Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset



Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset



Capítulo Primero

(Cont., )
Anteriormente nos ha dicho que nuestro país respecto a Europa, que es fundamentalmente ciencia, está en la inconsciencia. Ahora nos dice lo que eso significa y es que en España no hay más que pueblo, lo que considera una desdicha. Echa en falta la levadura que haga fermentar esa masa popular, es decir, un grupo de gente selecta y honesta que den sentido a la vida de los ciudadanos.

Este es un defecto exclusivamente español dentro de Europa, del que culpa a sus dirigentes, dirigentes en todos los órdenes de la vida, política, cultural, religiosa, social etc. Las únicas facetas de sensibilidad que quedaban en nuestro país en el momento en que habla, primeros años del siglo XX, son la literatura periodística y la política de café. Deplora que no exista más que eso y lo ve como un síntoma claro de que no haya otra cosa sino pueblo en España. Falta esa minoría cultural, que en otros países es bastante numerosa y enérgica, capaz de influir sobre la masa popular para formar otra clase de pueblo.

Todos los que de algún modo somos dirigentes en los distintos campos de la sociedad somos los responsables de que no sea de otra manera. Por lo que tenemos que mejorar nosotros, si queremos que el pueblo mejore. Y concluye su argumentación con una máxima característica suya, es preciso que los responsables seamos la virtud de nuestro pueblo y que éste pueda decirnos: "Tú eres mi mejor yo" (Asamblea para el progreso de las ciencias I, 99-104).

En este momento somos afortunados de tener en la dirección de nuestro pueblo unos políticos muy capacitados y honestos, que entienden la política como un verdadero servicio al pueblo, por lo que merecen nuestro mayor respeto y apoyo. Lo mismo hay que pedir a otras instituciones. La Iglesia española debe recuperar el mensaje y el deseo del Vaticano II que se propuso dialogar con el hombre secularizado o laico de hoy y que cada vez lo será más.

Tiene que saber discernir este signo irreversible de los tiempos, en el que está oculto el dinamismo encarnatorio del cristianismo. Los avances de la misma ciencia y de la educación ciudadana son signos del dinamismo inherente al cristianismo. El mantener un lenguaje mítico no ayuda a conectar con el hombre de ciencia de nuestro tiempo y de los propios ciudadanos que esperan mucho de ella.

El mito del paraíso

El filósofo Ernst Bloch es más radical que Ortega al tratar el tema de la ciencia, se remonta a los orígenes de la humanidad, concretamente al mito del paraíso terrenal, para descubrir ya en torno a él una casta involucionista y enemiga del progreso, que se opuso a los planes de la creación de Dios y los abortó. Esta casta ha sido la responsable del retraso de la ciencia en su desarrollo primero.

Pero, gracias al tesón de los científicos, la ciencia ha podido abrirse camino por sí misma, ha avanzado y lo hará más en el futuro. El mito del paraíso ha sido desmitificado e interpretado de manera correcta a la luz de la propia ciencia: el verdadero pecado original es no querer ser como Dios, ni conocer el bien y el mal, permaneciendo como animales en el paraíso.

Mediante la serpiente vino la libertad al mundo. Es cierto que es portadora de veneno, pero en el báculo de Esculapio es curación, como lo fue para los israelitas enfermos de lepra, que se curaron al mirarla sobre lo alto (Núm 21) .

La liturgia cristiana, desde los primeros tiempos, se vuelve a aquella gesta y la canta agradecida en la noche de pascua: (Feliz culpa que mereció tal redentor! Esta culpa preparó el camino a Jesucristo, el hombre libre, que fue puesto en lo alto de la cruz, como la serpiente de Moisés en el desierto (Núm 21, 4-9; Jn 3, 14). Su delito fue abrir los ojos al mundo y anunciarle la liberación. Sí, hay que conocer como todos los dioses de turno, que se suceden en el mundo, para hacer y deshacer a su antojo, manteniendo a todos con los ojos cerrados.

Es significativo al respecto el gesto reiterativo de Cristo en el evangelio, abriendo los ojos a los ciegos (Mt 12, 22; 15, 31; 20, 31-34; Mc 10, 46-52; Lc 18, 35-43). En todos estos textos se detecta una curación espiritual de la inteligencia más allá de la ceguera material. Jesucristo se manifiesta ya aquí con el título de liberador, que recientemente se le ha reconocido.

Ahora establecemos un punto de unión entre el paraíso terrenal y pentecostés, recorremos toda la historia santa, la pasada que narran las Escrituras y la que vivimos hoy, única historia ininterrumpida en la que Dios se revela, y escuchamos a Ortega que nos dice: "El gran pecado contra el Espíritu Santo es el horror a las ideas y a las teorías, es decir, a la ciencia y al conocimiento".

Así se expresaba en un artículo (8 de marzo de 1908) en que decía a los políticos en el gobierno que "la función central de la política debe ser la educación del pueblo, para que éste no se mueva por meros instintos, porque un instinto es lo opuesto a una voluntad y mucho más a una voluntad racional, científica. Si esto se abandona no se le pueden exigir ideales morales al pueblo. Pueblo es lo instintivo en la vida de cada nación.

Previamente ha sacado a colación una cita del profeta Oseas: "Comeis, clamaba Oseas a los sacerdotes, de los sacrificios que me ofrece mi pueblo y estáis ansiosos de sus pecados" (La conservación de la cultura X, 43-44).

A su vez Popper habla de una teoría conspiracional de la ignorancia, que interpreta a esta, no como una mera falta de conocimiento, sino como la obra de algún poder malévolo, que crea en nosotros el hábito de la resistencia al conocimiento. Popper se refiere a los poderes fácticos que dominan todavía en los pueblos y que fomentan el hábito de la ignorancia entre los ciudadanos para dominarlos mejor. La ciencia, por el contrario, hace al hombre adulto y no manipulable .

El Vaticano II reconoce a la ciencia un carácter virtuoso y proclama su autonomía, a la vez que lamenta la oposición entre ciencia y religión que se ha establecido a lo largo de la historia (GS 33, 36 y 44).
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