Dos de los curas de La Palma relatan a RD la incertidumbre tras la erupción del volcán Alberto y Domingo: el Evangelio de la acogida entre ríos de lava
“En el 49 tenía siete años, y mis padres eran agricultores y ganaderos. Nos pilló con los animales en el monte, no veas lo difícil que fue”. También sintió de cerca el poder de la lava en 1971. A sus 79 años, 55 de ellos como cura, Domingo Guerra tiene “sentimientos muy encontrados. De un lado, es imposible no admirar la grandeza del espectáculo. Del otro, la incertidumbre y la tristeza de la gente que tienes al lado”
Alberto ha puesto a disposición de la ciudadanía la casa parroquial, donde hay alguna familia alojada, y donde algunas personas han pasado para descansar, comer o darse una ducha. “Esta también es la casa de los vecinos, que saben que el párroco, que la Iglesia, está a su lado. También el obispo, que está permanentemente en contacto conmigo”
Alberto está a punto de ver cómo su casa desaparece en un mar de lava. Su casa es la iglesia, la parroquia de San Pío X, que está en la línea de una de las lenguas escupidas por el volcán de Cumbre Vieja. Cuando hablamos con este cura de 40 años, párroco de cuatro templos de la zona, está esperando una llamada de las autoridades para saber si puede acudir a “salvar lo salvable”.
Esta tarde, está previsto que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se desplace hasta la zona para visitar a los vecinos y ofrecerles el apoyo que, desde primera hora de la tarde de ayer, están recibiendo por parte de su párroco. Alberto Hernández ejerce en Las Manchas, Todoque, La Laguna y Puerto Naos, zonas por las que puede pasar el curso de la lava en su camino hacia el mar. “La situación es bastante incierta”, nos cuenta, en conversación telefónica, visiblemente abatido, pero en pie.
Incertidumbre e impotencia
“No hay información de precisa de primera mano. Miramos hacia la montaña, y esperamos que a lo largo de la tarde haya alguna previsión”, afirma Alberto, que reconoce estar viviendo este drama “con mucha incertidumbre e impotencia”. Y es que sus fieles “están dispersos, en casas familiares, de amigos, acogidos…. Los barrios son ahora mismo poblaciones fantasmas, no hay nadie”.
Sin embargo, teléfono en mano, Alberto se interesa por todos sus feligreses, especialmente por los más mayores. En pocas horas, sabrá si el barrio entero “queda extinguido, o no. Lamentablemente, parece que la lava pasará por ahí”. La parroquia está en un promontorio, lo que podría hacer el milagro y salvarla del fuego y la destrucción, pero de momento sólo resta esperar. “No hay opción de acceder a los templos, las carreteras están sepultadas o cortadas”, informa.
“Estamos intentando estar cerca de los que tenemos en las parroquias, de la feligresía, y en contacto con las autoridades por si es necesario ayudar de algún modo”. Alberto ha puesto a disposición de la ciudadanía la casa parroquial, donde hay alguna familia alojada, y donde algunas personas han pasado para descansar, comer o darse una ducha. “Esta también es la casa de los vecinos, que saben que el párroco, que la Iglesia, está a su lado. También el obispo, que está permanentemente en contacto conmigo”.
A Alberto le preocupa el momento actual, pero también el día en que “la gente pueda regresar a sus casas, o compruebe que su casa no existe”. Entonces “habrá que usar los recursos de Cáritas para servir a estas familias, veremos las necesidades reales. Ahora todos estamos en expectativa de lo que va saliendo y de las imágenes que permiten hacernos una idea de qué daño está haciendo”.
El cura que vivió tres volcanes
Domingo casi dobla en edad a Alberto, y ha vivido las tres últimas erupciones. “En el 49 tenía siete años, y mis padres eran agricultores y ganaderos. Nos pilló con los animales en el monte, no veas lo difícil que fue”. También sintió de cerca el poder de la lava en 1971. A sus 79 años, 55 de ellos como cura, Domingo Guerra tiene “sentimientos muy encontrados. De un lado, es imposible no admirar la grandeza del espectáculo. Del otro, la incertidumbre y la tristeza de la gente que tienes al lado”.
“Anoche, el espectáculo era impresionante. Ahora, vemos cómo la lava va hacia el mar, y va arrasando casas, colegios, fincas de cultivos… es muy complicado”, nos cuenta. Su parroquia, en El Paso, ha puesto a disposición de vecinos y autoridades sus instalaciones, aunque “no está haciendo mucha falta, porque en la isla hay un acuertelamiento militar abandonado desde hace años, y no hay problema de hospedaje”.
“Los servicios sanitarios están funcionando muy bien”, reconoce Domingo, quien ayer pasó toda la tarde, y la noche, dando apoyo humano, “compartiendo incertidumbre y sufrimientos, dando ánimos”, a la gente que no sabe “si ha perdido sus casas, sus animales, que no sabe qué va a pasar. Si la lava avanza hacia las casas, se las come en dos bocados”, relata, con tres volcanes de experiencia, este sacerdote que, por teléfono, parece un joven vigoroso y en forma.
“Esto va para largo. Ahora hay mucha gente aquí, ya veremos cuando dejemos de ser primera plana”, se lamenta, sabiendo que será entonces “cuando vendrá la dura realidad de la situación”, con “familias mayores que han trabajado, muchos durante media vida en Venezuela para ganar dinero y hacerse una casa, y ver que la lava te la come en media hora. Es muy duro”, insiste Domingo. Que, como Alberto, no han dormido en todo este tiempo, acompañando a la gente, escuchando sus miedos, esperando a abrazar cuando los peores presagios se confirmen. Ahí, también, está la Iglesia de Jesús.
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