Palotes de inculturación
Estamos en Yahúma I Zona, en pleno territorio nativo ticuna del Bajo Amazonas. Es la segunda visita y puedo paladear el placer de regresar, que es una bonita evolución de la alegría de ir. Por la vereda que atraviesa el pueblito la gente nos saluda, me llaman por mi nombre. Tras los saludos y bromas (“los esperábamos ayer, padre”) el altoparlante brama en su lengua anunciando repetidamente que la reunión con los misioneros será a las 7 de la noche en el salón comunal y todos están invitados.
Esta vez, como dicen los manuales de etnografía, he procurado documentarme: he leído los mitos fundacionales de la cultura ticuna, he visto un documental sobre la ceremonia de la pelazón -woxrexcüchiga- he escuchado wiyaegü (canciones), he consultado a Goulard, he buscado en internet y he conversado con otros misioneros. Y antes del encuentro de esta noche mantengo una larga conversa con don Roberto Huanico, el papá de los animadores Armando y Lerín, uno de los mayores de la comunidad y cuya familia nos da alojamiento.
“Llegaron los evangélicos y el pastor empezó a enseñar que no debemos hacer esas cosas, como la pelazón, que son malas, diabólicas. Se quedó solo. Nadie de acá quiere ir a esa religión” - me dice Roberto. Yo había leído ya algunas críticas a las iglesias cristianas como uno de los factores que han contribuido al abandono de los elementos de la cultura ticuna, sus valores, ritos y prácticas tradicionales. Me fastidia y al mismo tiempo temo que eso fue más común en la historia de la evangelización de lo que pensamos. Y recuerdo que la tierra que piso es “lugar sagrado” (Ex 3, 5), así que hay que quitarse las sandalias de mi programación occidental con el máximo respeto y disponerse a dialogar en el terreno espiritual y cultural de los indígenas.
El ambiente está de nuevo repleto: casi toda la comunidad ha respondido a la llamada, y además con gran interés. Me doy cuenta con sorpresa de que estoy casi desacostumbrado a tanto público y lo disfruto. Al comienzo de la celebración les explico (muy lentamente y haciendo traducir cada frase) que Dios nos habla de muchas maneras, por ejemplo en los mitos judíos -el pueblo de Jesús- y en los mitos del pueblo ticuna. Leemos y traducimos la narración de cómo Dios creó al hombre con barro y le dio vida soplando su aliento sobre su nariz (Gn 2, 7. 21-24); luego invitamos a don José, anciano sabio, a contar el mito de los gemelos Ipi y Yoxi, que nacieron de las rodillas de su padre Ngutapax y que originaron el pueblo ticuna, sus conocimientos, costumbres, idioma, ceremonias… su cultura.
Durante la narración de don José, que dura más de media hora, la gente se ríe, comenta, hace bromas…
Rü wüxi i ngunexüa tanatü a Yoxi naxmaxsü ñaa: ¡nuxa rüxauu, rü nuxa rü aux, rü chacuenee cuxna chacuenee! (Un día nuestro padre Yoxi dijo a su mujer: “Quédate aquí, quédate porque yo voy a cazar animales).
Entonces su hermano Ipi la descubrió en su hamaca, y allí mismo la dejó embarazada (Nax Ipi chaxmaxmaa gnexü cuwagüxü natürü ta ixaxacü tá wüxicana i ngema chaxmax cuxü tá).
Luego, siempre con ayuda del traductor, intento conjugar, conectar o compatibilizar ambos mitos:
- Ipi y Yoxi nacieron de Nguxtapax. ¿Él es Dios? (comentarios, algunas discusiones)
- No, no. Tupana (Dios) es anterior a todo eso.
- Ah ya, así que Tupana Dios creó a los gemelos y por medio de ellos formó todo.
- Sí padre, porque Ipi fue sacando a toda la gente del río.
(Para mí es un momento muy especial. Me siento “yo mismo” al máximo, coincidiendo al cien por cien con lo que siempre he soñado. ¡Esto sí!)
- ¿Pero solo a los ticuna o a todos, a los gringos también? (risas).
- A toditos, incluso a los blancos.
- Ajá, es decir que así creó Dios todo. ¿Y Jesús?
- Jesús viene mucho después.
Dios es el origen de todo; la verdad de fe se comprende en la cultura ticuna de esta manera, con estas claves, símbolos, personajes y acciones. La historia de Ipi y Yoxi es un mito que esclarece el principio y dinamiza el presente, como el de Adán y Eva. Así Dios habla, y nunca dejó de hacerlo, en toda época, lugar y grupo humano. El misionero es un “encontrador” que ayuda a reconocer las palabras de Dios que ya estaban presentes en los tesoros culturales del pueblo antes de que él llegase. Con gran humildad, acompaña a estos cristianos en su proceso de sintonizar con el Evangelio el mensaje divino descubierto en sus valores ancestrales. De esta forma el misionero aprende a expresar su fe a la manera indígena y la redescubre en las riquezas de experiencia que Dios le va regalando por donde va.
Estoy como haciendo los primeros palotes en evangelización inculturada (Evangelii Gaudium 68-69). Son solo pobres intentos, pero ¡cómo me entusiasman!
César L. Caro