La cigüeña sobre el campanario

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La blanca cigüeña,
como un garabato,

tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado

¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida


El sentido profundo de la extraordinaria e incomparable revelación bíblica de Dios es ésta: a Dios sólo podemos alcanzarle con verdad a través de la interpelación de la conciencia. Es el Dios invisible, pero que interpela en favor de los oprimidos, contra la opresión, en pro de la justicia, de la misericordia, del amor. Es el Dios de los profetas. Por eso una religión ontológico-cultualista, que no es primordialmente etico-profética, no es la religión verdadera.

En este contexto se puede captar en toda su fuerza el segundo mandamiento del Decálogo bíblico. Para comprenderlo mejor veámoslo junto con el primer mandamiento:

Yo, Yahvé, soy tu Dios que te he sacado del país de
Egipto, de la casa de la servidumbre.
1º No habrá para tí otros dioses delante de mí
2º No te harás escultura ni imagen alguna ni de
lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay
abajo de la tierra, ni de lo que hay en las aguas
debajo de la tierra.

No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque
yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la
iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera
y cuarta generación de los que me odian, y tengo mise-
ricodia por mil generaciones de los que me aman y guar
dan mis mandamientos.
(Exodo 20, 2-6. Deutoronomio 5, 6-10)

Lo que prohibe este segundo mandamiento no es la idolatría bajo forma de culto a otros dioses, distintos de Yahvé. Esa idolatría viene prohibida en el primer mandamiento. Lo que se prohíbe en este segundo es "hacerse una imagen de Dios" para darle culto. Esta prohibición puede entenderse en sentido superficial o en sentido profundo.

En sentido superficial, su contenido es claro. En sentido profundo también es claro, pero es más difícil de explicar.
Hacerse una imagen de Dios es "ontologizar" a Dios, para podernos relacionar con él sin encontrarnos antes que nada con el Dios ético-proféfico que nos interpela acerca de nuestros hermanos, como Yahvé a Caín, a Moisés, al Faraón de Egipto.

Ontologizar a Diós es convertir al Dios invisible, que habla, interpelando a nuestra conciencia acerca de la justicia y la fraternidad, en un Dios visible, que "es" antes de "hablar", que yo conozco como "esencia" y no puramente y primariamente de su voz profética. Con este Dios puedo ya relecionarme antes de que él me pueda preguntar por mis hermanos o pueda reclamar la libertad de los oprimidos.

Y esta relación con Dios, previa a cualquier interpelación ética suya a mí, referente a mis hermanos, se convierte en lo primero y lo más importante. Esa relación se expresa en un "culto", que así entendido y fundamentado, no se identifica, con un Compromiso en favor de la justicia y la liberación. Porque el problema de mis hermanos es ya, inexorablemente, un problema secundario.

--Ver:José Mº Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972
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