Recordando a Helder Cámara y Gerardo Valencia Cano “Obispos rojos” de Medellín
Monseñor Cámara amado y odiado Obispo de Recife candidato al anatema papal y también al Premio Nobel de la Paz
Monseñor Valencia Cano más fuerte en ciencias de cristiano corazón que en tesis económicas, fue socialista y espiritualista. Creía en el hombre y en su derecho a vivir dignamente
El “Obispo Rojo de Buenaventura”, llegó a lo que llegó como consecuencia de lo que vio, sufrió y vio sufrir
El “Obispo Rojo de Buenaventura”, llegó a lo que llegó como consecuencia de lo que vio, sufrió y vio sufrir
| Dumar Espinosa Dumar Iván Espinosa Molina / Alfonso Bonilla Aragón
El siguiente artículo de Alfonso Bonilla Aragón, contradictor de Gerardo Valencia Cano, publicado en el periódico El Tiempo el sábado 29 de enero de 1972, se titula “Un albo Obispo Rojo”, reconoce la grandeza del Obispo de Buenaventura, muerto prematuramente en un accidente aéreo el 21 de enero 1972. En el artículo, el autor hace una comparación entre dos obispos latinoamericanos dedicados a la causa de los pobres: Helder Cámara en Brasil y Gerardo Valencia Cano en Colombia, padres conciliares, padres de Medellín 1968, obispos rojos, testigos de Cristo:
«El nordeste brasileño son tierras míseras porque el cielo a fuerza de ser azul destiñó las nubes. Las sequías se cuentan por lustros y no por estaciones. He visto llegar a Río de Janeiro, en los más inverosímiles vehículos, o a pie, familias enteras de nordestinos “retirantes” (migrantes). Salieron de sus tierras como campesinos honestos. Al llegar ya eran merodeadores, rateros, asaltantes. La moral no es exactamente un invento para los estómagos con hambre.
Monseñor Helder Cámara fue en su juventud sacerdote promisorio. Sabía "latínes, patrística y teología". En la Semana Santa y en las fiestas patronales componía homilías en su bellísimo idioma, (pensado por los celtas peninsulares para hablar de amores a Dios y a la mujer).
Pero un día lo nombraron obispo de Recife. Y desde entonces siguiendo el ejemplo de los apóstoles ecuestres, Pablo y Santiago, se dio a visitar su diócesis. No en automóviles blasonados, ni en avión, ni en helicóptero. Sino en los destartalados omnibuses que hacen, pujando como camellos acezantes por las inverosímiles rutas del desierto. Allí conoció a las familias que se alimentan de lagartos y serpientes, y van, como gallinazos, en busca de reses agonizantes, para faenarlas y comerlas.
Así nació Monseñor Cámara amado y odiado Obispo de Recife. Un hombre que lleva muchos años siendo candidato al anatema papal y también al Premio Nobel de la Paz.
Monseñor Gerardo Valencia Cano, el Obispo de Buenaventura, vivió una biografía similar. Tímido, silencioso, modesto, empecinado y apasionado. Viéndolo, daba la sensación de uno de esos Maestros de novicios que es frecuente encontrar en algunos museos como el de las “Janelas Verdes”, “El Prado”, o el “Lázaro Galdiano” de la península. Si poseía en propiedad báculos, vestiduras moradas, zapatos con hebillas de plata, solideos, anillos de amatista, nunca se supo. Creo que la única vez que los necesitó los consiguió con algún colega o los obtuvo en una casa de empeño o en la utilería de un teatro. Iba por el mundo con un “clergyman” gris, color que mejor mimetizaba el cieno de las barriadas.
Monseñor Valencia Cano, el “Obispo Rojo de Buenaventura”, llegó a lo que llegó como consecuencia de lo que vio, sufrió y vio sufrir. En el Litoral Pacífico desde Juradó hasta Ancón observó a “sus hermanos” comiendo monos o aves marineras, reproduciéndose como bestias, muriendo a la intemperie como fieras acosadas. Monseñor, más fuerte en ciencias de cristiano corazón que en tesis económicas, fue socialista y espiritualista. Creyó en Dios y en ciertos postulados de Marx. Pero creía en el hombre y en su derecho a vivir dignamente, (…) Pero él veía a Cristo en cada negro. Y lo único que le importaba, al fin y al cabo, era Cristo. Lo combatí, lo consideré nocivo. Pero hoy reconozco que la Iglesia sólo se salvará con gentes como él. Extremadas, injustas a veces, indoctrinarias incluso, pero sin más norte que ese pobre ser desprotegido que se llama “el hombre colombiano” ».