El nombre de 'cristianos'
Entonces, ¿cómo se llamaban ellos mismos antes de ser conocidos con el nombre de cristianos? En el Nuevo Testamento hallamos dos principales denominaciones. La primera es la de “hermanos”. Dice Jesús resucitado a María Magdalena: “Ve a ver a mis hermanos...”. Jesús se hace hermano nuestro, y en él todos somos hermanos. Con el mandamiento nuevo Jesús predica el amor fraterno, que se extiende hasta a los enemigos. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros tal como yo os he amado. En esto conocerán que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Juan 13, 34-35). El evangelio no solo habla de la vida eterna, sino también de un modo nuevo de relacionarse en la tierra los humanos.
La segunda denominación es la de “discípulos”. Pero los discípulos cristianos son distintos de los discípulos judíos. Un judío que quisiera profundizar en la Torá podía hacerse discípulo de algún rabí famoso, como Pablo e Gamaliel. Pasaba un tiempo con él y cuando creía que ya no tenía nada más que enseñarle se erigía él mismo en rabí. No así los cristianos. Ante todo, porque es el Maestro quien elige a sus discípulos: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros” (Juan 15,16). Y en segundo lugar porque el cristiano es siempre discípulo, incluso cuando hace de maestro o maestrillo. Siempre ha de estar a la escucha del Maestro. Nunca nos dan el diploma del Máster. Circulamos siempre con la “L” de prácticas, sin carné definitivo. A través de nuestros maestros, predicadores y catequistas, somos siempre discípulos de Jesús, pendientes de sus enseñanzas.
Aunque no saliera de Jesús ni de los apóstoles, la denominación de cristianos fue asumida por ser preciosa y muy significativa. Expresa una relación personal con Cristo. Pero no se trata de una relación externa, como la admiración o aprecio que alguien pueda tener hacia un futbolista, un artista o tal vez un político. La relación de un joven con el ídolo es unilateral, porque éste ni se entera, o a lo más firmará un autógrafo a su admirador o admiradora. En cambio la relación del cristiano con Cristo es plenamente bilateral, y aun mucho más fuerte de parte de Él que de la nuestra. Nos conoce mejor de como nos conocemos nosotros mismos, y su conocimiento es eficaz, actúa en nosotros. San Pablo lo expresó insuperablemente: “Ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20). Por eso, saliera de donde saliera, la denominación de “cristianos” da en el clavo.