Cuando la religión centrada en Dios y en el sujeto se desplazó hacia un balón El dios Rey del Olimpo Fútbol
"Para entender la sociedad de nuestros días hace falta analizar el protagonismo que le concede al fútbol. Es el tema más universal y preferido de conversaciones de café y todo tipo de reuniones"
"La Iglesia, desde muy temprano, rindió culto a los mártire y a sus reliquias o restos. Los posmodernos vuelven a tener en gran estima las reliquias. Todo lo que tocan los jugadores queda santificado"
"La religión llevaba a la obediencia a Dios. La religión sin dios, sin creencias, lleva a la obediencia a los dioses del estadio y a los famosos"
"Dios ha muerto, pero surgieron los ídolos, es decir, dioses falsos adorados que fomentan y mantienen la vida comunitaria"
"La religión centrada en Dios y en el sujeto se desplazó hacia un balón... Las crónicas deportivas describen por lo menudo los milagros obrados por alguno de los santos sobre el terreno de juego"
"¡Milagro, milagro! Messi no es un rey, no es admirado por el dinero que gana. El futbol es una religión y Messi, hoy, su dios más importante"
"La religión llevaba a la obediencia a Dios. La religión sin dios, sin creencias, lleva a la obediencia a los dioses del estadio y a los famosos"
"Dios ha muerto, pero surgieron los ídolos, es decir, dioses falsos adorados que fomentan y mantienen la vida comunitaria"
"La religión centrada en Dios y en el sujeto se desplazó hacia un balón... Las crónicas deportivas describen por lo menudo los milagros obrados por alguno de los santos sobre el terreno de juego"
"¡Milagro, milagro! Messi no es un rey, no es admirado por el dinero que gana. El futbol es una religión y Messi, hoy, su dios más importante"
"La religión centrada en Dios y en el sujeto se desplazó hacia un balón... Las crónicas deportivas describen por lo menudo los milagros obrados por alguno de los santos sobre el terreno de juego"
"¡Milagro, milagro! Messi no es un rey, no es admirado por el dinero que gana. El futbol es una religión y Messi, hoy, su dios más importante"
| Manuel Mandianes antropólogo
Para entender la sociedad de nuestros días hace falta analizar el protagonismo que le concede al fútbol que mueve miles de millones de euros, llena estadios inmensos cada domingo o cualquier otro día de la semana. Es el tema más universal y preferido de conversaciones de café y todo tipo de reuniones de amigos, de tertulias en radio y televisión. La diversidad de espectadores: hombres y mujeres, ricos y pobres, niños y adultos, no tiene la menor importancia; lo importante es la comunión de la que el grupo es causa y efecto. La importancia que dan los medios de comunicación a las palabras de entrenadores, presidentes de clubes, jugadores famosos, demuestra su importancia.
La Iglesia, desde muy temprano, rindió culto a los mártires, testigos de la fe que ella predicaba y, por esto, sus restos mortales, las reliquias, siempre disfrutaron de especial veneración entre los cristianos. Este culto a las reliquias implica, de hecho, un enorme peligro que, de hecho, se manifestó a veces en formas groseras y supersticiones de todo tipo. Seguramente pocos reconocerán que guardan esas cosas como reliquias.
Los posmodernos vuelven a tener en gran estima las reliquias. Todo lo que tocan los jugadores queda santificado, tocado de la fuerza especial que ellos tienen. Hoy la gente le da más importancia a una camiseta de Ronaldo o de otra estrella del deporte que al brazo de Santa Teresa. Se puede decir que el trato que los modernos dan a los restos y objetos de sus ídolos es el que los cristianos, especialmente los católicos, daban y dan a las reliquias, imágenes y cuerpos de los mártires, confesores y santos.
La religión llevaba a la obediencia a Dios. La religión sin dios, sin creencias, lleva a la obediencia a los dioses del estadio y a los famosos, divinidades impuestas y reveladas que se ofrecen en símbolos exteriores que se declaran por todas partes. Lo hace sin acudir a instancias indiscutibles del tipo de dogmas o fundamentos de fe: todo el mundo puede opinar y discutir sobre el mejor y el peor.
Dios ha muerto, pero surgieron los ídolos, es decir, dioses falsos adorados que fomentan y mantienen la vida comunitaria, son factores de cohesión social y solidaridad, aunque sólo sea por momentos. La tentación de hacerse un dios a la medida es una tentación idolátrica a favor de los futbolistas, “esos dioses menores necesarios para suplir la muerte, la huida o el silencio de los dioses verdaderos.
El pueblo se proyecta y se representa en el ídolo; se admira cuando lo admira, se venera cuando lo venera. Se siente agredido cuando lo agreden, se siente despreciado cuando lo desprecian. Al metérnoslos en casa mil veces cada día, los medios de comunicación convierten a los futbolistas, y a otras estrellas, en alguien tan próximo y tan familiar como los objetos y casi como las personas de casa. Ellos son parte de nuestra vida y de nuestros sueños. Asumimos sus éxitos y sus fracasos como propios, aunque están lejos y no remedian nuestros problemas. Mucha gente que dice que no cree en nada vive toda la semana con la esperanza de que su equipo va a ganar. La esperanza es la chispita que nos hace creer que lo que esperamos es posible.
Mitifican las desgracias de los ídolos y sus errores son más fecundos que los aciertos del común denominador de los mortales. Sus bufonadas y “salidas de pata de banco” son tomadas por gracias y pruebas de ingenio. El ídolo es un dios reducido a la medida del hombre, haciendo realidad o que dice Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”. La idolatría es la adoración o el culto tributado a entidades, objetos, imágenes, personas o elementos naturales que se consideran datados de poder divino. El idólatra no se aleja de Dios, sino que se acerca a él de manera indebida.
El sagrado actual es una construcción de diversos imaginarios sociales y un intento de dotar nuevamente la vida de sentido. La vuelta de la tradición también se puede interpretar como el fruto del desencantamiento que el mundo sufrió con la ciencia. El hombre, atrapado por las corrientes desmitificadoras, está hambriento de raíces y las busca en todas partes. Una imagen total del mundo trata de remplazar a una imagen troceada y analítica de cosmos. El hombre moderno ya no necesita a Dios como fundamento, pero no excluye que el hombre no necesite, o al menos no se de a sí mismo otros dioses.
En nuestros días, el fútbol puede desempeñar ciertas funciones que desempeña la religión. Expresa lo que no se puede expresar de otra manera; socializa y personaliza, y da sentido a todo aquello que se ha visto malogrado o ha sido objeto de desposesión. El fútbol, a diferencia de la religión, salva el sentido de lo incondicional sin recurrir a Dios ni al absoluto. Al poder unificador r del fútbol tal vez se le pueda llamar trascendencia “desde dentro” en clara delimitación con la trascendencia “desde fuera”, de la religión.
El Conde de Montecristo dice: “Toda sabiduría humana se contiene en estas palabras: esperar y tener esperanza”. La religión no se ha evaporado sino metamorfoseado y su más impresionante transformación quizás sea el fútbol. La vieja teología necesitaba hacer visible a Dios mediante un mecanismo legitimador: el relato bíblico.
La religión centrada en Dios y en el sujeto se desplazó hacia un balón y unos personajes que lo manejan y un discurso sobre otro discurso. El fútbol despliega los discursos tradicionales, pero sin apelar a las raíces ni a las estructuras profundas, sin apelar al viejo Dios ni a sus imágenes ni símbolos para ser él todas las cosas. Es una teología sutil que comparte pocas cosas con la teología de siempre más allá de analogías estructurales y funcionales
El fútbol tiene la tarea reconciliadora y liberadora de la religión, pero no puede ofrecer consuelo ante las miserias personales, ni esperanzas de realización de la conciliación y redención de este mundo desigual e injusto. No es una religión como las religiones históricas y de libro, no lleva consigo la creencia en ningún credo ni dogmas. Como en asuntos de religión, más que discurrir, hay que vivir; más que argumentar, hay que dejarse llevar; más que reflexionar, hay que relacionarse e implicarse. Dice Levitas que lo primero no es el pensamiento sino la relación entre las personas.
Lo esencial de esta religión consiste en negar la posibilidad de hablar de Dios para afirmar su existencia en el fútbol. La gente habla, se entretiene, pasa el tiempo, se distrae con el fútbol y se olvida de lo demás. Lo vemos aparecer en todos los discursos: de los curas, de los políticos. El culto de la nada es efecto inevitable del monoteísmo del dinero y la fama. La nueva religión no conserva ninguna de las huellas de la lucha entre fe y razón. La divinidad de la nueva religión se impone sin decirlo, sin que el fiel se dé cuenta. La religión reforzada con su desaparición, con la ocultación de su esencia, ausencia de fundamento, lleva a la obediencia al poder sin darse cuenta. La divinidad atea ha tomado la plaza; una religión disuelta, líquida, a la carta, que borra aquello mismo que ejecuta.
El fútbol no es un fenómeno aislado sino un elemento del mundo actual que sólo significa algo dentro del conjunto y, a su vez, el conjunto gana significado si se entiende el fútbol. El fútbol no tiene esencia en si mismo, sino que depende de la interpretación que cada uno hace de él. Una cosa es el hecho físico: partido de fútbol, igual para todo el común de los mortales, y otra la experiencia del fenómeno social del fútbol. El fútbol representa el orden simbólico, la experiencia vivida, la riqueza de las emociones.
Las crónicas deportivas describen por lo menudo los milagros obrados por alguno de los santos sobre el terreno de juego con un lenguaje ininteligible sin conocer la cultura religiosa. Se dijera que estamos leyendo un tratado sobre las postrimerías o la noche espiritual. Un partido puede transportarnos a la gloria, hacernos degustar las mieles del éxtasis y de la visión beatífica y hacernos exclamar: ¡Milagro, milagro!Messi no es un rey, no es admirado por el dinero que gana. El futbol es una religión y Messi, hoy, su dios más importante.
Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor. En blanco, novela es su último libro
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