Un Dios subalterno y activista Boaventura de Sousa Santos, entre la teoría crítica de los derechos humanos y la teología en perspectiva liberadora
"Boaventura constata que vivimos en un tiempo en que las escandalosas injusticias sociales y los sufrimientos humanos injustos no generan la debida indignación moral y la voluntad política para combatirlos"
"Observa que muchos activistas en la lucha por la justicia socio-económica, ecológica, étnica, sexual y decolonial apoyan su activismo y sus reivindicaciones en creencias religiosas o espiritualidades laicas, cristianas, judías, islámicas, hindúes, budistas, indígenas, afrodescendientes, etc"
"Defiende su presencia en la esfera pública, pero no por la vía de la alianza con el poder, sino ubicada en los espacios de marginación y exclusión, vinculada a los movimientos sociales"
"Defiende su presencia en la esfera pública, pero no por la vía de la alianza con el poder, sino ubicada en los espacios de marginación y exclusión, vinculada a los movimientos sociales"
El prestigioso científico social Boaventura de Sousa Santos, creador del paradigma de las Epistemologías del Sur, muestra en sus publicaciones más recientes una especial sensibilidad, siempre en positivo y constructivamente, hacia el papel de las religiones y de las teologías políticas progresistas y pluralistas en los procesos de liberación de los pueblos y colectivos humanos sometidos al asedio del colonialismo, del patriarcado, del capitalismo mundial, de los fundamentalismos y del racismo epistemológico.
Es ese un campo en el que ha hecho aportaciones relevantes, como demostró en el Foro Mundial de Teología y Liberación, celebrado en Porto Alegre (Brasil) de 21 a 25 de enero de 2005, donde inició un diálogo fecundo entre la teoría crítica de los derechos humanos y la teología en perspectiva liberadora, que llegó a su zenit con su obra Si Dios fuera activista de los derechos humanos. Fue entonces cuando comenzó nuestra amistad y colaboración, que continúa actualmente en proyectos, congresos y colaboraciones en obras colectivas.
Boaventura constata que vivimos en un tiempo en que las escandalosas injusticias sociales y los sufrimientos humanos injustos no generan la debida indignación moral y la voluntad política para combatirlos y para construir una sociedad más justa e igualitaria. En estas circunstancias, no podemos desperdiciar ninguna de las experiencias sociales de carácter emancipatorio que puedan contribuir a dicha construcción.
Como participante activo en el Foro Social Mundial desde los inicios, observa que muchos activistas en la lucha por la justicia socio-económica, ecológica, étnica, sexual y decolonial apoyan su activismo y sus reivindicaciones en creencias religiosas o espiritualidades laicas, cristianas, judías, islámicas, hindúes, budistas, indígenas, afrodescendientes, etc. Es la emergencia de nuevas subjetividades que compaginan la militancia alter-globalizadora con referencias trascendentes o espirituales y, lejos de alejarlas de las luchas materiales e históricas por otro mundo posible, las comprometen con más radicalidad y profundidad.
Todas las religiones, reconoce, tienen un potencial para desarrollar teologías políticas liberadoras, que son capaces de integrarse en las luchas contra-hegemónicas por los derechos humanos y contra la globalización neoliberal, y pueden ser una fuente de energía radical en dichas luchas.
Boaventura hace un análisis riguroso –tanto por su contenido y profundidad, como por su amplitud de conocimientos- de tales teologías políticas: cristiana, judía, musulmana, palestina, etc., teologías feministas, teologías interculturales e interreligiosas que fundamentan teóricamente la relación entre la experiencia religiosa y el compromiso contra-hegemónico, y remiten a prácticas emancipatorias. A su vez, identifica los principales desafíos que estas teologías plantean a los derechos humanos.
Estos discursos religiosos no se atienen a la concepción ilustrada de la religión, que sitúa a esta en la esfera privada, en el ámbito de la conciencia y la recluye en los lugares de culto, sino que defiende su presencia en la esfera pública, pero no por la vía de la alianza con el poder, sino ubicada en los espacios de marginación y exclusión, vinculada a los movimientos sociales, respetuosa, al tiempo que crítica, con el proceso de secularización, y sin pretensión alguna de confesionalizar la sociedad, la política, la cultura, etc. En definitiva, lo que hace Boaventura es un ejercicio de traducción intercultural de las dos políticas normativas que pretenden operar globalmente: la de los derechos humanos y la de las teologías políticas liberadoras, buscando zonas de contacto de las que puedan surgir energías nuevas o renovadas –sinergias- para llevar a cabo una transformación social, política, económica y cultural radical.
Si Dios fuese un activista de los derechos humanos es ciertamente un condicional metafórico al que de Sousa Santos da una respuesta metafórica: “Si Dios fuera un activista de los derechos humanos, Él o Ella estarían definitivamente en busca de una concepción contra-hegemónica de los derechos humanos y de una práctica coherente con ella. Al hacerlo, más tarde o más temprano este Dios se confrontaría con el Dios invocado por los opresores y no encontraría ninguna afinidad con Este o Esta. En otras palabras, Él o Ella llegarían a la conclusión de que el Dios de los subalternos no puede dejar de ser un Dios subalterno”.
Esta definición de Dios como “subalterno” está en plena concordancia con la imagen de Dios de la tradición judía, cristiana y musulmana como el Dios que opta por las personas y los colectivos empobrecidos, el Dios de la esperanza, de las y los pobres, el Dios al que el profeta judío Jeremías da el nombre de “Justicia”. En las tres religiones monoteístas, el conocimiento de Dios no se logra a través de una larga cadenas de argumentos racionales, sino por medio de la práctica de la justicia.
La definición de Dios como ser subalterno de Santos, que se solidariza con las personas subalternizadas (y “con los pueblos crucificados”, en expresión de Ignacio Ellacuría) choca frontalmente con el Dios de la teodicea, a quien se le aplican atributos varoniles en grado de excelencia: omnipoten-cia, omnipresen-cia, omniscien-cia, providen-cia, violen-cia.
Obsérvese que los cinco atributos terminan en –cia. ¿No será que el Dios de la teodicea, el Dios de los amigos de Job, el Dios “motor inmóvil” de Aristóteles, el Dios de Tomás de Aquino, está en connivencia con la organización estadounidense que controla la vida de todos los seres humanos del planeta y trabaja a su servicio? Un Dios con estos atributos solo puede llegar a acuerdos con los poderosos de la tierra, no con las personas subalternizadas.
La definición de Dios de Boaventura me parece muy certera, como también lo es la de José Saramago: “Dios es el gran silencio del universo, y el ser humano el grito que dan sentido a ese silencio”. Esta imagen de Dios “el gran silencio del universo” invita a dejar de hablar de Dios con la ligereza con que a veces se hace y a escuchar el grito de las personas sufrientes de la historia. Una de las razones del ateísmo moderno es la locuacidad inane de no pocos creyentes en Dios. Como afirma Gottfried Bachtl, “en un mundo que encuentra un gran placer en la palabra sin fin y todo lo reduce a eso, Dios ha perecido en la locuacidad de sus testigos”.
Las definiciones de Dios de Sousa Santos y de Saramago son de las que más me gustan y con las que me identifico. Para un teólogo dogmático resultarán insuficientes. Para un teólogo crítico y heterodoxo, son las que mejor sintonizan con el Dios del éxodo, de los profetas de Israel/Palestina, de Jesús de Nazaret, de la teología apofática del Pseudo-Dionisio y del Maestro Eckhardt, de las místicas y los místicos como la beguina Margarita Porete, quemada en la hoguera, la reformadora Teresa de Jesús, sospechosa de herejía, y Juan de la Cruz, cumbre de la poesía mística de todos los tiempos, que fue “sacado violentamente de su casita junto al Monasterio de la Encarnación…, conducido a Toledo [y] encarcelado [durante] nueve meses”.
Liberar a Dios de Dios
Además de contribuir a la liberación de las personas y colectivos subalternos de las múltiples opresiones de que son objeto y de afirmar su identidad abierta a otras identidades, el objetivo final de las teologías políticas es “liberar al mismo Dios de las estructuras ideológicas de la opresión que el cristianismo ha construido históricamente en torno a la idea de sagrado, la interpretación de las Escrituras y la visión de cómo debe ser la Iglesia” (Althaus-Reid). Siguiendo al místico medieval Meister Eckhardt, se trata de liberar a Dios de Dios, que la teóloga alemana feminista Dorothee Sölle traduce como “liberar a Dios del Dios del Patriarcado”. “¿Por qué los seres humanos –se pregunta Dorothee- adoran a un Dios cuya cualidad más importante es el poder, cuyo interés es la sumisión, cuyo miedo es la igualdad de derechos. ¡Un ser a quien se dirige la palabra llamándole ‘Señor’, más aún, para quien el poder por sí solo no es suficiente, y los teólogos tienen que asignarle la omnipotencia! ¿Por qué vamos a adorar y amar a un Ser que no sobrepasa el nivel moral de la cultura actual determinada por varones, sino que además la desestabiliza? … ¿Existe una defensa de Dios que no sea satánica, sino que procede de un amor mayor?”
Yo re-traduzco la idea de liberar a Dios del Dios del fundamentalismo, del patriarcado, del mercado, del imperialismo, del antropocentrismo, del supremacismo, de la violencia religiosa, que mata en nombre de Dios y lo convierte en asesino, como afirma José Saramago en su novela Caín.
La reacción de Dios ante las imágenes deformadas suyas, muy presentes en el imaginario colectivo, que se traducen en actitudes excluyentes, xenófobas, homófobas, sexistas, clasistas, racistas, violentas, como reflejaban dos viñetas del humorista español El Roto, no puede ser otra que “darse de baja de todas las religiones” y “huir despavorido”.