La Misa sobre el Mundo. Teilhard de Chardin
El fuego en el mundo
¡Graciás, Dios mío, por haber dirigido mi mirada de mil maneras hasta hacerle descubrir la inmensa sencillez de las Cosas! Poco a poco, en virtud del desarrollo irresistible de las aspiraciones que Tú has depositado en mí aun cuando era un niño, bajo la influencia de amigos excepcionales que se han cruzado en momentos determinados en mi camino para ilustrar y fortificar mi espíritu con el despetar de iniciaciones terribles y dulces cuyos círculos Tú me has hecho franquear sucesivamente, he llegado ya a no poder ver nada ni respirar fuera del Medio en el que todo no es más que Uno.
En este momento en que tu Vida acaba de pasar, con un aumento de fortaleza al Sacramento del Mundo, gustaré, con una conciencia acrecentada, la fuerte y tranquila embriaguez de una visión cuya coherencia y armonías no logro agotar.
Lo que yo experimento, frente y dentro del Mundo asimilado por tu Carne, convertido en tu Carne, Dios mío, no es ni la absorción del monista ávido de fundirse en la unidad de las cosas, ni la emoción del pagano prosternado a los pies de una divinidad tangible, ni el abandono pasivo del quietismo que se mueve a merced de las energías místicas.
Aprovechando algo de la fuerza de estas diversas corrientes, sin lanzarme contra ningún escollo, la actitud en que me sitúa tú Presencia universal es una admirable síntesis en que se mezclan, corrigiéndose, tres de las más formidables pasiones que puedan jamás soplar sobre un corazón humano.
Lo mismo que el monista, me sumerjo en la Unidad total; más la Unidad que me recibe es tan perfecta que sé encontrar en ella, perdiéndome, el perfecionamiento último de mi individualidad.
Lo mismo que el pagano, yo adoro a un Dios palpable. Llego incluso a tocar a ese Dios en toda la superficie y la profundidad del Mundo de la Materia en que me encuentro cogido. Mas para asirlo como yo quisiera (para seguir sencillamente tocándole) necesito oir más lejos, a través y más allá de toda limitación, sin poder jamás descansar en nada, empujado en cada momento por las criaturas y superándolas en todo momento, en un continuo acoger y en continuo desprendimiento.
Lo mismo que el quietista, me dejo mecer deliciosamente por la divina fantasía. Mas, al mismo tiempo, sé que la voluntad divina no me será rebelada en cada momento más que dentro de los límites de mi esfuerzo. No palpará a Dios en la Materia, como Job, más que cuando haya sido vencido por él.
Así, por habérseme aparececido el Objeto definitivo, total, en el que se ha insertado mi naturaleza, las potencias de mi ser conienzan a vibrar espontáneamente al unísono con una Nota Ünica, increiblemente rica, en la que yo distingo, asociadas sin esfuerzo, las más opuestas tendencias: la exaltación de obrar y la alegría de padecer; la voluptosidad de poseer y la fiebre de superar; el orgullo de crecer y la felicidad de desaparecer en alguien mayor que uno mismo.
Enriquecido con la savia del Mundo, subo hacia el Espíritu que me sonríe más allá de toda conquista, envuelto en el esplendor concreto del Universo. Y no sabría decir, perdido en el misterio de la Carne divina, cual es la más radiante de estas dos beatitudes: haber encontrado al Verbo para dominar la Materia o poseer la Materia para llegar hsta la luz de Dios y experimentar sus efectos.
Haz, Señor, que tu descenso bajo las Especies universables no sea para mí estimado y acariciado sólo como el fruto de una especulación filosófica, sino que se convierta verdaderamente en una Presencia real. En potencia y de hecho, lo queramos o no, Tù te has encarnado en el Mundo y vivimos pendientes de Tí. Más de hecho es necesario (¡cuanto!)que estés igualmente próximo a todos nosotros. Situados, todos juntos en el seno de un mismo Mundo, formamos, sin embargo, cada uno de nosotros nuestro pequeño Universo, en el que la Encarnación se opera independientemente, con una intensidad y unos matices incomunicables.
Y he aquí que en nuestra oración en el altar pedimos que la consagración se haga para nosotros: "Ut nobis Corpus et Sanguis fiat..."). Si creo firmemente que todo entorno de mí es el Cuerpo y la Sangre del Verbo, y entonces para mí (y en cierto sentido para mí solo)se produce la maravillosa "Diafanía" que hace transparezca objetivamente en la profundidad de todo hecho y de todo elemento el calor luminoso de una misma Vida. Si por desgracia, mi fe se debilita inmediatamente la luz se apaga, todo se hace oscuro, todo se descompone.
Señor, en este día que está comenzando acabas de descender. ¡Ay! ¡Qué infinita diversidad en los grados de tu Presencia para los mismos acontecimientos que se preparan y que todos nosotros experimentamos! Tú puedes estar un poco, mucho, cada vez más, o no estar en absoluto en las mismas circunstancias, exactamente, que están a punto de envolverme a mí y de envolver a mis hermanos.
Para que ningún veneno me dañe hoy, para que ninguna muerte me mate, para que ningún vino me embriague, para que te descubra y te sienta en toda criatura, ¡haz, Señor, que crea!.
Ver: Teilhard de Chardin
La Misa sobre el Mundo
y otros escritos.
Acción Cultural Cristiana
Madrid 1997