio cuando te fichan equipos coordinadores de este pelaje.
De modo que han sido días que aspiraban a tener 26 o 27 horas, casi sin descanso, siempre preparando cosas, con trabajos de la comisión de síntesis (con mi primo José Caro) a la hora de la siesta, reuniones del equipo coordinador por la noche y sentadas delante de la pantalla hasta las tantas. Nos hemos sacado el ancho y hemos puesto al personal a funcionar a un ritmo matagente, pero ha merecido la pena y las revisiones de esta mañana han valorado la lógica del trabajo y sus resultados, a los misioneros y los laicos les ha gustado lo que entre todos hemos creado.
El análisis de la realidad de la pastoral de los puestos de misión ha sido de una transparencia escalofriante: nos vemos como una Iglesia en buena medida sacramentalista, con poca voz profética, centrada en sus cosas, sin continuidad, de débil implicación en los graves problemas sociales de la Amazonía y no suficientemente cerca de los indígenas… Una autocrítica demoledora y sorprendente teniendo en cuenta que sale de personas excepcionales, misioneros entregados que se la juegan a diario por ríos y quebradas, pero que siempre sueñan con más.
Todo un día dedicamos a estudiar el discurso del Papa en Puerto Maldonado. La voz de Francisco se oyó alta y clara en nuestra gran maloka, deseábamos recibir sus llamadas y dejarnos desafiar por sus palabras. Fue un placer conducir este trabajo y asistir al despliegue del entusiasmo en forma de ideas y propuestas: conocer, valorar y defender las culturas, cosmovisiones e identidades… más visitas a las comunidades, y más largas… formación de misioneros que ayude a nuestra inculturación: antropología, historia, cultura, idioma… formar y fortalecer comunidades con diferentes ministerios… defensa del territorio… cuidado de la Casa Común… lucha por el respeto de los derechos humanos…
Llega Pina y me pasa unos materiales de Pastoral Juvenil que le hemos pedido a los de Tamshiyacu. Ella es mexicana, pero también hay compañeros polacos, colombianos, canadienses, autóctonos de la selva, españoles y un coreano. Hablando el lenguaje común del amor a la Amazonía sazonado de cariño, risas, buen humor y el privilegio de estar embarcados en una aventura para ser, cada día más, Iglesia en salida, Iglesia en primera línea en la defensa de la vida, de la tierra y de las culturas. En camino hacia una Iglesia con rostro amazónico, una Iglesia con rostro indígena, como el Papa nos pidió. Sencillamente magnífico.
Los bailes de la selva son fuertes, enérgicos, hechos de saltos al ritmo exhaustivo del manguaré. Así de apasionado por el Reino es este trocito de Iglesia, el Vicariato San José del Amazonas. Me siento orgulloso de formar parte de él, y al mismo tiempo sorprendido y honrado cuando las circunstancias me han pedido comprometerme más y asumir mayores responsabilidades. Haré lo que pueda con mucho gusto porque esta es mi Iglesia, y no se me ocurre ningún lugar mejor donde vivir y seguir a Jesús como misionero.
César L. Caro