Las hermanas, religiosas de clausura, lo cuidan todo al detalle. Reciben en su casa a buena parte del clero de Madrid y a sus familiares, que aprovechan la oportunidad que les brinda la fiesta para verlas. Celebran a Jesucristo, y este, sacerdote, modelo para los presbíteros y también para todos aquellos que, por el Bautismo, viven el sacerdocio común.
En este sentido, la hermana María Eugenia, en declaraciones a Alfa y Omega, asegura que el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio bautismal, ese que se recibe por el hecho de ser cristianos, «para que todos seamos ofrenda para Dios» en la vida cotidiana, en «nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestros sufrimientos…». Es en la Eucaristía donde «unimos nuestra ofrenda a la de Cristo en el altar», indica la oblata, que resume así su vocación, «hacernos ofrenda [oblación, de ahí el nombre de oblata] permanente» por los sacerdotes uniéndose «al sacrificio eucarístico». «No podemos vivir sin Eucaristía, y por eso no podemos vivir sin sacerdotes».
Ánimo y valentía a pesar de las caídas
La Eucaristía ha sido precisamente el núcleo de esta conmemoración, en la que se ha pedido para los sacerdotes, en la oración colecta, «fidelidad en el cumplimiento del ministerio recibido».
En su homilía, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, se ha centrado en el Espíritu Santo, «protagonista de toda la vida del sacerdote». Sin Él, «el ministerio sacerdotal se reduce», y sin su unción «no hay santidad». Una unción recibida «sin méritos, por pura gracia», que «nos ha hecho padres, pastores».
Es el Señor, ha continuado el arzobispo, el que «ha derramado sobre nosotros la unción de su Espíritu, el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles», que fueron personas no exentas de debilidades y fragilidades, igual que les sucede a los sacerdotes. Ante esto, «no tengamos miedo, seamos valientes para afrontar […] nuestras caídas». El primero que renegó fue Pedro, les ha recordado.
«Jesús sabía que nada podían solos, y por eso les prometió el Paráclito», ha continuado, y con el Espíritu «se evaporaron los miedos, las vacilaciones», dejaron de buscar puestos de honor, como les ocurrió a Santiago y Juan. Dejan, en definitiva, de «buscar el carrerismo» y «se convierten en apóstoles por el mundo».
«Esta es la contradicción que siempre, como sacerdotes, tenemos que resolver en nuestra vida —les ha planteado el purpurado—, ¿soy pastor del Pueblo de Dios o de mí mismo?». Y ha enfatizado: «Queridos hermanos, no busquemos nuestro carrerismo […], nos hace encerrarnos en nosotros mismos y nos hace temerosos».
Tres grandes tentaciones del sacerdote
El cardenal Osoro ha alertado también a los presentes de las tres grandes tentaciones que pueden estar en la vida del sacerdote: conformarse con hacer lo que se puede, sin mucho entusiasmo; buscar «sucedáneos» de la unción o «caer en el desánimo», esta última, ha dicho, la más frecuente. Ante las dificultades, las «debilidades propias», «tengo que recurrir a la fragancia de la unción que recibí el día que me ordenaron», ha concluido.
El purpurado ha agradecido también en varias ocasiones a las oblatas «por lo que sois para nosotros, los sacerdotes». «Gracias, queridas hermanas, por vuestra entrega, por vuestra fidelidad y por vuestro testimonio; muy especialmente, por ofrecer vuestra vida para que los sacerdotes vivamos en la santidad».
La celebración ha contado también con la presencia del arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela; los obispos auxiliares monseñor José Cobo y monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ, así como vicarios episcopales y más de un centenar de sacerdotes de la diócesis.
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