Testimonios de sacerdotes secularizados absolviendo en peligro de muerte Ego te absolvo
"Todo sacerdote, aun desprovisto de facultad para confesar, absuelve válida y lícitamente a cualquier penitente que esté en peligro de muerte" (C.I.C. 976)
La salvación final de las almas no se circunscribe ni siquiera a la declaración formal de la absolución pronunciada efectivamente por el sacerdote
Se descubre un carisma especial o particular dentro de la facultad de absolver de los sacerdotes secularizados
En silencio, desde el vehículo en el que viajo, levanto mi mano para bendecir y pronuncio la fórmula de absolución que nunca olvido
Habría que definir el mismo peligro de muerte, porque a veces es el peligro de muerte espiritual
Dios obra a través nuestro de una manera que va más allá de todo
Se descubre un carisma especial o particular dentro de la facultad de absolver de los sacerdotes secularizados
En silencio, desde el vehículo en el que viajo, levanto mi mano para bendecir y pronuncio la fórmula de absolución que nunca olvido
Habría que definir el mismo peligro de muerte, porque a veces es el peligro de muerte espiritual
Dios obra a través nuestro de una manera que va más allá de todo
Habría que definir el mismo peligro de muerte, porque a veces es el peligro de muerte espiritual
Dios obra a través nuestro de una manera que va más allá de todo
El Código de Derecho Canónico establece en el canon 976 La facultad de la absolución in extrema res que el presbítero secularizado tiene en caso de peligro de muerte del penitente: “Todo sacerdote, aun desprovisto de facultad para confesar, absuelve válida y lícitamente a cualquier penitente que esté en peligro de muerte de cualesquiera censuras y pecados, aunque se encuentre presente un sacerdote aprobado.” Tal facultad reconoce la permanencia del carácter sagrado del Orden en el sacerdote retirado del ministerio y al mismo tiempo la preeminencia de la salvación de las almas sobre cualquier otra norma canónica.
En concordancia con lo anterior, la gracia del Rescripto para la dispensa del celibato y la pérdida del estado clerical, afirma que el sacerdote dispensado “queda excluido del ejercicio del orden sagrado a excepción de las facultades mencionadas en los cánones 976 y 982, 2ª parte”. Dicho canon establece: “Si urge la necesidad todo confesor está obligado a oír las confesiones de los fieles; y, en peligro de muerte, cualquier sacerdote”.
En definitiva, es Dios mismo quien perdona y quien salva. De modo que su perdón y la salvación final de las almas no se circunscriben ni siquiera a la declaración formal de la absolución pronunciada efectivamente por el sacerdote. Como en el caso del bautismo de deseo y de sangre, o de la reconocida contrición perfecta en ausencia de un ministro, la gracia de la salvación de Cristo puede hacer perfecto el sacramento.
La jurisprudencia es clara. La norma canónica de la facultad de absolver en peligro de muerte se convierte en una obligación de conciencia para quienes han dejado el ministerio así se encuentren en situación irregular o hayan abjurado de la propia fe, construido nuevos relatos de vida y quieran tapar el sol con un dedo, negando que después de la imposición de las manos no son exactamente los mismos de antes, si se llegó a la ordenación con el pleno uso de las facultades intelectiva y volitiva, sin presiones de ningún género y con la plena conciencia del inestimable don que se estaba por recibir.
Como sucede siempre en el sacramento de la Reconciliación, el ministro está obligado al sigilo sacramental. También en estas especiales condiciones. De modo que no es sencillo obtener testimonios de sacerdotes retirados de las ocasiones, no infrecuentes, en que han tenido que absolver un penitente en caso de peligro de muerte.
A continuación se presentan algunas voces de sacerdotes retirados sin mencionar las personas implicadas, su nacionalidad o el contexto particular en el que se aplicó la excepción permitida por el derecho. En varios casos, se descubre incluso un carisma especial o particular dentro de la facultad de absolver de los sacerdotes secularizados.
“Hace algunos años, un familiar me llamó por teléfono a altas horas de la noche para que le ayudara a conseguir un sacerdote que pudiera aplicar los santos óleos a un conocido suyo que se encontraba “en las últimas” en un hospital de la ciudad. Como conoce mi historia, pensó que yo tendría el contacto telefónico de varios compañeros sacerdotes. Le dije que lo más aconsejable era preguntar por el capellán del hospital, a lo que respondió que a esas horas ya no se encontraba en el lugar. Llamé entonces sin resultado a un conocido que vivía cerca del lugar para que asistiera al enfermo. Yo sabía que en esa circunstancia yo mismo podría absolver pero preferí esperar a ver qué sucedía al día siguiente. Muy temprano en la mañana supe que el enfermo había muerto y que ningún sacerdote le administró la extremaunción. Desde entonces caí en la cuenta de que en estos casos es necesario actuar con prontitud y en conciencia. Misteriosamente, porque no es frecuente esa experiencia entre los retirados, he tenido que absolver en varias ocasiones en carretera alguna víctima ocasional de accidentes de tránsito. En silencio, desde el vehículo en el que viajo, levanto mi mano para bendecir y pronuncio la fórmula de absolución que nunca olvido: “Dios que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo…” Sé que Dios en su infinita misericordia se vale de mí, instrumento indigno para bendecir y perdonar”.
Otro presbítero retirado cuenta: “El tema es complejo presentarlo porque no deja de ser sólo en peligro de muerte y bueno, habría que definir el mismo peligro de muerte, porque a veces es el peligro de muerte espiritual. (A propósito), tuve un trabajo en el que viajaba mucho por todo el país y trabajaba con muchos curas sobre todo con curas que estaban muy insertos en comunidades de alta vulnerabilidad social por el trabajo que tenía. Y la verdad que ahí, al conocer muchos sacerdotes en diócesis pequeñas y con pocos sacerdotes, es donde la soledad se hace más profunda y donde uno deja de estar en la mirada de todos pero a la vez pertenece a una Iglesia que al ser chica, infierno grande a veces. Las competencias o los celos o un montón de cosas que hacían que los curas no sólo estén solos, poco acompañados por los obispos y por los otros compañeros sacerdotes, sino que a veces la realidad del pecado y la miseria humana los aislaba más; porque se autoaislaban. Así que el recorrer esos lugares y encontrarme con esas personas, esas vidas, con esos sacerdotes que le pelean el día a día, con sus virtudes y su hermosa y linda entrega, pero a la vez atravesada por la realidad del pecado, muchas veces terminaba una conversación que terminaba con el sacramento de la reconciliación. Uno se convierte en un vehículo de reconciliación y de sanación entre la persona y Dios. Eso me tocó en varias veces, llamativamente por ahí como me veían a mí en una situación como en la que estoy y que no los iba a juzgar y no iba a competir y no iba a pensar mal, en el buen sentido del término, hacía que muchos se confesaran y tuvimos momentos de reconciliación con Dios y con la Iglesia muy lindos… Sucede que uno comienza a descuidar su vida espiritual, y la dirección espiritual y un montón de cosas y va como encerrándose; y creándose una especie de muerte espiritual y eclesial.
Nosotros también nos encontramos con un montón de gente que no va a recurrir a la Iglesia institucionalizada… sea que por ahí, la humillación por el propio pecado, o andá a saber que fantasma tienen en la cabeza, hace que no recurran a los sacerdotes ni a lo institucionalizado; y por ahí nosotros, que estamos caminando con ellos desde otro lugar, desde otra perspectiva de vida, sino caminando en sus trabajos, en su vida, hace que seamos como más cercanos, incluso en esta realidad de pecado. El sacerdocio ministerial como está concebido ahora como una especie de celibato de impecabilidad, que por eso escandaliza tanto los pecados de los curas, hace que un montón de gente no se anime a recurrir a ellos… y por ahí nosotros que somos “pecadores natos”, que no escondemos lo que somos, ni nuestra realidad, ni de dónde venimos, nos volvemos de una manera misteriosa y muy evangélica muy cercanos; entonces hace que la gente a veces nos comparta su realidad y su vida. Me pasó muchas veces éso. De gente que no tiene nada que ver con la Iglesia, que incluso tienen una mala experiencia de fe, que al encontrarse conmigo y ver que soy una persona normal y que por ahí he caminado trayectos “no ortodoxos”, hace que se sientan cercanos y que puedan terminar en una gran reconciliación de manera supermisteriosa y la verdad que eso es increíble. No es el sacramento estrictamente marcado, pero si es el testimonio interesante.
Alguna vez me tuve que reunir con aproximadamente veinte intendentes de los pueblos y nos juntamos a comer en la noche, y nos sentamos ahí a charlar en una reunión política. Y en un momento uno de los intendentes me mira a mí y me pregunta: ¿vos sos sacerdote?, y le digo, sí, sí, soy cura, y le cuento un poquito mi situación. Y ahí misteriosamente, cada uno de ellos empezó a contar cosas de su vida tremendas. Del que se le había muerto el padre,… el que había tenido la muerte de un hijo,… el que estaba pasando por problemas de la familia… Empezó a darse una conversación que terminó como a las cuatro de la mañana, y que yo todavía y ellos mismos, porque después de mucho tiempo los fui viendo uno por uno, saben que pasó algo pero todavía no sabemos mucho qué. Sobretodo creo que pasó Dios porque la verdad que fue algo muy sanador y muy profundo; y creo que se dio ahí porque al ser alguien de afuera que no venía a juzgarlos, sino que era una presencia de Dios, porque tampoco ellos me conocían, pero el hecho de que sea cura y que no esté subido en un pedestal, y que me vean accesible, hizo que se pueda dar una conversación muy profunda y muy linda; así que Dios obra a través nuestro de una manera que va más allá de todo”.
“Durante un tiempo acompañé enfermos terminales, desde que les decían que eran terminales hasta que se morían. No trabajaba para la muerte, sino haciendo que la muerte sea parte de la vida. Trabajaba en un hospital de bastantes bajos recursos en ese momento. Yo en la noche cuando iba así, un saludo general, miraba a los nuevos internados y después me sentaba a charlar con alguno. Esa noche, después de saludar a todos… cuando estoy saliendo veo a una persona que desde que llegué estaba ahí, muy mal. De hecho estaba “hecho encima y muy sucio”, muy flaco, ya como en una etapa muy deteriorada; así que yo me acerqué, le ayudé a la enfermera a limpiarlo; me quedé un poco con él, y él, me miró y me dijo: “mi vida fue una mierda, todo lo hice mal… la verdad, y mirá cómo estoy; me estoy muriendo y no es más que un reflejo de lo que fue mi vida. Ahí, yo me quedé con él toda la noche. Estuvimos hablando de que más allá de todo lo que uno pudo haber hecho o sido en la vida, Dios es nuestro papá y que es el momento de ponernos en las manos de Él. Como el buen ladrón le robemos a Dios el Cielo en el último instante de nuestra vida. Que se ponga en las manos de Dios; y rezamos un rato juntos, en medio de una situación medio fea… pero bueno, me quedé con él y a la madrugada falleció. Cómo Dios pasa por la vida de la gente y nos usa de instrumento…
Un chico, Juan. Tenía un tumor en la cabeza. Iba y jugaba mucho con él. Recuerdo cuando vino el médico, con él y la mamá; estábamos ahí. Y la mamá no quiso que me vaya y le dijeron que ya no había más nada que hacer; que el tumor iba a crecer y que le iban a dar morfina para que el dolor no sea tan intenso y si no, iba a morir de dolor. Lo cual era una situación horrible, muy dolorosa. Bueno, así que después salimos un momentito afuera porque el chico se durmió y me quedé llorando con la madre un rato largo. Y en un momento miré a la madre y le dije, la verdad es que no sé qué hacer. La verdad que me siento superinútil y la verdad no sé qué hago acá. Y ella me dijo: mira, no te equivoqués. El que vos estés acá es la prueba más fuerte de que Dios no me abandona. Lo que tenga que pasar con el niño va a pasar. La diferencia que vos estés acá o que no estés, es la diferencia que yo sienta que Jesús nos acompaña o no. El chico murió después de un tiempo”.
Estas historias de vida recuerdan el episodio de Marcos en el capítulo 9, 38-40 cuando "Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo porque no anda con nosotros.» Jesús contestó: «No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros.»". En ese espíritu, la jurisprudencia canónica reconoce que la salvación de las almas es la primera ley de la Iglesia y establece en conformidad el ejercicio excepcional del sacramento de la reconciliación. El don de la ordenación sacerdotal es un tesoro inestimable en vasijas de barro.