Los sacerdotes necesitan amigos orientadores
Para los Obispos.
| José María Lorenzo Amelibia
Los sacerdotes necesitan amigos orientadores
(El Mundo)
Todos sabemos la importancia tan grande que tienen los amigos en la fe o la dirección espiritual en nuestro camino hacia Dios. La hemos aconsejado a los seglares y somos testigos de los efectos que produce cuando se lleva bien.
En teoría también la defendemos para los sacerdotes; en la práctica tropezamos con inconvenientes difíciles de superar. Aparte de la dificultad inherente a la misma dirección, en nosotros existen otras bien definidas: nos cuesta mucho encontrar u sacerdote capaz de entendernos y guiarnos. Por otra parte; nos conocemos unos a otros: nuestras virtudes y nuestros defectos. Esto nos retrae y rehusamos ponernos en manos de un compañero. Es normal en nuestra psicología. Buscamos hombres totalmente entregados a Cristo; no de mediana virtud, y no los encontramos. Y en caso de hallarlo, otro problema: el desplazamiento hasta el lugar. Puede suponer una jornada entera.
Se podría facilitar mucho la dirección espiritual del clero nombrando sacerdotes con este cargo. Ellos visitarían periódicamente en su pueblo a cada uno de sus dirigidos. Debieran ser el "hombre bueno"; el amigo que acude para animar; el hombre de Dios a quien pudiéramos abrir nuestra alma; el hombre que conoce por experiencia las propias dificultades; que encuentra al sacerdote en la soledad del pueblo o en el vértigo de la ciudad. Sería el médico de heridas morales y psicológicas. Sería el que ayuda a cada uno a desenvolver su segunda vocación, tan olvidada muchas veces en el clero secular. Y si fuera precisos mediaría ante el obispo a favor de quien lo necesite. Él dirigiría los retiros comarcales; organizaría los equipos de amistad sacerdotal y les daría vida. Sería algo así como párroco de párrocos, director de directores. Pero con jurisdicción solamente en el fuero interno. Seríamos los sacerdotes el objeto de su apostolado.
Todo esto con nombramiento oficial; con recursos económicos para poder dedicarse a esta labor. Con medios de locomoción adecuados para poder visitar a sus sacerdotes. Con secreto absoluto de lo relativo a sus dirigidos.
Debieran ser varios en cada diócesis los encargados a esta misión. Cada uno tendría a su cuidado de sesenta a setenta sacerdotes. Ellos transmitirían mensajes del obispo; ellos podrían mantener unido al clero en mente y corazón. Nadie duda en enviar a los seminarios lo mejor del clero para formar a los futuros ministros del Señor. ¿Por qué no dedicar abundantes sacerdotes en calidad y cantidad a favor de la santidad del clero? Es más importante de lo que a primera vista parece. Cuántos que han fracasado o perdido la ilusión, si hubieran tenido un padre espiritual a su alcance, hoy serían excelentes presbíteros.
Nota: Salió en Incunable en 1963. Pocos meses o días más tarde, una ponencia de un Padre en el Vaticano II, hizo eco de este artículo. ¿Hoy, qué?
José María Lorenzo Amelibia
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