"Abiertos totalmente hacia fuera no somos capaces de penetrar en el misterio que somos en nuestro ser más profundo" Maestros del desierto, III: silencio fundamental

Maestros del desierto
Maestros del desierto

"El silencio, no sólo entonces, sino también ahora, se hace especialmente necesario pues nuestra cultura nos invita continuamente a vivir hacia fuera"

"Para los primeros monjes ser capaz de guardar silencio hacía posible el conocimiento más claro de uno mismo"

"En una interioridad silenciosa y silenciada les resultaba más fácil familiarizarse con aquellos pensamientos que permanentemente pudieran asolarles"

Manteniendo el hilo conductor que seguimos desde los textos anteriores podemos abordar otro aspecto esencial en la espiritualidad del desierto que, en nuestros días, se ha convertido en una cuestión fundamental y de vital importancia para nosotros. 

El silencio, no sólo entonces, sino también ahora, se hace especialmente necesario pues nuestra cultura nos invita continuamente a vivir hacia fuera, como ya hemos indicado, a expensas de los distintos estímulos que nos puedan llegar para terminar captando nuestra atención; sin embargo, sólo en el silencio podemos llegar a escucharnos y a reconocer qué pensamos, qué sentimos y qué deseamos. Para los primeros monjes ser capaz de guardar silencio hacía posible el conocimiento más claro de uno mismo.

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Monje

Si bien el sentido y el valor del silencio son bastante claros, igualmente podíamos reconocer distintos tipos pues no es lo mismo guardar que estar en silencio, sentir el silencio que descansar en él. Francesc Torralba presenta una tipología respecto a los tipos de silencio que pueden ser necesarios: epidérmico, obstinado, ético, estético, compasivo, creativo, interior, ascético o místico entre otros. Posiblemente el silencio que los Padres de entonces buscaban tuviera más que ver sobre todo con los tres últimos, ya que a través de ellos eran capaces de descubrir su propia profundidad así como el sentido de su vocación. 

Sólo a través del silencio el sujeto entra dentro de sí mismo a la vez que se extraña de sí. Según el citado autor, y a la luz de los testimonios de aquellos primeros monjes, es sobre todo el silencio místico el que transforma a la persona y la proyecta hacia lo desconocido, hacia lo que cae fuera de su ámbito de conocimiento.

La realidad silente también toca al ser humano actual pues éste se descubre incapaz de acceder con soltura a su propia interioridad. Abiertos totalmente hacia fuera no somos capaces de penetrar en el misterio que somos en nuestro ser más profundo o, como también dice en otra de sus obras Torralba, el hombre contemporáneo tiene miedo de la soledad, tiene temor de recorrer en silencio su identidad personal. No ha sido educado en la experiencia del desierto, como tampoco ha sido educado para vivir comunicarse y vivir el silencio.

Las personas viven ancladas en una paradoja nunca antes formulada pues si bien tienen acceso al mundo entero gracias a los móviles de última generación, cada día les resulta más complejo establecer relaciones auténticas con aquellos que tienen delante, en un tú a tú concreto. Están llenos de imágenes, sonidos, ruidos que los aturden y distraen, que, como una fuerza centrífuga, los aleja de su propio centro. 

El silencio
El silencio

Los primeros monjes, ajenos a esta problemática entonces inexistente, comprendieron con gran lucidez que para acceder a la presencia de Dios, para lograr permanecer en el camino que les posibilitara una vivencia auténtica del Evangelio, tenían que ir al desierto y evitar todas las distracciones que pudieran existir en las ciudades de entonces. La soledad y el silencio se convirtieron así en las dos manos con las que poder moldear y modelar el humus de su propia interioridad

El silencio era una realidad que quizás llegaban a alabar, pues no sólo era un camino para encontrarse con ellos mismos y descubrir la verdad del propio corazón, sino que también era la manera de no caer en juicios y prejuicios hacia otros hermanos. En definitiva, era el modo de darse cuenta de la propia herida interna que les evitara así realizar afirmaciones en contra de otros que no fueran más que proyecciones.

En una interioridad silenciosa y silenciada les resultaba más fácil familiarizarse con aquellos pensamientos que permanentemente pudieran asolarles. En nuestros días ésta sería, sin duda alguna, otra de las aportaciones que el silencio podría ofrecer pues con facilidad caemos en descubrir la paja en el ojo ajeno cuando no hemos logrado deshacernos de la viga que puede haber en el nuestro (cf. Lc 6, 41-42).

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