Celebración con el masato como elemento neurálgico en el pueblo naporuna (Perú) Llushki uma en Rumi Tumi

Compartiendo masato
Compartiendo masato Dominik Szkatula

El aswa es mucho más que una bebida, es un lenguaje completo, es el vehículo de expresión de este pueblo, contiene su alma, muestra su condición. Y es algo que depende casi por completo de las mujeres.

La lentitud forma parte de este ritual. Te sientas, se conversa… una warmi se levanta con el pate en la mano (“¡oh Dios mío, ya me va a tocar!”), jolgorio, charla, otra mujer masato en ristre, anécdotas, chistes con más risas. Demora… A veces te juntas con dos pates a la vez, y hasta con tres he visto.

Alto Napo 3

Algo característico del humor de los kichwas del Napo son las chapas, es decir, los motes. Son ingeniosos y hacen reír, pero a la vez hay que tomarlos muy en serio porque señalan un rasgo de la persona que la califica a ojos de la gente operando como sinécdoque chistosa y punzante. Ya mencioné acá hace un año a Pishcu Chaqui, por ejemplo.

Ojalá alguna vez yo me merezca tener mi chapa, eso será signo de familiaridad con este pueblo, de que me conocen y me aprecian. Por el momento, funciona bastante bien Llushki uma, es decir, “cabeza lisa”, calvo. Las carcajadas remontan hasta el Ecuador cuando alguien lo dice; en general todas las bromas en torno a que uno es pelacho levantan risas, hacen que el personal se vacile.

Llushki uma, junto con el resto del equipo, llegó a Rumi Tumi, quizá la población más grande de ese sector de vueltas del río. Con posta médica y tambo, con colegio secundario que supuestamente inicia el año próximo, con barro, alturas y un kuillur runa al frente de la comunidad cristiana que es de los que valen de verdad: Ricson Abarca. Hombre sereno, trabajador, inteligente y paktachi (cabal).

Hoy hay unos 16 bautismos, y eso significa que prácticamente todo el pueblo está implicado en la fiesta. El salón comunal está ya plagado de baldes de masato que señalan y anticipan la celebración. Es mucho más que una bebida, el aswa es un lenguaje completo, es el vehículo de expresión de este pueblo, contiene su alma, muestra su condición. Y es algo que depende casi por completo de las mujeres.

Son ellas las protagonistas en su preparación; aunque toda la familia participa en el proceso de sembrar la yuca, cosecharla, pelarla y cocinarla, solo las mujeres mastican la pasta junto con raíces de camote para acelerar la liberación del almidón, y escupen en la olla humeante. Y únicamente ellas transportan el líquido reverenciado y lo sirven, y ahí también hay una gramática peculiar.

La gente está sentada en el piso o en bancas, la conversación se anima, afloran las risotadas. Una mujer llena un pate de su balde de masato, se levanta, camina hacia otra persona y se lo ofrece. Quien ha recibido el recipiente se lo queda, va tomando mientras continúa el palique, hasta que regresa a la mujer que le ha invitado y le devuelve el pate. Intuyo que en el gesto de dar aswahay reconocimiento, deferencia, exteriorización de alegría, deseo de compartir. Tal vez también un reflejo ancestral de ayuda y colaboración: la mujer espera al varón que ha ido a cazar o a pescar y le entrega el alimento que ha preparado para que esté fuerte…

De hecho, en mitad de la liturgia del Bautismo una señora se para y le da masato a Domi mientras está hablando a la asamblea; no hay interrupción, Domi lo recoge con naturalidad y da sus tragos entre cantos, crisma y rito de la luz. Pienso en que si viera eso algún liturgista purista se le pondrían los pelos como escarpias… Pero para los runas cuadra a la perfección, porque el masato es el elemento neurálgico de la fiesta.

Cuando terminamos y damos las boletas es cuando de verdad comienza. Los nuevos compadres se van a la orilla del río y sellan su vínculo compartiendo el aswa sobre las canoas. Aprovechamos para buscar algo de comer porque sabemos lo que nos espera esta tarde: una gira de casa en casa, donde sin duda nos invitarán a masato a raudales, de modo que mejor vamos con alguito en el estómago para aguantar el tipo.

Y así es: a cada paso nos jalan para que entremos a festejar. Y no puede ser la visita del zancudo, porque la lentitud forma parte de este ritual. Te sientas, se conversa… una warmi se levanta con el pate en la mano (“¡oh Dios mío, ya me va a tocar!”), jolgorio, charla, otra mujer masato en ristre –“y de esta no me libro”-, variadas agudezas, anécdotas, chistes con más risas. Demora… En los casos más graves quieren al estilo tradicional, tú con las manos atrás y ella embrocándote el envase en tu boca; y a veces te juntas con dos a la vez, y hasta con tres he visto. Diosito.

Bebes un poco al menos, y devuelves. Pero por más que quisimos ser prudentes, el trasiego de masato fue tal que, cuando llegamos a casa de Ricson, ya de noche, Pischu Chaqui y Llushka uma estaban un poco achispados. Había sajino para cenar y eso nos entonó, y fue una agradable velada en familia. En la mañana, había sido Ricson el ministro del Bautismo, porque tiene facultades para ello conferidas por el Obispo desde hace años. Me confortó conciliar el sueño pensando que en este ensayo de iglesia sinodal tukuy parihu, el sacerdote (yayapagri) es querido, pero no tan imprescindible.

Bautismo Rumi Tumi

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