Crónica católica de la consagración episcopal del segundo obispo colombiano ortodoxo en Bogotá La presencia de los ortodoxos no puede ser sólo un elemento decorativo en la liturgia latina
"Quise llegar a la fuente de lo que es la fe cristiana, que no es una religión, es un estilo de vida: una forma de vivir, una forma de ser, una forma de actuar"
"Cuando ustedes me dijeron que había sido elegido para ser obispo, no me llevan al monte de la transfiguración sino al Gólgota"
"Porque vengo de un pueblo si voy a llegar a ser obispo hoy quiero llegar a ser el obispo de mi pueblo, en el rostro de mi pueblo y con mi pueblo"
"Nuestra metrópolis tiene ahora 4 obispos auxiliares y más de 350.000 indígenas y nativos ortodoxos"
"Tenemos la responsabilidad de trabajar unidos por el bien común del pueblo, en la eliminación de la injusticia, del hambre, del dolor y del sufrimiento de cada persona sin importar sus convicciones religiosas o antecedentes"
"Porque vengo de un pueblo si voy a llegar a ser obispo hoy quiero llegar a ser el obispo de mi pueblo, en el rostro de mi pueblo y con mi pueblo"
"Nuestra metrópolis tiene ahora 4 obispos auxiliares y más de 350.000 indígenas y nativos ortodoxos"
"Tenemos la responsabilidad de trabajar unidos por el bien común del pueblo, en la eliminación de la injusticia, del hambre, del dolor y del sufrimiento de cada persona sin importar sus convicciones religiosas o antecedentes"
"Tenemos la responsabilidad de trabajar unidos por el bien común del pueblo, en la eliminación de la injusticia, del hambre, del dolor y del sufrimiento de cada persona sin importar sus convicciones religiosas o antecedentes"
| Dumar Espinosa Dumar Iván Espinosa Molina
Domingo 8 de noviembre 2020, una fría mañana capitalina en la que el cielo amenazó lluvia durante toda la celebración se llevó a cabo la consagración del segundo obispo ortodoxo colombiano en Bogotá. Con anterioridad los asistentes nos inscribimos por WhatsApp para guardar todas las medidas de bioseguridad, comenzando por el aforo limitado en la Catedral ortodoxa de la Dormición de María ubicada al norte de Bogotá. Un pequeño templo de hermosa arquitectura coronado por una cúpula azul y adornado con íconos dorados en los muros sin la extravagancia del barroco.
Deseaba participar en la “divina” liturgia griega de San Juan Crisóstomo aprovechando la ocasión especial pues por estas latitudes es infrecuente la celebración de ritos distintos al romano postconciliar. El ambiente era festivo. A pesar del tapabocas quienes iban llegando al lugar saludaban con efusividad al nuevo obispo y a los amigos de su congregación. La nueva normalidad no impidió que se expresara la familiaridad y la alegría de los presentes. A cambio de agua bendita al ingreso se repartió gel antibacterial.
Una hoja dominical como se acostumbra a distribuir en nuestras parroquias católicas informaba que la celebración del día correspondía al “Séptimo domingo de Lucas, Sinaxis de los príncipes de las huestes angelicales Miguel, Gabriel y Rafael y todos los incorpóreos poderes celestiales”.
Me registraron y ubicaron en una de las dos carpas instaladas para la ocasión en el patio de la catedral frente a dos televisores que reproducían las imágenes del interior del templo. Pregunté entonces a uno de los acomodadores si podía acercarme al sagrario para saludar a Jesús sacramentado mientras comenzaba la celebración. Me indicaron que los ortodoxos no tienen sagrario como usamos los católicos; tampoco usan custodias, ni hacen adoración eucarística. Según el acomodador, el pan que se consagra durante la eucaristía no es ázimo como nuestras hostias. Todo se consume durante la comunión. Sólo hay un pan deshidratado que se consagra el jueves santo y que se guarda en el Santuario durante todo el año. Lugar que queda detrás del iconostasio y al que sólo tienen acceso los varones ordenados.
La liturgia ortodoxa escenifica más lo que celebra; de modo que los lugares son dimensiones distintas de la realidad. Incluso la televisión en directo mostró en la misma pantalla lo que iba pasando en los dos espacios contemporáneamente. Los fieles normales sólo ven de lejos por la puerta del iconostasio lo que pasa detrás en el altar y el santuario con clérigos que dan vueltas alrededor del altar, besándolo continuamente y apareciendo de tanto en tanto a través de la puerta para bendecir con crucifijos y velas a los fieles.
Una rica liturgia que sin embargo para la estética católica puede parecer repetitiva y desordenada. El sentido jurídico romano insiste en la eficacia del gesto unido a la oración consecratoria. Los ortodoxos en cambio parecen creer en la eficacia del momento celebrativo en general por eso la continua imposición de manos y la repetición de las fórmulas de ordenación que parecen nunca terminar.
No obstante la negativa inicial, me permitieron ingresar a la catedral guardando las medidas de distanciamiento social. En un lugar discreto podría seguir desde la retaguardia del templo el desarrollo de la celebración. Me ubiqué delante del ícono de la Dormición de María titular de la catedral a la que iban venerando los que entraban.
El archimandrita colombiano Timoteo Torres, nortesantandereano de 51 años, quien sería ordenado en breves instantes, saludó uno a uno a los presentes y se dirigió al atrio del templo a la espera del Arzobispo Athenágoras llegado para la ocasión desde ciudad de México. En la asamblea, la madre y la hermana del nuevo obispo, el obispo anglicano de Bogotá, un fraile dominico, algunos sacerdotes católicos, entre los cuales estaba el padre Jorge Enrique Bustamante director del Departamento para la Promoción de la Unidad y del Diálogo interreligioso de la Conferencia Episcopal de Colombia, el embajador de Cuba en Colombia, la delegada del Gobierno para asuntos interreligiosos, amigos y familiares del nuevo obispo, esposas e hijos de los sacerdotes ortodoxos concelebrantes y una familia griega residente en Bogotá que regaló el terreno para la construcción de la catedral.
Faltó la presencia de al menos un obispo católico en hábito coral como acostumbran participar los patriarcas ortodoxos en las celebraciones vaticanas. Hubiese sido un signo de unidad y de reconocimiento del común carisma de la sucesión apostólica. Tal vez la circunstancia de la pandemia impidió la participación de algún obispo de la ciudad que cuenta al menos con seis y es sitio de descanso de cardenales y obispos eméritos. Esto me hizo pensar que viceversa la presencia de los clérigos ortodoxos no puede ser sólo un elemento decorativo en la liturgia latina para el canto del Evangelio en griego. El reconocimiento de la apostolicidad debería pasar por estos pequeños pero significativos gestos de unidad. Sería conveniente la presencia de representantes del más alto nivel eclesiástico católico en este tipo de ceremonias de otras tradiciones cristianas; especialmente de la Iglesia ortodoxa.
Se cantaron las laudes. Literalmente, toda la liturgia incluyendo la consagración episcopal fue cantada a capella por un coro ortodoxo. En la liturgia ortodoxa el único instrumento musical es la campana. En total unas tres horas de cantos, ósculos de la paz y reverencias. Junto al griego que fue preponderante en los cantos se entonaron con las mismas melodías textos en castellano.
Hacia las 10:00 am llegó el Arzobispo Athenágoras Exarca de México, Centro América Islas del Caribe, Colombia y Venezuela. En su séquito algunos clérigos vestidos con túnicas negras alcanzaron al obispo sus insignias antes de ingresar a la catedral, especialmente el kamelaukion, una especie de birreta cilíndrica, cubierta con un velo que cubre la nuca y cae sobre las espaldas del obispo, símbolo de obediencia, humildad y renuncia mundana. Dentro del templo fue revestido con el sakkos, el omoforio y la paterisa que es el báculo pastoral del obispo rematado con una cruz rodeado por serpientes enfrentadas que simbolizan la prudencia y la sabiduría con que el obispo, en su función de pastor, debe dirigir a la feligresía a su cargo.
Algunos se acercaron a saludar al metropolita con el ósculo de la paz sobre las mangas de su sotana. Estos gestos litúrgicos serían frecuentes durante la celebración no obstante las medidas de bioseguridad. Al parecer la liturgia ortodoxa está llena de gestos de afecto y reverencia en contraste con la sobriedad de la liturgia romana, no digo latinoamericana ni africana.
Un primer rito de la celebración fue la mención del nombramiento del nuevo obispo por parte del Santo Sínodo del Patriarca ecuménico Bartolomé del 31 de agosto 2020. Los miembros del Santo y Santo Sínodo eligieron entonces a tres nuevos obispos, que servirán como auxiliares del metropolita de México k. Athenagora. Los Archimandritas elegidos fueron Hesychio Thanou, bajo el título de Episkopi Markiani; Atenágoras Saul Alfonso Perez Galvis, bajo el título de Myrini quien fue ordenado unas semanas atrás en ciudad de México y Timoteo Louis Antonio Torres Esquivel, bajo el título de Assos, quien sería ordenado esa mañana nublada en Bogotá. Los dos últimos son los primeros obispos ortodoxos nacidos en Colombia.
Elemento frecuente durante la celebración fue la mención del patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I Arzobispo de Constantinopla, Nueva Roma y Patriarca Ecuménico como signo de unidad. Se ora continuamente por él durante la liturgia. No sólo somos los católicos quienes oramos por el Papa. Entre los ortodoxos también hay una cabeza visible aunque se hable más de sinodalidad y su cargo sea en teoría únicamente honorífico.
El coro cantó: “Ordena soberano a quien te presentamos”. Entonces el elegido para el episcopado hizo la profesión de fe desde la puerta del iconostasio: “Timoteo, elegido por misericordia de Dios para el antiguo resplandeciente episcopado de Assos, creo en un solo Dios…”. A continuación rezó el credo nicenoconstantinopolitano sin el Filioque, lógicamente, siendo escoltado por dos diáconos que llevaban velas encendidas. Y concluyó: “por esta razón, consciente, acepto los siete santos concilios ecuménicos, los que se convocaron para abordar los dogmas correctos de la Iglesia,… así como lo dispuesto por los santos padres,… además juro guardar la paz en la Iglesia durante toda la vida… y obedeciendo en todo al director y soberano mío el patriarca ecuménico Bartolomé y a mi soberano padre y maestro señor metropolita Athenágoras…” Entonces el coro cantó de nuevo: “Ordena soberano a quien te presentamos”. El elegido revestido sólo de sotana negra se acercó al metropolita que permanecía sentado en el trono. Éste le impuso una mano sobre su cabeza y pronunció una oración. Éste rito se repitió dos veces.
Seguidamente, el elegido para el episcopado de pie ante los presentes hizo un breve recuento de su vida sin ningún texto preparado; un sencillo momento lleno de emoción que contrasta con la solemnidad del rito romano en el que se declara la voluntad del Santo Padre, se muestran las Cartas del pontífice y se exponen a los fieles, en un diálogo formal y jurídico.
De pie delante del metropolita el archimandrita relató entre lágrimas: “Querido padre y pastor, agradezco a Dios porque no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. Cuando tenía 12 años, hijo de un humilde campesino y de una humilde lavandera, comenzó mi búsqueda de la fe ortodoxa,… buscando llegar a la fuente de la fe. No me conformaba; quería aprender la lengua original del Evangelio. Pasaron años y un día nos conocimos con mi hermano Athenágoras. Los dos de la misma ciudad vinimos a encontrarnos y a conocernos aquí en Bogotá. Buscando esa misma raíz, esa misma fuente, esa misma verdad. ¿Por qué empecé a buscar la ortodoxia? Primero porque vi al arzobispo Macario de Chipre en un televisor. Porque escuché que el Evangelio había sido escrito en la lengua griega. Por eso quise llegar a la fuente de lo que es la fe cristiana, que no es una religión, es un estilo de vida: una forma de vivir, una forma de ser, una forma de actuar. Un día también oí hablar de la Iglesia ortodoxa, tuve la oportunidad de ver un video; así empezó mi camino. Hasta que llegamos aquí. Y Dios nos dio la bendición de poder encontrarnos con usted.
Hoy quiero recordar el día en que nací que fue en el monte Olimpo el día de mi bautismo; cuando empecé a vivir la fe ortodoxa… Usted vino y abrió las puertas de la Iglesia ortodoxa para nosotros. Nos envió a México; nos dio la bendición de poder aprender la lengua griega. Nos dio la oportunidad de poder conocer Grecia, la que yo llamo la Patria de las patrias, y no por razones de geografía. Usted se convirtió en nuestro padre y pastor. Eminencia, dicen que los hombres somos diamantes en bruto. Usted me tomó a mí. Yo no soy digno; soy un pecador. Usted nos fue esculpiendo. Nos dio la gracia del diaconado y del sacerdocio en Santa Sofía; luego, la gracia de ser archimandrita. Y hoy, sin esperar la determinación del Santo Patriarcado ecuménico; del santo patriarca Bartolomé, traerme a ser un miembro más de la jerarquía de la sucesión apostólica. He cometido muchos errores en mi vida. A veces siento que soy como Pedro que camino sobre la aguas y dudo. Pero aquí estoy como Pedro también. Sé que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
Cuando ustedes me dijeron que había sido elegido para ser obispo, no me llevan al monte de la transfiguración sino al Gólgota. Pero hay esperanza, no hay Gólgota sin resurrección. No hay cruz sin resurrección… Como dice el Apóstol Dios carga el agua en vasijas de barro, y yo soy una vasija de barro. Y aquí estoy, como Pedro, como los santos, como los apóstoles, aquí estoy Señor para hacer tu voluntad; que se haga en mí la voluntad de Dios como Él quiera y no como yo quiera. Y que Dios me de humildad, bondad y sencillez, porque vengo de un pueblo y si voy a llegar a ser obispo hoy quiero llegar a ser el obispo de mi pueblo, en el rostro de mi pueblo y con mi pueblo. Padre quiero ser sencillo de corazón y humilde”.
A las palabras del archimandrita, el metropolita respondió: “En diciembre de 1996, el Santísimo Sínodo me eligió metropolita obispo de México y exarca de América Central, las islas del Caribe, Colombia y Venezuela. Mi intención, mi hijo Timoteo es: vine aquí a servir a las pocas familias griegas ortodoxas que residen en la región de mi humilde metrópolis. Pero la intención de Dios para mí era diferente: En 1997 un joven desde Colombia me envió una carta pidiéndome visitar un grupo en Colombia que quería abrazar la fe ortodoxa. Este joven eras tú Timoteo. Y por este grupo, por ustedes los colombianos comenzó un milagro... Dios me llamó para ser, para convertirme, indigno como soy, en misionero. Fui llamado por mi Señor y salvador Jesucristo para abrir las puertas de la ortodoxia para todos aquellos que desean conocer el mensaje de salvación de la Santa Iglesia Ortodoxa. Y los primeros dos jóvenes que envié a Grecia a estudiar teología ortodoxa fueron ustedes Timoteo y su gracia Athenágoras; y mira, la Iglesia cristiana vive la pentecostés… a 23 años de mi llegada aquí tenemos misiones en 14 países; y hoy el primer obispo ortodoxo para Colombia y Venezuela. Nuestra metrópolis tiene ahora 4 obispos auxiliares y más de 350.000 indígenas y nativos ortodoxos.
Esta ordenación es continuación de la Iglesia establecida por Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El papel del obispo comienza con el ministerio de sacrificio y martirio de los apóstoles y abriga el martirio en el primer siglo apostólico de San Ignacio obispo de Antioquía y continua ininterrumpidamente hasta este momento de tu ordenación como obispo de Assos. Ustedes son Timoteo y Athenágoras el punto visible de la unidad de los cristianos y una garantía de la Una, santa, católica y apostólica fe expresada en la Iglesia ortodoxa. Como decía San Ignacio: Donde está el obispo también está la Iglesia. Necesitamos atrevernos y no escondernos. Decidir con la experiencia de los Santos padres de la Iglesia que en su época respondieron a los problemas de los fieles. No tener miedo Timoteo de los problemas de nuestra época. Necesitamos volver a estudiar el Evangelio y nuestra historia eclesiástica, una historia de 2000 años para poder responder de la manera ortodoxa, con el ejemplo de los santos padres de la Iglesia, a todos los problemas y dificultades que afronta el mundo… Como Iglesia ortodoxa estamos aquí para ser testigos de nuestra fe. Como obispos somos responsables de las relaciones con los estados gobernantes en los que vivimos; somos responsables de vivir armoniosamente con todas las iglesias hermanas: la Iglesia Católica, la Iglesia Anglicana, los luteranos y todos los hermanos miembros del Consejo interreligioso. Tenemos la responsabilidad de trabajar juntos y unidos por el bien común del pueblo en este amado país y en todos los países: en la eliminación de la injusticia, en la eliminación del hambre, del dolor y sufrimiento de cada persona sin importar sus convicciones religiosas o antecedentes. Querido hijo Timoteo, como obispo tu trabajo comienza ahora; asume su cruz; la Iglesia espera mucho de ti. Como tu arzobispo yo espero tu pleno y absoluto sacrificio en el servicio del Señor y de nuestros fieles. Timoteo entra en el Santo de los Santos para recibir la gracia del Espíritu Santo”.
A estas palabras siguió el momento central de la celebración que fue la imposición conjunta de las manos por parte de los obispos ortodoxos asistentes sobre el evangeliario y éste sobre la cabeza del elegido. Signo realizado dentro del Santuario a la vista de los fieles por la puerta del iconostasio. No hubo unción de la cabeza con el crisma ni letanías de los santos, como se usa entre los católicos aunque se mencionaron algunos santos padres griegos que vivieron antes del 1054.
Una vez ordenado, fue revestido el nuevo pastor con las vestiduras episcopales; entre éstas, sobre el sakkos el omoforio, bufanda de lana de gran tamaño que se dobla alrededor de la cabeza y cae por delante y por detrás. Simboliza la oveja perdida que Cristo lleva en sus hombros y que es símbolo del episcopado. Los obispos consagrantes dieron el abrazo al nuevo obispo que fue presentado enseguida por el metropolita a los fieles que aclamaban diciendo ¡Digno, digno!
Sólo al final de la eucaristía, como sucede también en el rito católico, el metropolita entregó al ordenado la mitra oriental que consiste en una corona dorada con cúpula, el bastón de madera llamado kazranion que representa su dignidad episcopal y el medallón o encolpion con la imagen de Cristo o de la Theotokos con el Niño Jesús, llamada la Panagía.
La liturgia eucarística transcurrió de forma similar a la católica. En el breve rito de la Palabra sólo se leyó la epístola tomada de la carta a los Hebreos 2, 2-10 y se proclamó el evangelio de Lucas 8, 41-56, correspondiente al episodio de la curación de la hemorroisa y la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga. No hubo homilía sobre las lecturas como se acostumbra entre nosotros.
En el momento de la comunión se distribuyó a los fieles ortodoxos el pan consagrado con una pequeña cuchara en la boca de los fieles y se invitó a recibir de otro pan distinto a los demás asistentes, un pan que ellos llaman antídoron o santo pan con levadura normal que se bendice pero no se consagra, como informa la hoja dominical. Noté que los católicos somos más dados a la adoración de Cristo presente en la eucaristía en el momento de la comunión; también que la epíclesis de los ortodoxos se parece más al rito romano tridentino que al actual de Pablo VI, por el carácter secreto de los actos que se realizan detrás del iconostasio.
Al final, el nuevo obispo ortodoxo de Colombia y Venezuela agradeció a los presentes y mencionó de modo especial al grupo de representantes de las distintas confesiones religiosas que lo acompañaron. Habló de la unidad y del escándalo que significa el que todavía estemos divididos los cristianos. Auguró la unidad del dogma y de los sacramentos.
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