Niños, mujeres, soldados desnortados, caminan tambaleándose envueltos en andrajos por caminos llenos de restos de chatarra de carros destruidos al borde de pozos excavados por las bombas, crujidos de rayos, que aúllan como perros azuzados por los muertos que han bebido la sangre del corazón. En la otra orilla, a un tiro de piedra, el tono mantenido del eco de la memoria acrecentada desde la muerte, como un lamento de amor sin amor, acaricia los recuerdos del ayer ¡tan lejano! Los que otrora fueron senderos de paseos son ahora hileras de apretadas e ignotas tumbas, como celdas de colmenas, valles nublados por las nubes de humo de las bombas más terrible que el silencio de la muerte. Y tú, ahí clavado de pies y manos, qué responderás cuando te pregunten: ¿de qué ha servido todo? ¡Precarias imágenes de lo inimaginable!