El día que comulgué de manos de una presbítera. Mujeres, Iglesia y 8M

Entiendo que no se trata de ordenar mujeres, sino de dejar de ordenar personas en absoluto.

8M

Estaba en Filadelfia en octubre de 2016. El fin de semana en que en mi país (Colombia) se realizaba la votación del plebiscito por los acuerdos de terminación del conflicto con la Guerrilla de las Farc. Pensaba en mi país y el anhelo de paz y busqué ir a misa. Entré a un templo porque vi el anuncio de los horarios de eucaristía. Me senté, noté que iba mucho menos formal que los otros asistentes, pero en cuanto empezaron los cantos tomé el libro de la celebración - tal como vi a los demás hacerlo - y a lo que vinimos.
Atrás comienza la procesión y veo varios acólitos y 3 presbíteros revestidos (con ropa de misa). El primero, un señor mayor, el segundo un señor no tan mayor y el terc... momento, es una señora. Oh por dios una mujer, y ella iba a presidir la celebración. Claramente no era una iglesia de catolicismo romano. Primera eucaristía en otro idioma y presidida por una mujer. Muy pocas - aunque significativas - variaciones respecto al rito que tantas veces he vivido. Una fantástica homilia, sentida, clara, existencial. En el momento de la comunión me acerqué - no hacen fila - y susurré al oído de esta presbítera que yo era católico romano y no quería irrespetar a la comunidad pero quería comulgar. Ella me dijo que somos hermanos y era bienvenido. Comulgué de sus manos y oré.
Todo en aquella celebración era extraordinario para mí, y sin embargo nada extraordinario sucedía. Una mujer, como Febe, Junia o Prisca, líderes y ministras de las iglesias del Nuevo Testamento estaba haciendo algo que estaba perfectamente capacitada para hacer. Me invitaron a un grupo de estudio bíblico que se reunía al terminar la misa y estuve allí conversando sobre un par de salmos con ella y otras personas de su comunidad. Un café y un abrazo y nos despedimos.
Aquella experiencia solo es llamativa o impresionante o extraña por la terrible normalización que tenemos en el catolicismo romano de la exclusión de las mujeres de los ministerios ordenados. Que no haya mujeres curas, obispos o cardenales es algo irracional y anticristiano. Pero lo aceptamos con una pasividad asombrosa y lo justificamos con una teología absurda y maniquea. Y cuando al Vaticano se le ocurre nombrar una mujer en algún cargo hacemos una fiesta cuando deberíamos estar haciendo huelga.
Desde la secretaria de despacho parroquial o la catequista, hasta la madre superiora de la comunidad de religiosas más numerosa del planeta, ellas son relegadas en la organización eclesial y ninguneadas en la cotidianidad de muchos espacios católicos. Confieso que soñaba una iglesia con ministras ordenadas, una Papisa, una Cardenal Primada. Seguro nos ahorraríamos muchos males de este clero varonil, tan tentado por la misoginia y la homofobia. Tan propenso a abusar de la conciencia, la ocupación o el cuerpo de sus creyentes. Pero cuando el sueño se completa a ser una iglesia digna de ese nombre, dispuesta a contrastar con las manías excluyentes de la sociedad, entiendo que no se trata de ordenar mujeres, sino de dejar de ordenar personas (no más clero) en absoluto.
Seremos una iglesia digna de bendecirlas cada #8M cuando rompamos nuestra propia exclusión, que nos despoja a todos del liderazgo, la espiritualidad, el magisterio y la sacramentalidad que ellas tienen para la comunidad de los cristianos. Cuando todo en nuestro ser, nuestra enseñanza, nuestra espiritualidad y nuestra organización se parezca a ese movimiento de Jesús que JAMÁS HABRÍA SIDO VIABLE SIN ELLAS.

Etiquetas

Volver arriba